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El rey acelerado: Carlos III intenta marcar cuanto antes un nuevo estilo de monarquía

La ceremonia de coronación, que se celebrará este sábado en la abadía de Westminster, viene precedida de gestos muy relevantes en política internacional y doméstica

Carlos III abandona este miércoles la abadía de Westminster después de un ensayo de la ceremonia de Coronación. Foto: STEFAN ROUSSEAU (AP) | Vídeo: EPV
Rafa de Miguel

Isabel II de Inglaterra dejó este mundo sin que los británicos tuvieran la menor idea de qué opinaba sobre los asuntos políticos y sociales más relevantes de su reinado. Carlos III ha alertado contra el cambio climático cuando la mayoría no prestaba atención. Y señalado las desigualdades económicas y sociales del Reino Unido cuando el auge neoliberal de la era Thatcher había decidido esconderlas bajo la alfombra. Fue injusto su padre, el príncipe Felipe de Edimburgo, cuando definió al primogénito como un “cojín intelectual”: cualquier opinión nueva y contundente dejaba en él la misma huella que las últimas posaderas apoyadas sobre una almohada.

El hombre de 74 años que este sábado será coronado en la abadía de Westminster, a la edad en que lo normal es disfrutar de la retirada, sabe que su tiempo en el trono —la era carolina— no será tan prolongado como el que tuvo su madre. Tiene prisa por dejar impronta, llega con convicciones maduradas durante décadas de espera y entiende a su peculiar manera, como se ha podido ya ver en los últimos siete meses, la neutralidad institucional que se espera y presume de la corona.

“Su madre llegó al trono como una princesa joven, guapa y popular, en una época de sumisión y deferencia en la que nadie cuestionaba el status quo”, ha señalado Penny Junor, la primera biógrafa en defender a Carlos de Inglaterra cuando la muerte de Lady Di le convirtió en el villano de la historia. “Setenta años después [de la coronación de Isabel II], es un abuelo canoso enfrentado a un tiempo y unas actitudes que han cambiado drásticamente. Necesita demostrar que la monarquía es útil en un mundo igualitario, utilitario y transparente. Y salvaguardar el futuro de una institución a la que su adorada madre dedicó toda una vida”, advierte la autora.

A los ocho días de la muerte de Isabel II, Carlos III recibió en el palacio de Buckingham a líderes espirituales de las diversas religiones que conviven hoy en el Reino Unido. “Siempre he pensado en nuestro país como una comunidad de comunidades, ante la que entiendo que la corona tiene un deber adicional”, les dijo a todos ellos. “El deber de proteger esa diversidad, y de proteger el espacio para la fe, tal y como la practica cada religión”.

La ceremonia de la coronación será la consagración de Carlos III como gobernador supremo del protestantismo anglicano de la Iglesia de Inglaterra y Gales. Pero un monarca que ha dedicado horas y horas a la lectura de textos religiosos y espirituales aspira a convertir esa iglesia en un paraguas que acoja a todos los creyentes del Reino Unido. En 2021, según el censo de la Oficina Nacional de Estadística, el número de británicos que se identificaron como cristianos no superó la mitad de la población (un 46,2%) por primera vez en la historia. La liturgia de este sábado en la abadía de Westminster responde a una tradición milenaria, pero la voluntad del nuevo monarca apunta al difícil reto de ser el líder religioso, en términos amplios, del país.

Una monarquía reducida

Durante los últimos años de Isabel II, cuando su hijo fue asumiendo más y más las riendas de la familia real —The Firm, o la empresa, como se ha conocido históricamente al entramado de los Windsor—, corrió la idea de que su propósito era reducir el tamaño de la monarquía británica, para asemejarla en funcionalidad y número de miembros activos a los de las realezas nórdicas. Nunca ha sido un propósito oficialmente declarado, pero los acontecimientos han ido acomodando la realidad a ese pretendido deseo.

