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El mundo se adentra en la época de la economía de la seguridad

La pandemia, la guerra en Ucrania y la tensión entre Occidente y China espolean un cambio de paradigma en el que la resiliencia gana terreno frente a la eficiencia

TSMC chips
Interior de una de las fábricas de TSMC, empresa taiwanesa productora de microchips.
Andrea Rizzi

El mundo se adentra en una nueva época económica, marcada por un cambio de paradigma en el que los criterios de seguridad nacional, autonomía estratégica y resiliencia ante riesgos de distinta índole ganan enteros frente al tradicional objetivo de la eficiencia. La pandemia, la guerra en Ucrania y las crecientes tensiones entre Occidente y China confluyen en impulsar este giro hacia la economía de la seguridad tanto en las políticas públicas como en las decisiones empresariales.

El viraje toma forma en múltiples ámbitos, en algunos ya con gran vigor, y en otros de forma incipiente, afrontando dificultades. Las cadenas de suministro manufactureras y energéticas se reorganizan; los poderes públicos estimulan con grandes inversiones el desarrollo nacional de tecnologías estratégicas o activan mecanismos proteccionistas; la industria del sector de la Defensa y sus aledaños se encaminan hacia una fase de considerable evolución y ampliación de capacidades productivas; los flujos financieros avanzan hacia una significativa alteración, en términos de inversiones internacionales, de tenencia de bonos, de uso de divisas en el comercio.

“Asistimos a un giro global desde un criterio de pura eficiencia a una actitud mucho más prudente y equilibrada. El elemento detonante es la realización del potencial que tiene la interdependencia para ser convertida en un arma”, comenta Zaki Laïdi, profesor de Sciences Po especializado en la dimensión política de la globalización y asesor sénior del alto representante de la UE, Josep Borrell.

“La situación geopolítica cada vez tiene mayor peso sobre las decisiones de autoridades públicas y empresas”, coincide Judith Arnal, investigadora sénior asociada en el Real Instituto Elcano. “Estamos en un mundo cada vez más polarizado. Este era un tema en el que apenas se había reparado antes ni a nivel público ni empresarial, porque se daba por hecho que el ambiente cooperativo derivado de la globalización nos permitiría acceso a todo lo que necesitáramos en todo momento, pero los cambios geopolíticos han dado un giro brusco a esta realidad”.

“Sin duda hay un giro en marcha, que se puede resumir en una competición para garantizarse acceso a capacidades estratégicas. Estas son por supuesto las tecnologías avanzadas y los materiales necesarios para ellas, pero también datos, infraestructuras y otras cosas”, observa Tobias Gehrke, líder de la Iniciativa Geoeconómica del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.

La actualidad ofrece un río de noticias alrededor de estas cuestiones. Tan solo esta semana, el martes, EE UU y Japón sellaron un acuerdo de libre comercio relativo a los minerales para las baterías de vehículos eléctricos y el jueves la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunció que Bruselas estudia instrumentos para controlar las inversiones y exportaciones europeas en China en sectores estratégicos con la intención de evitar que empresas privadas acaben ofreciendo beneficios públicos trascendentales a una potencia con rasgos inquietantes.

Son solo dos ejemplos de los movimientos que se van desplegando en el terreno económico. Como recalcó Von der Leyen, el nuevo acento en valores de seguridad y resiliencia no tendría por qué suponer un giro total, ya que amplias partes de la economía no son sensibles. En ellas, las cosas podrían seguir sin grandes cambios. De hecho, el intercambio de mercancías entre EE UU y China alcanzó en 2022 una cifra récord cercana a los 700.000 millones de dólares.

Sin embargo, la relevancia de los sectores sensibles —digital, verde, sanidad, tecnologías punteras— y la espiral de tensión política amenaza con provocar consecuencias de gran calado. China ha transitado claramente de una época de “reforma y apertura” a otra de seguridad y control, y toda su economía se está reorientando bajo esos conceptos. La Administración de Biden también emite claras señales de que esa es su prioridad, y este es el único auténtico consenso bipartidista en Washington. La UE, como vemos, va reaccionando. Las grandes potencias económicas, pues, están en ello, y las derivadas son múltiples.

En términos geopolíticos, se vislumbra la consolidación por la vía económica de la nueva estructura de un mundo polarizado, fragmentado. Algunos países —como la India, que se puede beneficiar por la reorganización de las cadenas de suministro occidentales y de compra de combustible barato de Rusia— sacarán ventaja del movimiento. Otros, sufrirán.

