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Columna
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Emmanuel Macron y Curro Jiménez

En vez de activar la colaboración con Andalucía, el PSOE se ancla al inmovilismo del “Doñana no se toca”. Y el PP se abona a las promesas electoralistas

Doñana
Estado de la laguna de Santa Olalla en el Parque Nacional de Doñana en Almonte (Huelva).Paco Puentes
Víctor Lapuente

Hoy hay que mirar al pasado, a Primo de Rivera. Pero no a José Antonio, cuyos restos fueron exhumados este lunes del Valle de Cuelgamuros, sino a su padre Miguel, promotor de las cuencas hidrográficas, el dictador que impuso una gestión casi asamblearia del agua, hace 100 años. Las preguntas que deberíamos estar haciéndonos son: ¿Cómo adaptamos el modelo de confederaciones hidrográficas a los retos del siglo XXI? ¿No necesitaríamos un Pacto Nacional del Agua para afrontar la desertización que amenaza a tres cuartos del territorio nacional? Pero los políticos están más preocupados del estrés electoral que del hídrico. Con el agua, el PSOE peca de inacción, desde Doñana, en cuyos problemas es responsable tras décadas al frente de la Junta y años al frente del Gobierno nacional, a la sequía en Cataluña. Y el PP de meter la pata, del controvertido Plan Hidrológico Nacional de Aznar a la polémica propuesta para legalizar regadíos en Huelva.

Todo queda sometido a la lógica electoralista. En vez de activar la colaboración con Andalucía, el PSOE se ancla al inmovilismo del “Doñana no se toca”. Y el PP se abona a las promesas electoralistas, que pagaríamos todos en forma de multa de la Comisión y cuyos beneficios son inciertos. Moreno Bonilla crea en los agricultores onubenses las mismas expectativas dudosas que Sánchez en los jóvenes españoles con los pisos de la Sareb. Ni una propuesta ni la otra mejorarán sustancialmente la vida de sus potenciales destinatarios.

¿Hay alternativa a esta miopía política? Sí, al otro lado de los Pirineos, en la aldea gala del Elíseo, un político resiste ahora y siempre al electoralismo fácil: Macron. Con todo el país levantado contra su reforma para elevar la edad de jubilación de los 62 a los 64 años, Macron contrapone su fórmula mágica: la narrativa de una gran visión nacional. Macron habla como, dicen, hablaba Napoleón, con solemnidad y precisión, una combinación tan extraña como mágica para inspirar a las masas; y tiene la misma contagiosa determinación que el general corso. Pero padece también su misma dolencia: la arrogancia, la sordera a los consejos cautelosos. Con lo que, a la postre, el Napoleón Macron no produce mejores resultados que nuestros políticos Curro Jiménez que, sin grandes planes, van asaltando electores por caminos y huertas. Como mínimo, son mejores que un autoritario Primo de Rivera. @VictorLapuente

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