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Columna
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En mi casa manda mi mujer...

El ciudadano Tamames está mayor porque lo es, pero lo que yo escuché de su boca está al alcance de los oídos de cualquiera no solo dicho por Vox sino por la derecha

Tamames moción de censura
Ramón Tamames, durante la segunda jornada de la moción de censura de Vox.Jaime Villanueva (EL PAÍS)
Elvira Lindo

... Y todo el mundo lo sabe. Tal vez fuera esta la frase más cañí de todas las que se pronunciaron en el abracadabrante show de la moción y que bien pudiera inspirar un ensayo que ahondara en las razones por las que cualquier movimiento reaccionario coloca a la mujer en el centro de su discurso nostálgico. Lo que me ha parecido más triste de todo este asunto, que en su apariencia superficial se alimenta de la astracanada, es que lo que más se ha destacado ha sido la vejez del presidenciable Tamames, esa supuesta decadencia intelectual a la que los años condenan, el tono condescendiente que empleamos con los ancianos al ignorar, ay, que llegará el día en que a nosotros también nos costará arrastrar los pies. Pero no hay que olvidar que Franco hizo gala de su implacable crueldad hasta el último aliento y que a nadie se le ocurrió poner en duda su poder por el hecho de ser ejercido por un viejo moribundo. Atentos al asunto: si bien la mente puede deteriorarse con los años, también vemos muchas cabezas jóvenes sumidas en el cabreo perpetuo por haber perdido el poder que atesoraron. Hagan ustedes la cuenta de cuántas idioteces pueden salir de la boca de un hombre despechado, y cito a los hombres porque han venido siendo los que han acaparado el mando. A las mujeres, para dicha reacción, nos queda el dudoso honor de ser subordinadas, ostentando un poder doméstico cargado de ataduras que imposibilita gozar de una existencia independiente.

Se respiraba en el hemiciclo una suerte de respeto al viejo profesor que participó en algunos nobles episodios de la lucha contra Franco. Lo erróneo es que del antifranquismo, los más jóvenes del lugar daban un salto hasta el presente, como si entre medias el señor Tamames hubiera sido un ciudadano leal con las ideas del joven airado que contribuyó a la llegada de las libertades. Recordamos aquel primer Tamames poseedor del atractivo del excéntrico, de un hombre de elegancia desmañanada; algo que se agradecía en la uniformidad grisácea del antifranquismo. Pero la extravagancia juega malas pasadas y el político estrenó con la madurez una tendencia compulsiva al transfuguismo. De aquella actividad voluble y chaquetera hace ya tantas décadas que lo de esta semana era perfectamente previsible en su figura. Tal vez lo que pretendía demostrar Vox es que alguien que gozó de una locura izquierdil de juventud puede rehabilitarse y alcanzar tal sabiduría como para soltar sin sonrojo la misma sarta de exabruptos que forman parte del discurso de la extrema derecha, ya se sabe, la nación amenazada, la persecución de la familia tradicional, la perversión de los niños, la visión apocalíptica del país, que se hunde, y la negación de la violencia machista, punto que comparte uno de Albacete con otro de Utah. Pero no suelo creer en las conversiones de última hora. El ciudadano Tamames está mayor porque lo es, pero lo que yo escuché de su boca está al alcance de los oídos de cualquiera no solo dicho por Vox sino por la derecha, por los jóvenes del punk reaccionario, por los resentidos, por ese dedo con el que Mañueco, en un gesto asqueroso para un tipo que ostenta un cargo público, mostró su desprecio a la palabra de una adversaria. Tamames fue esta semana portavoz de todos los lugares comunes de la gran falacia que anda en boca del hombre despechado, de aquel que cree haber tenido a la mujer donde tenía que estar, en un altar, y ahora se le ha escapado de la hornacina. Tamames, prohombre de la patria que se siente excluido en los nuevos tiempos. Tamames, individuo que denuncia a gritos que ya no existe libertad de expresión. Tamames sí que ha sido un ajustado representante de esa furia libertarian que tan hondamente está enfangando las democracias. Así que no creamos que la suya fue palabra de viejo, sino de hombre iracundo que representa a un temible batallón.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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