En términos nacionales, se perfila un reforzado papel del Estado en la política económica —con dimensión comunitaria, en el caso de la UE— inimaginable hasta hace poco. No solo su función como atenuador de choques sociales es aceptada ya por muchos partidos conservadores ―como los tories en el Reino Unido— sino que el intervencionismo en política industrial se halla en pleno orden del día.

En términos de consumo también es posible que haya consecuencias, ya que, según como se desarrolle, el proceso podría tener efectos inflacionistas, bien por la vía de escaladas proteccionistas o por la del cambio en las cadenas . “La distribución de las cadenas de valor a nivel global obedece fundamentalmente a razones de eficiencia”, argumenta Arnal. “Muchos procesos de producción se deslocalizaron a China por una razón de menores costes laborales. Si Occidente es capaz de encontrar aliados alternativos que puedan cumplir estas funciones de manera igualmente eficiente, el impacto no debería ser inflacionista. No obstante, este tipo de operaciones de relocalización llevan tiempo y si se quiere acelerar, es probable que sí acabe teniendo un impacto en términos de inflación en el corto plazo”, dice la experta.

A continuación, una mirada a los principales sectores en los que esta tendencia va cobrando cuerpo.

Cadenas de suministro

La reorganización de las cadenas de suministro para no depender en exceso de adversarios es un aspecto central en esta tendencia. En el sector energético, el giro es abrupto. La desconexión entre UE y Rusia es casi absoluta. Los europeos han sabido sortear el problema con una mezcla de cambio de proveedores y ahorro. El Kremlin ha incrementado sus ventas a China y la India.

Vista del puerto de Felixstowe en Gran Bretaña.
Vista del puerto de Felixstowe en Gran Bretaña. PETER CZIBORRA (REUTERS)

“La reducción de la dependencia europea de los hidrocarburos rusos es la ilustración perfecta de estos movimientos de desacople. Es un logro realmente notable. Probablemente, no hay un ejemplo histórico comparable a lo que ha ocurrido, es excepcional”, dice Laïdi.

Todo el enorme esfuerzo para avanzar hacia las energías renovables no solo tiene el obvio componente de intento de reducir emisiones, sino también dependencias. El incremento de las inversiones que se va registrando tiene pues, además de un componente medioambiental, uno geoestratégico.

Diferente es el escenario de la dependencia occidental de China en términos de capacidad manufacturera y de materias primas estratégicas. Aquí, la reorganización de las cadenas de suministro se mueve con lentitud. Hay ejemplos totémicos de cambio, como los aranceles impuestos por la Administración de Trump a múltiples productos chinos o la maniobra de Apple, que ha reubicado en Vietnam y la India parte de sus procesos manufactureros. Pero, en conjunto, es un viraje lento.

“La reorganización de las cadenas de suministro sobre la base de conceptos como el reshoring, el nearshoring o el friendshoring (conceptos en inglés que describen el repatriar, el acercar o recolocar en países amigos las cadenas) es más difícil de lo que aparenta, dadas las fuertes interrelaciones económicas, financieras y comerciales que se han gestado durante las últimas décadas”, dice Arnal.

En concreto, desvincularse de China es especialmente complejo. “El atractivo de la manufactura en China no procede solo de los bajos costes y de estar en un gran mercado”, comenta Gehrke, del ECFR. “China ha creado un entorno manufacturero con atributos extraordinarios en términos de infraestructuras, conexiones, acceso a recursos. No se pueden reconstruir condiciones iguales de repente en otros países. Hace falta tiempo y dinero para que la India, Indonesia o Vietnam puedan ofrecer un ecosistema comparable”.

Pero el proceso está en marcha. Una encuesta llevada a cabo por la consultora McKinsey en la primavera de 2022 entre un centenar de empresas líderes en el ámbito de las cadenas de suministros señalaba que un 80% ya se había activado para incrementar inventario y diversificar proveedores de materias primas, mientras un 44% lo hacía para regionalizar las cadenas. Estos datos eran muy superiores a los del año anterior, y sin duda en gran medida fueron impulsados por la pandemia. La guerra en Ucrania y el deterioro de las relaciones entre EE UU y China espolean esa tendencia.

Como señala Laïdi, la pandemia mostró que productos que difícilmente podrían haberse considerado estratégicos antes, como las mascarillas, pueden llegar a serlo, abriendo un campo muy grande a la reflexión sobre cadenas de suministro.

Tecnologías estratégicas

Pero son obviamente las tecnologías estratégicas las que concentran la mayor parte de la atención. Aquí, más que en ningún otro sector, se fundamenta la construcción del poder y de la autonomía en la escena global. China lleva décadas embarcada en un enorme esfuerzo público para alcanzar la primacía. EE UU y Europa confiaron en el desarrollo propiciado por el libre mercado durante tiempo, pero ahora actúan con vehemencia desde los poderes públicos. Aquí la acción es vertiginosa.

