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Letras americanas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dejar el mundo

El libro ‘Viaje a pie’, de Fernando González Ochoa, no sólo sistematiza una estética particular de la deriva, sino que se convirtió en un modelo para cierta literatura que germina a lo largo y ancho del continente

Emiliano Monge
El escritor colombiano Fernando González Ochoa.
El escritor colombiano Fernando González Ochoa.RR SS

Estaba preparando esta entrega de nuestra newsletter, querido lector, cuando un amigo cercano y muy querido me recordó un libro estupendo, que leí hace un montón de tiempo y que se había quedado perdido en los desvanes de mi memoria.

El libro se llama Viaje a pie, fue publicado hacia la tercera década del siglo XX y su autor, Fernando González Ochoa, inauguró todo un género —el del paseante que trata de engarzar, a través de la experiencia personalísima del viaje, desde el paisaje y las piedras hasta las ilusiones del último de los seres con los que se cruza en su camino y las múltiples filosofías de vida—.

Evidentemente, antes del libro de González Ochoa hay otros ejercicios similares, pero seguramente no de la dimensión, el alcance y la calidad del libro del colombiano, que no sólo sistematiza una estética particular de la deriva, sino que se convertiría, con el tiempo, en un modelo para una cierta literatura que habría de ir germinando a lo largo y ancho del continente —es importante señalar, además, que lo que González Ochoa hizo, lo hizo antes que Robert Walser o que W. G. Sebald—: el movimiento nadaísta, de la década de los sesenta, por ejemplo, se inspiró en su figura y en su obra.

De la deriva a la fuga

Cerca de donde González Ochoa se afincó hacia el final de su vida y donde afincó su viaje a pie, cerca, también, de donde los nadaístas habrían de situar su centro emocional de operaciones y cerca, además, de esa idea que parece aseverar que la literatura es, sobre todo, una forma de exploración del mundo tan sólo en la medida en que esa exploración le permite o no al escritor habitar tanto el mundo como esa propia exploración, mucho tiempo después, después, incluso, de los estallidos del boom, se convertiría en escritor —vaya escritor, además, como he dicho en otras entregas de esta newsletter— Tomás González.

Traigo acá a Tomás González, más allá de porque me parezca el escritor colombiano más importante de su generación, desde cualquier punto de vista estético, más allá, también, de porque el otro González, González Ochoa, fuera su tío, y más allá, además, de porque ese tío parecería inspirar no pocas de las formas, ideas y taras del personaje principal de la primera novela del otro González, es decir, de Tomás —La historia de Horacio—, porque de algún modo es Tomás quien, al tiempo que crea literatura de la mejor, le da una vuelta de tuerca bestial a la literatura de la deriva, abriendo brecha a la literatura de la fuga: en el horizonte, por todas partes, había aparecido el cerco de las violencias y Tomás González, como queda claro cuando uno lee Primero estaba el mar o Niebla al medio día, pero sobre todo los relatos del libro El rey del Honka Monka.

El camino de las fugas

Evidentemente, literatura de la fuga y de la huida también ha existido siempre, no sólo en nuestro continente, sino en el resto del planeta, en el resto de tradiciones y en el resto de lenguas. Pero, así como la deriva de González Ochoa es particular, la fuga a la que Tomás González da forma —insisto, los relatos de El rey del Honka Monka, en particular el relato Verdor, en el que un hombre se va abandonando poco a poco, más para deslavar su pasado que para aniquilar su presente o su futuro— es igualmente particular y lo es desde aquel mismo interés que señalaba antes: el de la literatura como forma de explorar el mundo pero, de pronto, como forma, también, de abandonarlo, de salirse tanto del mundo como de la propia exploración.

Una literatura, pues, que parecería plantear que ella misma, la literatura, puede ser también una forma de abandonar el mundo, claro, tras haberlo habitado, al tiempo que puede ser una forma de desmontar la experiencia misma tanto de los modos de habitar como de abandonar. Pero ¿por qué he llegado acá? ¿Por qué si no quería hablar de ninguno de los dos González? Ya lo dije, más o menos, al principio de esta newsletter: porque mientras me aprestaba a escribir sobre Una música, la última novela del escritor argentino Hernán Ronsino, un amigo me recordó Viaje a pie, que luego me hizo pensar en los libros de Tomás González.

La fuga de Ronsino

No sé si Ronsino haya leído las novelas o los relatos de Tomás González, pero sé que Una música —obra en la que el argentino da una vuelta de tuerca a su trabajo: de pronto, el eco que late con más fuerza es el del pasado y no el del presente, de golpe, Di Benedetto, Saer y Piglia son corrientes de aire y no guías, de repente, la historia está ahí no sólo para dar lugar a los prodigios del lenguaje y la forma, sino para alumbrarse mutuamente y llenarse de matices (Ronsino es un estilista formidable)—, es también el engrane más reciente de esa literatura de la fuga de la que acá me descubo hablando.

Por supuesto, hay otros González Ochoa, Tomás González y Ronsino, en otras latitudes del continente, pero el último libro sobre fugas que me maravilló, sin saber que formaba parte de ese círculo que tampoco imaginé hasta ahora, es decir, hasta que mi amigo señaló El viaje a pie, fue el del argentino, cuyas obras anteriores deberían ser de lectura obligada para quien quiera entender los contraflujos de la literatura argentina.

Como, claro, quien quiera saber por dónde anda nuestra literatura de la fuga, está obligado a leer Una música, en el que un pianista lo deja todo y viaja desde el centro de su propia vida y de su propia historia, hacía los bordes temporales y emocionales de estas, al tiempo que viaja de los centros políticos, sociales y económicos de su realidad hacia las periferias de la misma.

Obligado está a leer Una música, además, aquel que entienda que la fuga, en literatura, es, además de la búsqueda de un destino diferente, la búsqueda de otra forma de contar.

Y es que de eso, de quedarse atrapado en una sola forma de contar, Ronsino también se ha sabido fugar, en Una música.

Coordenadas

Una música, de Hernán Ronsino, fue publicado por Eterna Cadencia —hace un par de días, de hecho, ganó el Premio de la Crítica de la Fundación El Libro, durante la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires— y Sexto Piso. La obra de Tomás González cuenta con diferentes ediciones, tanto en Alfaguara como en Seix Barral. De Viaje a pie también hay múltiples ediciones y se puede encontrar, de hecho, libre de derechos.

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