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Negociar con Putin

Los acuerdos de desarme en Europa entre Reagan y Gorbachov en la década de los ochenta condujeron al final de la Guerra Fría, y ahora solo unos nuevos acuerdos podrían evitar la segunda Guerra Fría y terminar con la caliente

Putin, durante una videoconferencia desde su residencia a las afueras de Moscú.
Putin, durante una videoconferencia desde su residencia a las afueras de Moscú.Mikhail Klimentyev (AP)
Lluís Bassets

Nadie podrá oponerse a una mediación como la que Lula propone. La dificultad está en el momento, las condiciones y sobre todo la materia de la negociación que hay que promover, es decir, las concesiones que pueden y deben hacer ambas partes, cuestión en la que el desacuerdo es absoluto. Este es el punto en que se encuentran Rusia y Ucrania, dispuestas ambas a seguir con la invasión la primera y defendiéndose la segunda. Putin solo quiere negociar a partir de los territorios conquistados y anexionados, que considera hechos consumados e innegociables. Aceptada la premisa, se abre a negociar el cese de las hostilidades y los bombardeos. Y luego, quizás la adhesión de Kiev a la Unión Europea, pero no a la OTAN, y naturalmente las fronteras definitivas. Es decir, nada de nada. O si es algo, una victoria política sustentada en su derrota militar. Podría organizar un desfile en la Plaza Roja para celebrarlo. Sería el prólogo a la reanudación de la guerra, como ha sucedido en otras ocasiones, la más notable la cumbre de Múnich en 1938. Nadie puede consagrar una modificación de fronteras por la fuerza. Muestra de que esto es así es el formato de negociación entre la OTAN y el Kremlin, pero sin Ucrania, que Putin propone. Como la Checoslovaquia entregada por Chamberlain a Hitler en nombre de la paz, una infame operación que condujo a la guerra europea y mundial y que no debe repetirse ahora.

Si fuera el caso de cesiones territoriales o de modificaciones en el estatuto legal de Crimea o el Donbás, nadie puede hurtar al gobierno de Kiev el derecho exclusivo a decidir por sí solo en una discusión que afecta a su Constitución. Su exigencia es la contraria: no hay nada a negociar sin la previa retirada de las tropas rusas de todo el territorio. Un mero alto el fuego podría allanar el camino, pero no debería ser el objeto de la negociación. En todo caso, hay sustancia para hablar, fundamentalmente, sobre seguridad y desarme. De unos y de otros. Y sobre las garantías, que todos exigen y necesitan. Ucrania de que no será agredida de nuevo por Rusia. Rusia de que cerca de sus fronteras se restringirá el estacionamiento de tropas y no se instalarán misiles. Putin querrá Crimea, con el argumento imperial de Sebastopol, el puerto naval de su flota meridional, pero Zelenski exigirá el desarme de la península para evitar futuros ataques desde allí a su territorio o a sus aguas territoriales.

Los acuerdos de desarme en Europa entre Reagan y Gorbachov en la década de los 80 condujeron al final de la Guerra Fría, y ahora solo unos nuevos acuerdos podrían evitar la segunda Guerra Fría y terminar con la caliente. Todo muy difícil, si se añaden las heridas abiertas e incurables de la invasión, la destrucción, los crímenes de guerra y la seguridad de que no podrá llegar la paz, y por tanto el levantamiento de las sanciones a Rusia y la normalización, sin el castigo de los culpables y la reparación del daño perpetrado.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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