¡A Wikipedia compañer@s!
La Segunda República fue la primera democracia parlamentaria existente en España, un hecho que la reinterpretación de la historia desde algunos ámbitos pretende poner en duda
La señal de alarma se produjo al salir de clase. Dos alumnas se acercaron a preguntarme por qué las explicaciones sobre las elecciones generales del 16 de febrero de 1936, que dieron como resultado el triunfo del Frente Popular y que hoy se conmemoran, no coincidían con la versión existente en Wikipedia. Efectivamente, a diferencia de la entrada en español sobre la efeméride, detallada, rigurosa y que da cuenta de los distintos libros que se han ocupado del tema, la entrada en francés sobre los últimos comicios libres celebrados en España hasta 1977 solamente cita una fuente: 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular.
Esta obra, de la que son autores dos historiadores profesionales, Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, fue contestada desde su publicación en 2017. Prestigiosos investigadores, como Enrique Moradiellos y Eduardo González Calleja, señalaron rápidamente las carencias de su metodología, su gusto por seleccionar ejemplos que les convenían e ignorar todos aquellos que los contradecían, así como sus numerosos juicios morales y presentistas. Pero si los usuarios-editores de Wikipedia en España se hicieron eco de estas críticas, en Francia, convertida últimamente en el foco del revisionismo sobre la historia contemporánea española, la entrada sigue inamovible. Y no es la única, un rápido barrido por otras temáticas sensibles presenta la Segunda República como un mero periodo de pre-Guerra Civil.
Lo peor de todo es que, en realidad, bastaría con leer la polémica obra para desmentir esta visión. Sus autores reconocen que la violencia “estorbó, pero no impidió, la competición democrática” y que todas las fuerzas políticas coincidieron en que la “votación se había celebrado correctamente”. Ni siquiera dando por ciertas todas las irregularidades que denuncian se habría modificado el resultado final de las elecciones. La pregunta, entonces, es obvia: ¿por qué titular el libro de manera contradictoria con sus propias conclusiones?
La probable respuesta es que, en el fondo, los resultados de las investigaciones dan igual, lo importante es que los titulares coincidan con tus ideas preconcebidas o con el mensaje político que deseas transmitir. Wikipedia, Twitter y los medios y periodistas que rotulan sin verificar sus fuentes harán el resto. Y una vez se haya instalado el mensaje en el imaginario de tu público, nadie querrá atender a razones, explicaciones ni matizaciones. El relato de la historia es un elemento más de un juego peligroso, construir una serie de antecedentes que sirvan de sustrato previo para poder justificar más fácilmente tus acciones en el presente.
Por supuesto, es una táctica antigua y estos autores no han sido los primeros ni los únicos en utilizar la titulación de manera poco ética y nada profesional. Por citar otro ejemplo reciente. En una buena investigación, los historiadores David Martínez Fiol y Joan Esculies estudiaron detenidamente el caso de los combatientes catalanes voluntarios en los ejércitos aliados durante la Gran Guerra, tradicionalmente cifrados en varios miles por el relato del independentismo, y concluyeron que la documentación disponible apenas permitía hablar de un millar de personas. Sin embargo, editores y autores optaron por titular la obra como 12.000! Els Catalans a la Primera Guerra Mundial, es decir, todo lo contrario de lo que acababan de demostrar. Argumentaron que se trataba de una ironía, pero es un modo de expresión que cotiza muy a la baja en internet.
Sin ironías, la Segunda República fue la primera democracia parlamentaria existente en España. Tuvo muchas deficiencias y problemas, como todos los sistemas democráticos de su tiempo, ninguno de los cuales sería hoy en día considerado una “democracia plena”. A pesar de todo, sus avances fueron decisivos, desde el pleno sufragio femenino a la creación del Tribunal de Garantías Constitucionales, pero sobre todo la verdadera alternancia en el poder. Fue la primera vez que los gobiernos perdieron elecciones legislativas que habían convocado. Aceptar la alternancia, reconocer que tu oponente político es tu adversario, pero no tu enemigo, y que, por lo tanto, puede ocupar el poder legítimamente, es la clave de la convivencia democrática. No fue un aprendizaje fácil. La derecha monárquica se negó a hacerlo e intentó sin éxito un golpe militar en 1932. Buena parte de la izquierda no aceptó perder las elecciones de 1933 e intentó una insurrección en 1934, siendo duramente reprimida y encarcelada por ello. Es exactamente la misma resolución que habrían merecido los protagonistas del golpe de Estado de julio de 1936. Salir de la dicotomía entre amigo y enemigo fue uno de los elementos esenciales de la transición a la democracia, como recordó sin titular ambiguamente la investigadora Paloma Aguilar Fernández.
No por casualidad, poner en cuestión esta tolerancia mutua es una de las principales estrategias de la nueva extrema derecha. Al comenzar su primera campaña presidencial, Donald Trump ya dejó claro que reconocer una posible derrota no entraba en sus previsiones, puso en tela de juicio la legitimidad de las elecciones al optar a la reelección y nunca pronunció un discurso de concesión al abandonar la Casa Blanca. Y otro tanto hizo Jair Bolsonaro, que cuestionó la integridad del proceso electoral en cuanto los sondeos dejaron de sonreírle. Como es bien conocido, los asaltos de sus seguidores a las sedes parlamentarias de Estados Unidos y de Brasil fueron la dramática consecuencia. Como advierten Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en otra obra de título sincero, Cómo mueren las democracias: “Las falsas acusaciones de fraude pueden socavar la confianza de la población en las elecciones y, cuando la ciudadanía no confía en el proceso electoral, puede perder fe en la propia democracia”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.