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Columna
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El ecologismo de espinaca de Carlos III

Si no logramos reconectar a la sociedad con sus dirigentes, todo descarrilará. Por muchos pollos que salvemos

Un menú de coronación en un café de Londres, en los preparativos de la ceremonia de hoy./ EFE
Un menú de coronación en un café de Londres, en los preparativos de la ceremonia de hoy./ EFEANDY RAIN (EFE)
Berna González Harbour

Puede que Carlos III haya elegido aceite de oliva y no de ballena para uncirse como un monarca de la era de Greta Thunberg y la sensibilidad ecológica. También ha preferido un sencillo menú de quiche de verduras en lugar del pollo con curry, arroz y hierbas aromáticas que representaba a los principales rincones del imperio en el famoso menú de coronation chicken de Isabel II en 1953.

Perdido el imperio y perdida la ansiedad carnívora, es tiempo de espinacas. Pero ahí quedan prácticamente los cambios, porque no se va a escatimar en exhibición, en ceremonia, en simbolismo y alarde del poderío y protocolo británicos.

Se dice que el nuevo rey quiere modernizar la corona y dejar una mayor impronta de compromiso frente a la neutralidad que manifestaba su madre. Ha alertado contra el cambio climático y las desigualdades económicas. Ha recibido a líderes de otras religiones para mostrar diversidad. Es ecologista, culto, plural y —dicen— abierto de mente. Pero si algo no va a cambiar es su relación con el dinero, la máxima expresión de que la monarquía británica es capaz de adaptarse a los tiempos en todo, salvo en su bolsillo. Carlos III acumula una fortuna personal de 780 millones de euros de la que no está obligado a pagar impuestos. Es mucho más rico de lo que fue su madre.

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Salvar ballenas y pollos y conservar el medio ambiente, especialmente el suyo, debe ser algo instintivo en tales circunstancias.

Algo parecido en términos de exhibición de desigualdades es lo que ha protagonizado el candidato a la alcaldía de Barcelona por Junts, Xavier Trias, cuando ha dicho que 3.000 euros no sirven para llegar a fin de mes. Su mundo no es el de Buckingham Palace, claro, pero ha mostrado una distancia del ciudadano común que sobrecoge en quien quiere gobernar. Por no hablar de los beneficios disparados de los bancos (5.700 millones) mientras los precarios de verdad (no los compadecidos por Trias) tienen la desgracia de ser pobres además de trabajar.

La desigualdad galopante es síntoma de enfermedad social, es causa de frustración y acompaña las poderosas razones que ponen en riesgo la democracia. En su próximo libro, El descontento democrático, el filósofo Michael Sandel pone negro sobre blanco lo mal que están conviviendo el capitalismo y la democracia. Si no logramos reconectar a la sociedad con sus dirigentes, todo descarrilará. Por muchos pollos que salvemos.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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