Marisquerías Tamames
Además de hacerle el juego a la ultraderecha, la supuesta élite de amigos del economista hoy tendrán más chascarrillos con los que divertirse en la sobremesa
Bromeaba Sánchez Dragó sobre su íntimo amigo, el señor Tamames, diciendo que estaba pletórico, que su sueño era el de llegar a ser presidente del Gobierno. Esa derecha de siempre, la del frívolo chascarrillo de marisquería que ideó con esa misma ligereza la farsa a la que hemos asistido hoy, ha servido de perfecta muleta a una ultraderecha deseosa de tener notoriedad mediática. Bien por Vox, que sigue el perfecto manual del partido ultra: el de utilizar no ya a las instituciones democráticas, sino a personas o formaciones políticas para ganar la respetabilidad suficiente que les convierta en legítimos aspirantes al poder. Fíjense, si no, con qué solemnidad tendía la mano al Partido Popular el señor Abascal —antes de pasar a sus enojosas y agonizantes réplicas— en su cruzada contra la autocracia sanchista, mientras Tamames se revolvía en su silla esperando impaciente su momento de oro. Pero ese es el pacto con el diablo al que se ha querido prestar el antiguo dirigente del Partido Comunista, el erudito compañero de cantina de Sánchez Dragó, quien desde el segundísimo plano de su “condición de independiente” ha decidido ignorar una regla básica en democracia: para que las formaciones extremistas permanezcan marginadas y alejadas de los centros de poder, también las élites políticas son responsables de actuar como filtros, evitando cualquier alineamiento público con ellos. Dicen los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su ya clásica obra Cómo mueren las democracias que la prueba esencial para ellas no es la emergencia de partidos ultras como Vox, sino si sus élites políticas y partidos “se esfuerzan por impedirles llegar al poder”.
Pero esa supuesta élite a la que pertenece el señor Tamames ha desaprovechado hoy una ocasión que no estaba pensada para él, sino para el propio lucimiento de Abascal. El discurso del otrora dirigente comunista chapoteaba entre propuestas demasiado generalistas para considerarse dignas de tal nombre y las típicas extravagancias de conversación de marisquería. Un solo ejemplo: la propuesta de recortar en 60.000 millones el gasto público, algo que provocaría una gran depresión propia de hace un siglo. A veces nos lo hemos imaginado con sus compañeros de sobremesa, regocijándose en esas aguas estancadas de los lugares comunes de una generación que ha envejecido muy mal, con su nostalgia del bipartidismo y de la arcadia perdida del consenso constitucional. Y de ahí, dando el salto acrobático mortal a las archiconocidas preocupaciones ultras sobre la dignidad de España, el orgullo nacional, lo mala que es la leyenda negra y la santa unidad de los territorios. Así quedaba plasmado el retrato de la España de orden frente al viejo fantasma Frankenstein, el dibujo caricaturesco de un panorama político en decadencia en boca de quien dice hablar por la concordia y la esperanza.
La decepcionante parte económica del discurso del profesor Tamames se resume en un batiburrillo de críticas que la oposición lleva años vertiendo, incluido su tufillo apocalíptico. Y como broche final, el delirio conspiranoico de una guerra de Ucrania que supuestamente nos ha traído Estados Unidos y de la que nos sacará China: “¿Para qué sirve entonces Europa?”, exclamó Tamames recurriendo al ingrediente rojipardo que faltaba en la ensalada. Además de hacerle el juego a la ultraderecha en el que previsiblemente participará el PP con su vergonzosa abstención, los señores de la marisquería hoy tendrán más chascarrillos con los que divertirse en la sobremesa. Quizá la pregunta clave no sea ese ¿para qué sirve Europa?, sino otra un poco distinta: ¿Para qué sirve Vox?
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