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tribuna
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El nuevo mapa estratégico de Europa, un año después de la invasión de Ucrania

En medio del conflicto, conviene observar el desplazamiento del poder en el continente, con los países del este a la vanguardia de la defensa y el sur en el centro de la transición energética

El nuevo mapa estratégico de Europa, un año después de la invasión de Ucrania. Luuk Van Middelaar
ENRIQUE FLORES

Un año después de la invasión rusa, el mapa estratégico de Europa está cambiando. Las fronteras están endureciéndose. El poder se desplaza hacia el Este. Esta dinámica crea malestar en la pareja francoalemana, pero desde luego también abre un espacio nuevo para países clave como España.

Para comprender lo que está pasando, hay que distanciarse de la imagen de las decisiones inmediatas de los dirigentes, Parlamentos y sociedades de toda la UE desde aquel fatídico 24 de febrero: las sanciones, las entregas de armas, los precios de la energía, la inflación. En lugar de ello, intentemos hacernos una idea del momento histórico.

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El año 2022 debe ser visto como una especie de “mini 1989″. La invasión es la mayor sacudida geoestratégica en el continente europeo desde la caída del muro de Berlín. Las realidades y las relaciones están cambiando. El canciller alemán Olaf Scholz tenía razón cuando habló de un Zeitenwende, un cambio de época. Estamos entrando en una nueva era.

Todo empezó con una gran conmoción. La guerra no es algo que esté pasando lejos, sino aquí al lado. Es una guerra terrestre que se desarrolla aquí, en nuestro continente. Por supuesto, la conmoción se sintió con más fuerza en Europa Central y del Este, incluida Alemania, que en los países de la costa atlántica, como España, Francia o Países Bajos, donde también se sintió de manera amplia.

Rusia se convierte en un enemigo contra el que debemos defendernos. Observemos las decisiones sobre el aumento del gasto en defensa. El primer cambio fundamental que produce la invasión es dónde estamos hoy, como Europa: al oeste de Rusia. Rusia ha tenido desde el siglo XVII una tentación occidental-europea y otra oriental-asiática. Al leer las novelas de Tolstói y Dostoievski, uno encuentra de manera recurrente conversaciones sobre la identidad del país.

Sin embargo, hoy, Rusia no es Europa. La Rusia de Vladímir Putin ha abandonado la familia de las naciones europeas. Un símbolo inequívoco, en marzo del año pasado, fue la retirada (y al mismo tiempo la expulsión) de Rusia del Consejo de Europa, el organismo que se ocupa de los derechos humanos y la democracia. Moscú ha dejado el espacio de los valores comunes.

Por el contrario, la mayoría de los europeos están de acuerdo en que Ucrania es Europa. Este es el argumento que el presidente Volodímir Zelenski ha defendido sin descanso y con maestría, incluido en su reciente visita a Londres, París y Bruselas.

Un segundo cambio espacial, directamente relacionado, es el endurecimiento de las fronteras. Ha vuelto a surgir una línea clara de demarcación que atraviesa al continente, como un nuevo telón de acero, desde el Báltico hasta el mar Negro. Ha dejado de haber espacio conceptual para “neutralidad”, “no alineación” y “zonas neutrales”. La petición de Finlandia y Suecia de ingresar en la OTAN es un claro síntoma de este cambio. De la misma manera que la idea de que Ucrania pudiera ser un Estado neutral —una noción que aún podía defenderse en enero de 2022— ya no sea viable.

¿Cómo hacer sitio a Ucrania de este lado de la nueva frontera endurecida? Después de algunas vacilaciones iniciales, los dirigentes europeos han ofrecido dos respuestas.

En primer lugar, otorgando a Ucrania la condición de país candidato a la Unión Europea, una decisión que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y sus 26 colegas tomaron en la cumbre de la UE de junio del año pasado. Esta medida era impensable hace un año. La reciente visita de la Comisión Europea a Kiev demostró la seriedad de la UE. Ahora bien, aunque el Gobierno ucranio tiene prisa, porque se juega su existencia, sabemos que esto tomará tiempo.

