El globo antisanchista
Antes de que el economista Tamames leyese su discurso desde el escaño, Sánchez supo que la moción de censura había quedado desactivada
Cuando a las 9.02 de la mañana la presidenta del Congreso abrió la sesión, no estaba previsto que al cabo de una hora y media de moción de censura se escuchase aquel simbólico estruendo en el hemiciclo: el globo del antisanchismo, hinchado por la oposición parlamentaria durante esta legislatura de la pandemia en el mundo y la guerra en Europa, había explotado.
No eran pocos los que advertían del peligro de esta moción de censura. Que no se confíe el Gobierno, decían. Pero la paradoja inesperada ha sido que el jugador excéntrico haya sido, precisamente, su partido impulsor. El error no forzado no lo ha provocado Ramón Tamames, al fin y al cabo un descolocado convidado de piedra de Santiago Abascal. El viejo profesor aún no había intervenido y la moción, desde un punto de vista político, ya había terminado: el globo había petado como consecuencia del planteamiento demagógico del líder de Vox, como se evidenció con su lastimosa primera réplica. Al tropezar otra vez con la misma piedra, como le ocurrió hace un par de años, Abascal le ha dado aire a Pedro Sánchez. Pero en este caso, a diferencia de la primera vez, el PP no podía salir reforzado. Al contrario. La impugnación antipolítica de nuestro perezoso reconquistador nacionalista ha desgastado el argumentario que la oposición ha ido acumulando desde hace meses.
De la crítica a la acción de Gobierno pasó a una exhibición transparente de nacionalpopulismo en versión castiza. Al denunciar los “delirios de autócrata” del presidente, el discurso de Abascal fue injertándose poco a poco al de las derechas radicales occidentales. No faltaron las referencias prototípicas de esa corriente que degrada la institucionalidad democrática. No dejo tópico sin tocar. Desde el laboratorio de Wuhan hasta Bill Gates, pasando por la Agenda 20/30, el Foro de São Paulo o las mentiras del periodismo liberal. Ni faltaron tampoco las ausencias clamorosas. Nada sobre Ucrania. Nada sobre la Unión Europea. Nada sobre el cambio climático. Nada sobre nuestra realidad como ciudadanos del mundo. Porque la burbuja de Abascal es otra. Necesita imponer una España negra, ajena al orden global, porque la suerte de su partido pasa por excitar el clásico y oscurantista macizo de la raza, eso sí, posmoderno. Y esta vez tampoco ha funcionado y ha dejado tierra quemada. Ha empequeñecido el margen de los populares para robustecer su discurso de oposición.
Antes de que el economista Tamames leyese su discurso desde el escaño, Sánchez supo que la moción había quedado desactivada cuando se preguntó retóricamente por las razones que habían llevado a Vox a plantearla. ¿Por la unidad nacional, por la Constitución, la economía o la corrupción? Difícil argumentarlo mientras el independentismo catalán ha dejado de ser una amenaza sistémica, el Partido Popular sigue sin cumplir con el mandato de renovar el CGPJ y los datos de la economía, que podían ser el flanco débil del Gobierno, no son tan malos como se preveía hace unos meses. Dicho con otras palabras, en la lógica de la batalla cultural reaccionaria, Abascal se lo había puesto demasiado fácil a Sánchez. Se había referido a la falta de legitimidad del Gobierno desde el minuto cero o a las problemáticas leyes trans o la del solo sí es sí o a las “leyes que prohíben la exploración y explotación de nuestros recursos naturales” o a la profanación de tumbas. Según esta descripción espectral, la de la vulgata antisanchista, España está ante el abismo. Pero fuera del globo, fuera de la burbuja reaccionaria, la derecha radical española no tiene más que decir. Esa ha sido la clave de la moción de censura. El contraste entre el globo y la realidad. Y el globo antisanchista, de tanto hincharlo, reventó.
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