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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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Las uvas de la ira siguen engordando

La lección de justicia social y protección medioambiental de la obra maestra de Steinbeck resuena con fuerza en el mundo contemporáneo

Inundaciones Italia
Una calle inundada en Lugo, en la región italiana de Emilia Romagna, el pasado día 19.CLAUDIA GRECO (REUTERS)
Andrea Rizzi

Observando el panorama contemporáneo, viene a la cabeza el poderoso mensaje de justicia social y cuidado medioambiental de esa catedral de la literatura que es Las uvas de la ira (1939), de John Steinbeck. Todo suena tan vigente. Viene a la cabeza la plaga de las tormentas de polvo propiciadas por una explotación absurda de las tierras con el cultivo de algodón. Los representantes de los propietarios que llegan en coche a las plantaciones hablan con los arrendatarios sin bajarse del vehículo, terrible gesto de superioridad, para comunicarles que se tienen que marchar. Los tractores, que pueden más que 20 pares de brazos, que trabajarán la tierra. Y la frustrada voluntad de pelear. El que quería ir a golpear al responsable de la decisión no sabe adónde ir, porque el banco en cuestión es complejo, y hay capas y capas de mando y desde un campo de Oklahoma no se llega a ver el punto final. La voluntad de resistir también es frustrada. El tractor abatirá las chozas de los agricultores. Lo que sigue es la emigración, con sus riesgos de abuso y explotación, en el viaje y en la llegada.

Las tormentas de polvo de Steinbeck son hoy un, mucho peor, cambio climático. Después de meses en los que la sequía ha azotado grandes partes de Europa, asistimos a la llegada de lluvias torrenciales que han provocado daños catastróficos en Italia y quizá puedan causar muchos problemas en España también. La sequía y los brutales fenómenos adversos cada vez más frecuentes son dos caras de la misma moneda: el cambio climático provocado por el hombre. Migraciones forzosas por estos motivos ya se producen en muchos lugares del mundo, y quizá no es lejano el día en el que empiecen en la misma Europa. Mientras, toca constatar ciertas reticencias de populares y liberales europeos en la lucha sin cuartel a las emisiones dañinas.

El tractor de Steinbeck es hoy el avance tecnológico, sobre todo la inteligencia artificial. Puede que acaben creando más nuevos puestos de los que destruyan. Pero incluso si es así, los nuevos no serán para aquellos que perdieron los viejos. Como dijo un experto en una reciente conferencia del Foro Económico Mundial, lo más normal no será que la inteligencia artificial arrebate un puesto de trabajo. Será que candidatos que sepan usarla desplacen a los que no. Toca ayudar a grandes segmentos del mercado laboral a prepararse para el nuevo entorno y perfilar mecanismos de respaldo para los perdedores. Conviene empezar ya.

Y los problemas socioeconómicos que señalaba Steinbeck también persisten. Como es notorio, las rentas de trabajo han perdido mucho peso en la tarta del PIB en las últimas décadas en la UE, mientras que los beneficios lo han ganado. La crisis de 2008 la pagaron en enorme medida las clases menos prósperas. Eso, y los efectos colaterales, crearon una gran bolsa de descontento que explica en gran medida las victorias, años después, del Brexit, de Cinco Estrellas y Liga, o de Trump al otro lado del océano.

La UE aprendió la lección y afrontó de manera muy diferente la crisis pandémica, con políticas expansivas. Hoy, se ha evitado el descalabro económico que muchos temían por el impacto de la guerra en Ucrania. Pero la erosión del poder adquisitivo ha dado otro gran salto y las cuentas justas tienden a crear malestar.

Evitar catástrofes medioambientales, desgarros sociales o peligrosas dependencias geopolíticas, todo a la vez, requerirá grandes esfuerzos. Hará falta mucha inversión pública y una actitud del sector privado con altura de miras, en su propio interés. En nombre de principios de justicia social o incluso solo porque la estabilidad del proyecto común y la prosperidad dependen de que no estalle más adelante una ira que dé alas a extremos. El New Deal de Roosevelt, que apoyaba Steinbeck; la gran construcción del Estado de bienestar en Europa; el plan pospandemia de la UE; episodios de nobles cooperación de las partes sociales. Hay ejemplos de la senda que deberían seguirse sin titubeos. Hay que buscar ese “término medio de la sensatez que haga habitable el porvenir”, como escribía Antonio Muñoz Molina en estas páginas, en referencia a la cuestión medioambiental. Lo mismo vale para las socioeconómicas. La historia nos lo explica. La gran literatura nos lo hace sentir.

—¿Hay mucha gente que siente lo mismo?, preguntó Tom Joad a su madre, en referencia al sentimiento de ira por la injusticia.

Varias elecciones de la última década muestran que hay bastante. Hay que evitar que sea demasiada, y eso no lo logrará el libre mercado por sí solo.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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