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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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Turquía y el gran juego de las potencias medias

El país euroasiático, como otros en posición parecida, busca extraer máximas ventajas con una posición autónoma en un contexto geopolítico convulso. Una victoria de la oposición mejoraría las relaciones con la UE y EE UU, pero probablemente no comportaría un giro radical

Vladimir Putin
Los presidentes Vladímir Putin y Recep Tayyip Erdogan, en Astana, en octubre de 2022.SPUTNIK (via REUTERS)
Andrea Rizzi

A lo largo de una vida solo nieva una vez en nuestros sueños, escribía Orhan Pamuk en ‘Nieve’, esa novela de alto vuelo literario y de gran interés como prisma para comprender mejor la Turquía contemporánea. Fue publicada en 2002, poco después de que la UE le reconociera a Ankara estatus de candidato a la adhesión, y poco antes de la llegada al poder de Erdogan. Hoy, tras dos décadas de mando ininterrumpido, hay más opciones que nunca de que el voto ciudadano desaloje de la cúspide al líder del AKP. Si esto ocurriera, se trataría de un cambio de enorme relevancia. Sería trascendental para la sociedad tuca y un gran empuje internacional a los valores democráticos. También comportaría cambios en términos geopolíticos, con un nuevo liderazgo probablemente dispuesto a una mayor sintonía con la UE y EE UU. Pero quienes una vez soñaron con una Turquía plenamente integrada en Europa -además de encuadrada en la OTAN-, con una Ankara perfectamente alineada al bando occidental, no verán regresar esa nieve en su vida.

Esto es así por dos motivos convergentes. Por el lado comunitario, por supuesto, porque si ya hace 20 años la perspectiva de una adhesión turca era altamente polémica y difícil, hoy es llanamente inconcebible. Por el lado turco, también lo es. Aunque la plataforma opositora encarna un proyecto político que tiene sintonía con la UE por su fuerte acento en los valores democráticos y de Estado de derecho, su eventual ascenso al poder ofrecería terreno para una mejora de relaciones, pero no cabe prever un reseteo, un giro copernicano. No solo la UE ha cambiado mucho en estos 20 años. Turquía también. Y el mundo. Veamos.

Turquía hoy es un ejemplo cristalino del concepto de potencia media pujante y decidida en un mundo convulso. Uno de ese puñado de países con activos considerables, determinados en actuar con independencia, en no alinearse de forma completa, que reprochan errores e hipocresías a las grandes potencias y buscan sin complejos provecho de un juego a varias bandas. Vessela Tcherneva, subdirectora del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, subrayaba en una videoconferencia organizada el miércoles por su centro de estudios esta dinámica de potencias medias que no quieren ser enjauladas en el guion de democracias frente a autocracias, que intentan maximizar los réditos. Tcherneva cree que una victoria electoral de la oposición cambiaría mucho para los turcos, pero no mucho en geopolítica, porque el perfil de Turquía como potencia media autónoma que Erdogan cultivó es un concepto ya asentado. Muchos elementos inducen a pensar que tiene razón.

Ankara encarna a la perfección el modelo de potencia media que no se alinea. Más de 80 millones de habitantes, una posición geográfica estratégica, unas fuerzas armadas notables, pasado imperial, presente económico turbulento, pero, aun así, con un PIB entre los primeros 20 del mundo. Pese a ser miembro de la OTAN, mantiene fluidas relaciones con Rusia, a la que compró armas de alcance como los sistemas antiaéreos S-400, con la que mantiene un boyante comercio -incluido, sospecha Occidente, mucho tráfico opaco que ayuda a Moscú a superar las sanciones-, de la que recibió ayudas financieras. Ejerce de mediadora entre Rusia y Ucrania en la cuestión del grano; se aferra a su veto para la entrada de Suecia en la OTAN irritando a los socios, en busca de tangibles concesiones -entre ellas, visto bueno de Washington para venta de armamento de alta calidad-; interviene militarmente sin contemplaciones en su entorno regional, sea en Siria o Irak, proyecta su influencias en los conflictos del Nagorno Karabaj o de Libia, y ha construido una fuerte red diplomática en África. Turkish Airlines o las telenovelas son emprendimientos auténticamente globales de una Turquía que se ve a sí misma como un actor autónomo y de peso en el tablero.

