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Columna
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La tercera fortuna de España ha votado

Hay una grieta contemporánea por donde la democracia representativa escapa y la democracia censitaria regresa

Rafael del Pino (a la derecha, en primera fila), en la junta de accionistas de Ferrovial de 2022.
Rafael del Pino (a la derecha, en primera fila), en la junta de accionistas de Ferrovial de 2022.
Lluís Bassets

La tercera fortuna de España ha votado. Sin papeleta, ni urna. Y por adelantado, como suele hacerlo el dinero. Esta parece ser la intención de Rafael del Pino con el súbito anuncio de la salida del país de una empresa de tanta envergadura como la suya, nacida en plena autarquía franquista, crecida con el desarrollismo y convertida en gigante internacional con la democracia. Al menos así lo ha interpretado buena parte de la opinión pública.

Junto a sus preferencias por un partido, incluso las personales en favor de un determinado dirigente, el multimillonario empresario también ha mostrado cómo funciona hoy el poder. No es un caso único. En Estados Unidos sucede cada día. También en gran parte del planeta, a excepción de lugares como China, Rusia o Arabia Saudí, donde los magnates atienden disciplinadamente al criterio del Gobierno en plaza.

La multipolaridad en la que nos hemos adentrado da voz y reparte el poder con los países emergentes, pero también lo dispersa fuera del alcance de los Estados e incluso de cualquier regla de juego. Hay más poder en Silicon Valley que en muchas capitales mundiales. Una decisión como esta nos dice de quien la toma que tiene más poder que el Gobierno de su país. Y que puede permitirse el lujo de despedirse a la francesa, con pocas explicaciones y ninguna comprensión de los dirigentes políticos. Quizás no la necesita e incluso le convenga o complazca su interpretación como un revés asestado a unos gobernantes insuficientemente deferentes con los empresarios y los legítimos intereses del capital.

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Es un déficit de poder muy propio de nuestra época, pero también una carencia de reflejos políticos, de capacidad persuasiva e incluso de consistencia por parte de los responsables gubernamentales. Con una consecuencia que les desborda. En esta acción tan intempestiva como diáfana hay una advertencia para todos, el actual jefe de Gobierno, quien le suceda y quienes sucedan a quien le suceda.

La grieta es una vieja conocida. El déficit es sobre todo de gobernanza europea, especialmente de orden fiscal, el lugar por donde más se escapa de todo: los capitales asociados a poderes autocráticos, por ejemplo. Y también entra de todo, como son los virus de las desigualdades. Solo una Unión Europea con más poder, es decir, con autonomía estratégica, podría impedir que una multinacional exhibiera más fuerza que los gobiernos y parlamentos surgidos de las urnas democráticas.

La grieta es también un escape de la democracia parlamentaria y por ella regresa otra democracia, la censitaria, el voto de los propietarios, en flagrante contradicción con el principio democrático que da a cada ciudadano un voto. Actuaciones como esta desatan la imaginación populista en busca de fórmulas alternativas a la democracia representativa, hasta abolirla si hace falta e implantar un tipo de gobierno que todos conocemos y muchos solemos temer y execrar.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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