“Hay un doble tipo de acción”, señala Gehrke. “Por un lado, están las acciones restrictivas, como el veto a la exportación de tecnología sensible a China, los controles sobre la inversión china en empresas estratégicas o el freno al despliegue de infraestructura 5G de Huawei. Por el otro, las de incentivo al desarrollo de capacidades autóctonas”, dice el experto.

En este último segmento, las inversiones son ingentes. EE UU ha tomado la delantera, con grandes sumas destinadas a fomentar el desarrollo tecnológico y manufacturero nacional en las áreas de microchips y energías renovables. La UE también se mueve en esos dos carriles; otras importantes economías impulsan programas parecidos y China está en ello desde hace tiempo con su capitalismo de Estado.

Las potencias occidentales trabajan además para asegurarse una mayor resiliencia en el suministro de minerales necesarios para alimentar esos sectores, área en la que China detiene una posición dominante.

La acción es de amplio espectro. “Hoy el foco principal está puesto en los microchips y las renovables, pero hay otros muy relevantes que sin duda recibirán una atención creciente, como la inteligencia artificial o la computación cuántica”, opina Gehrke.

Sector financiero

El sector financiero tampoco es inmune a estos cambios económicos. Se detectan múltiples vías de impacto, desde la posición del dólar en los mercados internacionales hasta los flujos de inversión privados, desde los sistemas para operaciones bancarias hasta el depósito de reservas públicas o la tenencia de bonos de deuda pública.

“La posición del dólar en el sistema monetario internacional es hegemónica. Casi el 60% de las reservas internacionales están denominadas en dólares. También lo es como medio de pago: en el período 1999-2019, el dólar representó el 96% de la facturación de exportaciones en el continente americano, el 74% en la región Asia-Pacífico, y el 79% en el resto del mundo”, dice Arnal. “No obstante, la imposición de sanciones económicas por parte de Occidente a Rusia y en particular, la congelación de una buena parte de sus reservas internacionales, están empujando la desdolarización de economías como la china o la rusa. Así, por ejemplo, Putin ha anunciado ya que está a favor de emplear el yuan para transacciones entre Rusia y países de Asia, África y América Latina”, prosigue.

Arnal señala que la desdolarización de la economía global es un proceso que empezó hace tiempo y que, probablemente, se irá acentuando. “Nos movemos así en la dirección de un mundo multimoneda. En cualquier caso, se trata de un proceso paulatino que llevará todavía tardará varios años”.

China, por ejemplo, está reduciendo la cuantía en su poder de bonos de deuda del Tesoro estadounidense. En enero de 2022 sumaba algo más de un billón de dólares. El pasado enero, unos 860.000 millones. Tanto China como Rusia trabajan, con dificultades, para hacer viables y eficaces sistemas de comunicación bancarios alternativos al SWIFT.

En cuanto a inversión directa extranjera, el corte del flujo de capitales occidentales hacia Rusia ha resultado abrupto. Más incierto se presenta el escenario con respecto a las inversiones occidentales en el mercado chino.

Defensa

El sector industrial de la defensa es otro de los segmentos protagonistas en la época de la economía de la seguridad. La guerra en Ucrania y el deterioro de las relaciones entre EE UU y China, junto con otros focos de tensión, fomentan un incremento de las inversiones que sin duda en los próximos años dará un claro impulso a las empresas del sector.

La facturación de las 100 empresas más grandes del ramo en concepto de armas vendidas rozó los 600.000 millones de dólares en 2021, en la que era una senda ascendente ya antes del empeoramiento del panorama geopolítico. En el nuevo contexto, las inversiones ya anunciadas para renovar arsenales, ampliarlos y acrecentar capacidad productiva —por ejemplo, de munición— tiene visos de generar un fuerte dinamismo económico.

Clima

No solo factores de carácter geopolítico espolean esta tendencia. Igual que la pandemia estimuló una reflexión sobre los riesgos de una excesiva dependencia en materia de medicamentos, maquinarias o equipamientos necesarios en ese ámbito, el cambio climático y sus repercusiones sobre la disponibilidad, por ejemplo, de agua potable o alimentos, es otro factor que es posible acabe ejerciendo un peso creciente.

El mundo entra en una nueva era con múltiples rasgos problemáticos y la economía, terreno central del que emana la prosperidad y el poder, tiene visos de encarar un consistente cambio de paradigma con respecto a las últimas décadas.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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