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tribuna
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Primarias, no relatos

La autonomía de las organizaciones es muy respetable, pero lo es más el derecho de los electores a disponer de “frenos de emergencia” cuando el horizonte que se dibuja es entregarle el Gobierno a una derecha radicalizada

La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, durante un acto de Sumar en Andalucía, el pasado día 19 en Sevilla.
La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, durante un acto de Sumar en Andalucía, el pasado día 19 en Sevilla.Eduardo Briones (Europa Press)

En 2005 la coalición de los partidos italianos de centroizquierda celebró unas elecciones primarias históricas para elegir a su candidato a la presidencia del Gobierno. Impulsadas por el antes carismático líder de Rifondazione Comunista, Fausto Bertinotti, estas primarias abiertas convocaron a toda la ciudadanía sumando cuatro millones de votos. En las sedes políticas, bares, comercios y escuelas de toda Italia fueron colocadas urnas que concitaron una afluencia masiva. La convocatoria supuso una impresionante movilización que desbordó todas las expectativas de sus organizadores contribuyendo a la victoria, aunque por los pelos, de Romano Prodi frente a Silvio Berlusconi en las elecciones de 2006.

Los tristes derroteros de la izquierda italiana desaconsejan invocarla como ejemplo de casi nada. Si acaso es un útil espejo en el que mirarse para conocer y prevenir los daños que la izquierda puede llegar a autoinfligirse. Pero este precedente singular sí puede ser de utilidad para España y para la circunstancia por la que atraviesa la izquierda alternativa en nuestro país.

Hace pocos días, Yolanda Díaz afirmó en Sevilla que “es difícil sumar lo distinto de personas que vienen de tradiciones diferentes, pero cuando coincidimos en el 90% del programa, tenemos que estar a la altura, vengamos de donde vengamos”. Es una cita, supongo que intencionada, de unas palabras pronunciadas por Pablo Iglesias en un mitin en 2019. Y tanto uno como otro tenían toda la razón cuando las pronunciaron.

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El objetivo, la unidad, no puede estar más claro. Las dudas se refieren a los métodos y a las vías y los plazos.

Por eso, es una buena noticia que se dibuje un cierto consenso entre Podemos y Sumar en torno a las primarias como oportunidad, seguramente la última, para evitar una catástrofe. No obstante, el historial de desencuentros deja mucho espacio al escepticismo en torno a las posibilidades de culminar un acuerdo y también respecto de la voluntad auténtica de encontrar una solución constructiva a través de unas elecciones primarias. No es descabellado pensar que la cuestión del método pudiera convertirse en la disputa por el relato del futuro desde el que hacer un interesado reparto de culpas sobre el fracaso de la unidad.

Existe, sin embargo, la posibilidad de que las primarias sean un punto de giro inesperado. Esa posibilidad pasa por celebrar unas primarias abiertas a la ciudadanía libres de censos militantes y de aparatos; sin carnés ni pedigrís. Pasa, en definitiva, por la posibilidad de devolverle la palabra a la gente inequívocamente y de lograr que las primarias no se conviertan en un ritual esclerotizado o en un sudoku ininteligible en los que no se elige nada más que profundizar en nuestras pasiones tristes.

Estamos a tiempo de encauzar la solución tanto como de repetir costosos errores pasados. El ciclo político iniciado en 2014 con la irrupción de Podemos es testimonio tanto del poder vigorizante del voto popular para elegir direcciones y candidatos como de su aniquilador “reverso tenebroso”.

La exigencia de primarias abiertas a la ciudadanía es una garantía para evitar el posible fraude a los electores de un espacio que mayoritariamente quiere que sus formaciones concurran juntas para revalidar el Gobierno de coalición. Este “instinto de supervivencia” del electorado quedó registrado en la encuesta de 40db para EL PAÍS y la Cadena Ser que mostraba de modo diáfano lo que muchos sospechábamos: concurriendo por separado, Podemos y Sumar verían mermadas gravemente sus posibilidades electorales y, lo que aún es peor, comprometían seriamente la posibilidad de continuidad del Gobierno de coalición (hic sunt dracones).

La autonomía y soberanía de las organizaciones es muy respetable, pero lo es aún más el derecho de los afiliados y los electores a disponer de “frenos de emergencia” cuando el horizonte que se dibuja es el desastre de entregarle el Gobierno de nuestro país a una derecha radicalizada. Ese freno se encuentra en que las organizaciones se comprometan sin birlibirloques a escuchar y obedecer un mandato popular inapelable.

Jugar a la extenuación de Podemos es un error que Sumar no debiera cometer. Es preciso que quienes abogan por el sacrificio de Podemos para catapultar la candidatura de Yolanda Díaz renuncien a un empeño peor que torpe, suicida. Sumar requiere capacidad de aglutinar entusiasmos, apoyos, programas, pero también organizaciones y tradiciones.

Por su parte, Podemos tampoco debe utilizar el reclamo de unas primarias como coartada para encubrir una negociación de los vértices de aparatos con políticas de máximos que hagan que el proceso nazca muerto.

Unas elecciones primarias abiertas a la ciudadanía pueden ser el principio desde el que urdir la unidad imprescindible para salir a ganar el ciclo electoral que se avecina. Unidad construida desde el sentido común de nuestro electorado. Unidad como clara conciencia de que una izquierda dividida en tres ya se puede despedir. El castigo sería, como poco, cien años de soledad bien merecidos. En el espejo retrovisor aparece Italia. No la perdamos de vista.

Se necesita responsabilidad, pero también se necesita audacia. La fortuna favorece a los audaces. La tuvo el Podemos que irrumpió en 2014 y la tuvo Pablo Iglesias apostando con todo y contra todos por el improbable Gobierno de coalición. Ahora le toca a quien fue señalada para liderar el espacio político del cambio un gesto audaz que haga posible un desenlace virtuoso.

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