Caparrós
Como muchos, lo copié, le robé, lo imité. Jamás dijo: “No, señor, esa manera es mía, invente usted la suya”, quizás porque cuando algunos nos acercábamos trabajosamente al sitio donde estaba, él ya se había ido a otra parte”


La semana pasada, el periodista argentino Martín Caparrós recibió el premio Ortega y Gasset a la trayectoria. Dio su discurso de aceptación en verso, usando la métrica y el tono gauchesco del Martín Fierro. Muchos de quienes lo conocemos somos tipos rudos. Después de escucharlo, intercambiamos emojis de caritas llorosas. El discurso era una pócima en la que se mezclaban el amor por el oficio y una crítica fuerte a quienes se dejan “cautivar/ por la ilusión de ganar/ más clientes para la tienda”. Era un látigo, una palmada en la espalda, un recordatorio de por qué hacemos lo que hacemos, una llamada a ser gente de nuestro tiempo y no retroceder espantados ante el futuro que ya está aquí. Cuando empecé en este oficio, él era todo lo que yo quería ser: una fuerza de la naturaleza, dueño de una mirada de rayos equis y una prosa que cantaba. Como muchos, lo copié, le robé, lo imité. Jamás dijo: “No, señor, esa manera es mía, invente usted la suya”, quizás porque cuando algunos nos acercábamos trabajosamente al sitio donde estaba, él ya se había ido a otra parte. A lo largo de años cambió de temas y formatos, acometió proyectos demenciales ―contar la Argentina (El Interior), contar el hambre del mundo (El Hambre), contar un continente (Ñamérica)―, sin dejar de embestir contra la corrección política ni de defender como un buey pendenciero cosas que le importaban. Mucho de todo lo que aprendí sobre el periodismo lo aprendí leyendo ―y viendo vivir― a Caparrós, contemplando su forma de buscar la incomodidad y el riesgo. Las circunstancias nos hicieron cercanos. Ahora, además de ser un colega al que admiro, es un amigo, un hombre que me importa. Al terminar su discurso, con una ternura resquebrajada que le conozco pero que usa poco, dijo: “Muchas gracias, compañeros, muchas gracias, mis queridos”. Lo pensé entonces, lo digo ahora: gracias a vos, querido. Por tanto. Por todo.
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