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Columna
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Paparruchas

Son preferibles los viejos dogmas ya sin licencia para matar que las nuevas intransigencias de vigoroso cretinismo

Papa Benedicto XVI
Los papas Benedicto XVI y Francisco, en Castel Gandolfo en marzo de 2013,L'Osservatore Romano
Fernando Savater

Que los católicos se interesen por el Papa (o los papas, que últimamente tuvimos dos) resulta lógico porque es la máxima autoridad religiosa que deben respetar. Aunque a veces hagan bromas afectuosas sobre ella: mi amigo el cura Aguirre decía que todos los humanos tenemos pájaros en la cabeza pero sólo el Papa cree que el suyo es el Espíritu Santo. Quienes no somos católicos más que por la cultura en la que nos educaron y en la que vivimos —lo que no es poco— podemos distanciarnos con cierta indiferencia del Vicario de Cristo. Nos hacen bostezar los lugares comunes progres del Papa peronista y nos irritamos cuando llevó su bobería hasta el punto de comparar la masacre del Charlie Hebdo con la reacción que él tendría si le mentasen la madre. Por lo demás, ni caso. Sin duda, Ratzinger fue más inteligente y sutil, aunque la vertiginosa profundidad de su pensamiento —según algunos— tampoco es siempre evidente: cuando le dio por analizar la pederastia en la Iglesia rastreó sus orígenes en el licencioso Mayo del 68, lo cual no es de Premio Nobel. Y desde luego no fue un adalid del humanismo, porque lo vinculó a la piedad cristiana, ni de la razón ilustrada, que sustituyó por una variante germana del antidarwinista Diseño Inteligente. Fue un teólogo y la teología no es racionalista por lo mismo que no puede haber inventario competente del mobiliario de una habitación vacía.

Eso sí, con su “oscurantismo afable” (Flores d´Arcais dixit) representa una espiritualidad más acrisolada y sugestiva que los nuevos feligreses de cultos online como el izquierdismo woke, trans o queer, la demagogia populista, la ecolatría y la beatificación de las bestias en detrimento del genial demonio humano. Son preferibles los viejos dogmas ya sin licencia para matar que las nuevas intransigencias de vigoroso cretinismo. Pero ser pensante es preferible que ser creyente, pese al Papa.

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