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tribuna
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China y la UE: condenados a entendernos

Urge definir una nueva política europea hacia el gigante asiático basada en el realismo, los intercambios comerciales y tecnológicos seguros y la apuesta por la cooperación internacional y el multilateralismo

China y la UE / Arancha González Laya
Enrique Flores
Arancha González Laya

El presidente chino, Xi Jinping, ha iniciado su tercer mandato con un plan de paz de 12 puntos para la guerra en Ucrania con el que irrumpe en la escena internacional como mediador para la paz. Apenas un par de semanas después facilita un acuerdo entre Irán y Arabia Saudí. En el mundo las miradas se vuelven hacia el Este.

Varios líderes europeos han viajado en los últimos días a Pekín. Otros lo harán próximamente. Sería deseable que todos ellos enviasen los mismos mensajes. Y para ello urge definir una nueva política hacia China. En 2019, la Unión Europea calificó a este país como socio estratégico, competidor económico y rival sistémico. Esta tríada es más relevante que nunca para la UE, pero necesita tener en cuenta tres cambios fundamentales desde su adopción inicial.

En primer lugar, la invasión rusa de Ucrania ha puesto de manifiesto el riesgo para la UE de dependencias excesivas de países terceros: de Rusia en materia energética, de Estados Unidos en defensa. Estas dependencias son el talón de Aquiles de la autonomía estratégica europea y solo se podrán resolver doblando la apuesta: una unión de la energía y mayores inversiones comunes en la industria de la defensa. Entretanto, Estados Unidos ha sustituido su idea del gigante asiático como su némesis que aspira a convertirse en el país más poderoso del mundo, a su principal amenaza, tal y como lo menciona en su última Estrategia de Defensa Nacional. Por otro lado, Xi Jinping acaba de renovar su tercer mandato al frente del Partido y del país, alumbrando un régimen con la mayor concentración de poderes en manos de un presidente desde la época de Mao Zedong.

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La nueva doctrina europea relativa a China necesita realismo, determinación y más Unión Europea que nunca. Para ello sería conveniente que la UE abandone tres ilusiones.

La más urgente de todas, es la ilusión de que para proteger la economía europea debemos desacoplarla de la china. La UE depende en un 46% del comercio internacional para su crecimiento (Estados Unidos, únicamente un 25%) y China representa el 15% del comercio mundial. Creo que la respuesta es bastante fácil. Basta sacar cuentas. Además, con la falsa doctrina del desacoplamiento no ganaremos en seguridad, simplemente desplazaremos el problema a otros ámbitos como el territorial o el ideológico y nos habremos privado de contrapesos económicos sobre China. El vacío dejado por Europa sería aprovechado por nuestros competidores y entonces seríamos, todavía, más irrelevantes para nuestro rival, socio y competidor.

La respuesta pasa por construir resiliencia e invertir en reforzar las cadenas de producción que nos unen y así evitar riesgos geopolíticos excesivos. Esto es lo que China ya empieza a hacer deslocalizando una parte de su producción a países de su entorno para mitigar el impacto de posibles sanciones o restricciones occidentales. La resiliencia necesita de una política comercial activa, de más acuerdos comerciales que permitan una mayor diversificación, sobre todo en materias primas de las que la UE depende hoy en gran medida de China para su doble transición tecnológica y climática. El acuerdo recién concluido entre Europa y Chile aporta resiliencia. Como lo hará el acuerdo de Mercosur cuando se firme, o los que están en curso con Australia, con la India o con Indonesia. Estados Unidos hoy carece de política comercial. La UE la tiene y la debe desplegar con toda su potencia, lo cual le dará una ventaja comparativa sobre nuestro aliado, quien tras la Inflation Reduction Act también se ha convertido en competidor.

La resiliencia necesita de una Organización Mundial de Comercio (OMC) más activa y capaz de disciplinar subvenciones públicas desleales y políticas climáticas proteccionistas. El mensaje europeo a China debería ser claro: no dudaremos en defendernos ante abusos comerciales. Pero no habrá unilateralismo comercial europeo si China se compromete a reforzar las reglas de juego limpio en la OMC y a cumplirlas. Lo contrario traerá una muy costosa fragmentación que hará que todos perdamos. Un claro juego de suma negativa.

La segunda ilusión que desde la UE debemos desterrar es la que dice que la seguridad ha de primar sobre el comercio y que este ha de quedar subordinado a los dictados de la seguridad nacional. Como me decía recientemente un representante de una importante empresa alemana, es como una invitación al suicidio por miedo a morir. El comercio se basa en compromisos, mientras que el sustrato ideológico de quienes definen la seguridad es pensar en términos absolutos, que en último término, suponen un juego de suma cero. Hasta ahora estos dos espacios caminaban en paralelo. Ahora han de integrarse porque la interdependencia también crea inseguridades. Sería ingenuo defender un comercio que no integre límites claros por razones de seguridad nacional, como el uso militar de determinadas tecnologías o de los componentes para fabricarlas. Pero desconfiemos también de quien en nombre de la seguridad nacional busca simplemente una ventaja comparativa. Necesitamos definir guardarraíles que protejan al comercio internacional y al intercambio tecnológico seguro. Mejor hacerlo de forma negociada, incluyendo a China, que pretender imponerlo por la vía unilateral.

La rivalidad sino-americana podría parecer una nueva división Este-Oeste. Pero tras ella se esconde una brecha creciente entre el norte y el sur. Frente a la confrontación abierta de Estados Unidos, China prefiere jugar al Go, insertándose en espacios que Estados Unidos, pero también una UE absorta con la guerra en su flanco este, han abandonado. O en aquellos como la guerra en Ucrania donde perciben que se está jugando su futuro. Por eso la tercera falsa idea que hay que abandonar es la de rechazar colaborar con China para resolver los grandes asuntos globales porque no es un país democrático. Es más necesario que nunca trabajar juntos para dar respuesta a las crecientes dificultades en el sur. La deuda ahoga a más de 40 economías en desarrollo y buena parte de ella está en manos chinas, así como en la de inversores privados estadounidenses y europeos. El cambio climático que avanza imparable necesita de la reducción drástica de emisiones de los mayores emisores, China y Estados Unidos. Ambas cuestiones necesitan de cooperación internacional y de más multilateralismo. Europa debe abanderar estas causas con el sur y apretar juntos para que China asuma sus responsabilidades. La mejor arma para promover la democracia será mostrar su fortaleza.

Por todo ello, confío en que los líderes europeos tendrán claro que nuestra seguridad y prosperidad dependerán del camino que la Unión Europea trace en los próximos meses. De cómo afrontemos este camino dependerá nuestra capacidad para tener voz propia. Porque una cosa es cierta, el mundo siempre preferirá el original a la copia.


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