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COLUMNA
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Garamendi, en fuera de juego

Enternece que la CEOE apruebe la nueva remuneración de su presidente sin siquiera una única disidencia. Fervor estaliniano

El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, tras su victoria en las últimas elecciones de la patronal en noviembre pasado.
El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, tras su victoria en las últimas elecciones de la patronal en noviembre pasado.Pablo monge
Xavier Vidal-Folch

Hay mayorías búlgaras. Y la unanimidad soviética. Enternece que la patronal CEOE se apunte a esta última, cuando en un comunicado de rala escritura acredita que a su jefe, Antonio Garamendi, los 300 miembros de la junta directiva le han aprobado una nueva remuneración sin siquiera una única disidencia. Fervor estaliniano.

No aclaran en ese textito si todos comulgaban también con el anterior modelo de pagarle sus servicios, calcado al del ciclista-falso-autónomo imperante en Glovo. Pero no les molesten exigiéndoles “los principios de transparencia” de los que alardean, y obliteran, qué ordinariez. La opacidad, como la arruga, es bella, si es propia. Y no de los rivales o los gobiernos. También fueron unánimes apoyando a líderes... menos aseados, ¿recuerdan?

Si ahora le pagan como alto asalariado y antes como pobrecito autónomo, o lo actual es tontuno o lo previo estaba fuera de juego. O era incorrrecto. O anómalo. O irregular. O ilegal. O corrupto. Elijan. En todo caso, antirreglamentario, pues no constaba que estuviese aprobado por la junta (artículo 18 de los Estatutos de CEOE), quizá se validaba de noche y en secreto. Ni figuraba en las cuentas anuales auditadas: imán de sospechas.

O sea, que la petición de “respeto” hacia las decisiones de los 300 suscita compasión. ¿La merece el ocultamiento?, ¿el blanqueo de las decisiones antirreglamentarias sin explicación?, ¿el fuera de juego, alcance o no la suprema categoría de corrupto? Queridos patricios, esto no es propio de empresarios. No es un relato calvinista de Max Weber, sino siciliano de Roberto Saviano, de Leonardo Sciascia, de Andrea Camilleri.

La patronal tiene una oportunidad: pedir motu proprio la actuación de la Inspección de Trabajo, y sanear así su chapuza. Lo que nunca limpiará es el sinsentido, no de que su jefe tenga un sueldo pelín mejor que “humilde” —como él mismo alegaba— y que ahora es de 380.000 euros anuales, mayor que el de sus pares no ejecutivos, ¡bravo por los que pagan más, aunque los subvencionemos!..., sino que se lo suba un 8,5%. O sea, 5,5 puntos más que el 3% aplicado a sus 103 empleados. Y 4,5 más que lo que pretendía para el salario mínimo. Indignidad comparativa.

¿Qué legitimidad personal e institucional tiene este ciclista para negociar cotizaciones a la Seguridad Social, si racaneó la suya? ¿O para discutir sobre el pacto salarial? La que dicen prestarle los presuntos fuenteovejunos sovietizantes.


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