El príncipe Enrique y su esposa Meghan Markle declararon la guerra a la institución y rompieron lazos con su exilio estadounidense. El hermano del rey, el príncipe Andrés, ha sido condenado al ostracismo por su desgraciada relación con el millonario pederasta estadounidense Jeffrey Epstein. Ni su exesposa, Sarah Ferguson, ni sus hijas Beatriz y Eugenia participan en eventos públicos en representación de la corona. Carlos III ha llegado incluso a reorganizar la logística inmobiliaria para sacar a su hermano del Royal Lodge (alojamiento real) de Windsor y acomodarlo en el más modesto Frogmore Cottage, la residencia habitual de Enrique y Meghan hasta la quiebra de la relación.

La necesidad se ha convertido en virtud, pero el nuevo rey y su entorno saben que mantener vivo el espectáculo de la monarquía británica requiere de todas las manos posibles. “Lo de adelgazar la institución se dijo en un momento en el que había muchos más miembros en activo. No me suena como una buena idea en estos momentos, desde mi perspectiva. Y no sé qué más podríamos hacer”, ha dicho la hermana de Carlos de Inglaterra, la princesa Ana, que tiene el récord de asistencia a actos públicos, con más de 400 al año.

Lazos con el continente europeo

Si no hubiera sido porque la reforma de las pensiones del presidente Emmanuel Macron había incendiado las calles de Francia y la visita fue suspendida, Carlos III habría comenzado en París una tarea de reparación de los puentes que el Brexit resquebrajó. Aun así, viajó a Berlín, y los alemanes comprobaron de primera mano, durante el discurso en el Bundestag (el Parlamento alemán), el dominio de su idioma que tenía el monarca británico. “En la larga y excepcional historia de nuestros dos países, muchos capítulos están por escribir”, dijo el monarca, en una clara señal de que aspiraba a escribir el suyo propio.

En cierto modo, comenzó a hacerlo cuando aceptó reunirse con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el pasado febrero, justo después de que Londres y Bruselas firmaran un acuerdo que ponía fin a las hostilidades en torno al encaje de Irlanda del Norte en la era pos-Brexit. Para irritación de los euroescépticos, Carlos III aceptó la petición del primer ministro, Rishi Sunak, y puso su grano de arena en ese esfuerzo de reconciliación.

“Carlos ha dedicado gran parte de su vida a comprometerse con posiciones polémicas”, recuerda el historiador Piers Brendon, especializado en la familia Windsor. “Sus opiniones, sobre todo en el campo de la arquitectura y de la defensa del medio ambiente, han sido consideradas por mucha gente, cuanto menos, polémicas”.

El rey, sin embargo, no contempla la opción de cruzarse de brazos, aunque entienda perfectamente —”No soy estúpido”, le dijo a la BBC hace cuatro años— su papel constitucional. Del mismo modo que ayudó a Sunak con Bruselas, acató con disciplina la sugerencia de la primera ministra anterior, Liz Truss, y no acudió a la Cumbre del Clima de Egipto, a pesar de que ha sido la causa de su vida.

Colonialismo y esclavitud

A las tensiones republicanas habituales que viven Australia o Canadá, donde Carlos III es jefe de Estado, se suman ahora Antigua y Barbuda, las Bahamas, Jamaica o las Islas Salomón, donde una mayoría de ciudadanos, según la última encuesta financiada por el político y sociólogo multimillonario Michael Ashcroft, preferirían renunciar a la monarquía, como hizo Barbados en 2021.

“Para muchos de ellos, representa una institución irrelevante para su país, y la supuesta lealtad debida aparece como un anacronismo”, explica lord Ashcroft. Pero gran parte de ese sentimiento deriva también de la percepción actual sobre el pasado colonial y los vínculos con el comercio de esclavos de la casa real británica. Por primera vez en la historia, Carlos III ha abierto los archivos de la institución para que se investigue y salga a la luz ese pasado oscuro.

Como en otras muchas cuestiones, el nuevo inquilino de Buckingham transmite la sensación de que hay muchas cosas por enmendar, y dispone de poco tiempo para hacerlo.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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