De ahí la segunda respuesta para dar forma a la nueva realidad estratégica: instituir una Comunidad Política Europea que exhiba la unidad de “la familia europea” en su conjunto. A la primera cumbre de esta nueva entidad en Praga, el pasado mes de octubre, asistieron en total 44 líderes, los 27 de la UE y también, entre otros, los primeros ministros de Reino Unido, Noruega y Suiza, el presidente de Turquía y, por supuesto, el presidente Zelenski, aunque en una comparecencia por vídeo. La foto de esta cumbre transmitió a Putin y al mundo el crucial mensaje de que los Estados europeos están unidos. Todas las miradas estarán puestas en España cuando acoja la tercera cumbre, en octubre de 2023, en la Alhambra.

También dentro de la familia de la UE propiamente dicha, la sacudida bélica ha alterado muchos equilibrios. “Europa se mueve hacia el Este”, dijo el canciller alemán Scholz en un importante discurso pronunciado en Praga el verano pasado. Una frase aparentemente inocente con profundas consecuencias.

Para empezar, desde la invasión rusa, las voces de los europeos del Este se han hecho oír con más fuerza en los debates públicos y en las reuniones de la UE y la OTAN. En especial, los polacos y los bálticos se sienten reivindicados. Hacía mucho tiempo que ellos advertían sobre la agresiva actitud de Rusia y la necesidad de armarse contra ella, que ellos calificaban de ingenua la política energética de Alemania, que ellos hacían todo lo posible para que Ucrania se incorporara a la familia. Hasta el 24 de febrero, era fácil descartar esas advertencias tildándolas de mera obsesión emocional con Rusia. Ya no más. La invasión dejó a Berlín y París “sin habla y paralizados”, dijo un analista de defensa. Europa del Este ganó voz política y moral. Y con consecuencias muy concretas, como, por ejemplo, más rapidez en la entrega de armas a Ucrania. Para estos países, la suerte de Ucrania es el reflejo de su propia escapatoria del yugo de Moscú.

No es que ahora, de repente, Polonia y Estonia decidan todo. La agenda de Bruselas no es solo Rusia y defensa. El mercado interior, el euro, la industria, la migración: en esos ámbitos cuenta el peso económico y demográfico de todos. Y ese peso sigue estando en el oeste y el sur del continente. Alemania, Francia, Italia y España, en total, suman más de 250 millones de habitantes y Polonia (38 millones) y Rumania (19 millones) están por detrás. Es decir, no ha disminuido la importancia de los cuatro grandes.

En los últimos tiempos se ha prestado mucha atención a la relación franco-alemana, un “matrimonio de conveniencia” que está claramente atravesando una etapa difícil. Desde la guerra, muchas de las decisiones más cruciales tienen que ver con la defensa y la energía. En estos dos terrenos, las ideas y los intereses de Francia y Alemania son muy diferentes. ¿Hay que comprar más armas en Estados Unidos (Berlín) o estimular la industria de defensa en Europa, lo que en la práctica suele beneficiar a Francia (París)? ¿Son las centrales nucleares una peligrosa fuente de residuos (Berlín, sobre todo Los Verdes) o una valiosa fuente de energía baja en emisiones de CO₂ (París)? Todos ellos son motivos para agrias discusiones.

Aun así, coincidiendo con su 60º aniversario de boda, celebrado solemnemente en París el mes pasado, Francia y Alemania lograron encontrar un camino común para avanzar. No en materia de defensa ni de endeudamiento común, sino en industria y energía verde. La producción de hidrógeno a gran escala, los nuevos gasoductos, una red eléctrica continental, es decir, las energías limpias, son los asuntos en los que quieren trabajar París y Berlín. En tiempos de cambio climático y guerra, ese es el proyecto de futuro.

Ahí hay otra oportunidad para España y los socios del Sur. También en materia energética la guerra está trastocando el mapa de Europa. Con la interrupción del gas ruso procedente del Este, la posición meridional se convierte de pronto en una nueva fuerza: producción de hidrógeno a partir de la energía solar, importaciones del norte de África y Latinoamérica, ajetreadas terminales de gas natural licuado desde Barcelona hasta Sines, sin olvidar la extraordinaria capacidad de regasificación de España.

En definitiva, en el nuevo mapa de Europa, mientras que el Este está a la vanguardia en la defensa, el Sur está en el centro de la transición energética. Conviene seguir observando este doble desplazamiento del poder, ahora que la guerra de Ucrania, trágicamente, va a iniciar su segundo año.


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