Esto es Turquía hoy, y en adelante se puede esperar un viraje de algunos grados en la navegación, pero no una marcha atrás en el concepto de potencia media con visión geopolítica propia. Como señalaba en la misma conferencia la analista de ECFR y Brookings Institution Asli Aydıntaşbaş, cabe esperar que, si ganara, la actual oposición buscaría una mejora de las relaciones con la UE y EEUU. Probablemente aflojaría la tensión en el pulso sobre Suecia en la OTAN. Buscaría convergencias con Bruselas para fortalecer el Estado de Derecho. También posiblemente tendría una actitud de cierta firmeza ante Rusia. El candidato de la plataforma opositora, Kemal Kilicdaroglu, publicó el jueves un tuit relevante, en el que sin rodeos acusaba a los “amigos rusos” de “estar detrás de montajes y noticias falsas que se difundieron en este país. Si quieren nuestra amistad tras el 15 de mayo, quitad vuestras manos del Estado turco”. El mensaje era contundente, pero no es probable un cambio radical en la posición de fondo turca en cuanto a relación con Rusia y actitud ante la guerra en Ucrania, uno de los dos factores dirimentes del mundo moderno junto con la actitud en el pulso EEUU-China. “Seguimos dispuestos a la cooperación y a la amistad”, escribió, de hecho, al final de su tuit, Kilicdaroglu. Erdogan, que mantuvo durante dos décadas una estrecha relación con Putin marcada por altibajos, no dudó en derribar un avión de combate ruso que había penetrado el espacio aéreo turco desde Siria. Pero las crisis no afectaron el rumbo general.

El caso turco es parte de un cuadro más amplio de potencias medias. ¿Quiénes son? No existe una definición indiscutible, matemática. Es razonable considerar que el mundo actual cuenta con dos superpotencias -EE UU y China-; dos grandes potencias -la UE, por su peso económico; Rusia, aunque en franco declive, por el activo de su arsenal nuclear, de sus recursos energéticos y de su tamaño-. Y luego una plétora de potencias medias, con cierto peso económico, demográfico, político, con influencia regional. Entre ellas, destacan algunas que rehúyen ser encasilladas, con una voz cada vez más audible en el panorama global: la India, Brasil, Indonesia, Arabia Saudí y la propia Turquía. No es un caso que las primeras tres hayan sido invitadas al G7 que está previsto se celebre en Japón la semana que viene. Son objeto de cortejo por parte de las superpotencias, de las grandes, o de las medianas alineadas -como el Reino Unido y Japón-.

Pero, al igual que en el caso turco, en los demás tampoco es previsible que se logre una adhesión de aquellas a un escenario bipolar. Instructivo es el caso de la India. Sin duda tiene intereses convergentes con Occidente frente a una China asertiva y por razones económicas. Ello no impide que en 2022 haya multiplicado por diez sus compras de crudo a Rusia, a precios descontados que le han ahorrado unos 5.000 millones de dólares, según datos del Banco de Baroda, controlado por el Estado indio. Arabia Saudí, muy cercana a EE UU en las últimas décadas, emprende en los últimos años un camino mucho más independiente, con estrechamiento de lazos con China. Cada cual busca su mejor colocación en el nuevo tablero y, para muchas potencias medias emergente, está no se halla dentro de un esquema bipolar.

No volverá, pues, esa nieve mágica de Kars, donde discurre la novela de Pamuk. Pero, al igual que en las relaciones humanas, también en las internacionales, si se evapora para siempre un sueño redondo, queda margen para otros encajes que pueden ser útiles, hasta felices. Si gana la actual oposición turca, la UE tendrá que aprovechar la oportunidad para reconstruir lazos. Hay terreno, desde la liberalización de visados hasta la modernización de la unión aduanera. No será la nieve mística e inspiradora de Kars, pero un poco de lluvia fina en la tierra reseca hará mucho bien.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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