Otro año de vértigo
Las encuestas hablan de empate de los dos grandes partidos tras una legislatura marcada por la pandemia y la guerra
El presidente Pedro Sánchez hizo esta semana balance del año 2022 y rendición de cuentas ante los periodistas. Presentó el nuevo paquete de medidas para seguir combatiendo la crisis derivada de la guerra en Ucrania en tono no ya de resumen de los últimos 12 meses, sino de la legislatura, en una especie de ensayo general de los argumentos con los que su Gobierno se presentará ante los ciudadanos en un año que, como adelantó él mismo, “apunta a que va a ser intenso”. De hecho, será un año electoral triple, con elecciones municipales, autonómicas y generales.
Sánchez articuló el currículo de su Gobierno en tres ejes. Defendió que, ante dificultades inesperadas como la pandemia, el volcán o la guerra, la respuesta del Gobierno siempre ha estado enfocada a atender a los más afectados; que las medidas difíciles de explicar respecto a Cataluña deben ser juzgadas por sus efectos en la normalización y mitigación de conflicto, en contraste con la situación “heredada”, y señaló, en tercer lugar, la sorprendente eficiencia legislativa de un Gobierno de coalición y en minoría, que ha logrado aprobar más de 190 leyes y tres presupuestos. Situó al PP “fuera de la Constitución” por impedir la renovación de los órganos constitucionales y trató de trasladar la imagen de Alberto Núñez Feijóo como un líder decepcionante para sus propios votantes. En definitiva, las ideas fuerza del año electoral serán tres: normalidad frente al conflicto territorial, cumplimiento frente a boicot y eficiencia frente a demagogia.
El Gobierno de coalición termina el año con la economía en mejores condiciones de lo que anticipaban los pronósticos hace solo unos meses —el crecimiento superará el 5% y el mercado de trabajo se ha comportado excepcionalmente bien—, aunque no conviene relativizar una inflación al 5,8% y una deuda pública en el 116% sobre el PIB. Puede acreditar también una amplia batería de medidas para atender a amplias capas de la población de la virulencia de las crisis de la guerra de Ucrania (y solo ese efecto amortiguador explica que con la inflación disparada este país no haya registrado apenas protestas). Otro notable éxito en Europa ha sido el tope al precio del gas que nuestro país ha liderado, reduciendo en la península Ibérica los precios energéticos y la inflación. Y las encuestas electorales hablan de empate técnico con el PP, tras una legislatura que pasará a la historia por la sucesión de acontecimientos extraordinarios que la han jalonado, y por encima de todos, la pandemia y los efectos de la guerra de Ucrania.
Todo esto es verdad y, sin embargo, España vive en un sobresalto democrático permanente del que también el Gobierno tiene que hacer autocrítica. Esquivar el no por sistema de la oposición y la deslegitimación del Gobierno de coalición no lo justifica todo. O no justifican ni el atropellamiento legislativo de última hora con asuntos tan delicados e inexplicados como la reforma de la malversación o la decisión, legal pero polémica, de nombrar para el Constitucional a candidatos directamente vinculados con su Gobierno o ligar su suerte parlamentaria a una Esquerra Republicana que mantiene la retórica independentista sin admitir la verdad: que el procés ha fracasado. Y siguen faltando explicaciones sobre la gravísima tragedia en la valla de Melilla y sobre el cambio de posición en el Sáhara.
También el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha comparecido esta semana para hacer balance de su primer año al frente del partido en Génova 13. Los populares reivindican como propia la idea de la bajada del IVA a los productos básicos y prefieren sustituir por un descuento en el IRPF el cheque de 200 euros decidido por el Gobierno para 4,2 millones de familias a cobrar en febrero. Todo es discutible en política. Pero los populares no tienen puesto el foco ahí. Lo fundamental en 2022 para Alberto Núñez Feijóo era decidir si cruzar o no la línea que le pusieron por delante quienes se arrogan la dirección política de la derecha en España desde fuera de los órganos del partido. La línea planteaba un dilema: aceptar el marco, reconocer al adversario y hacer política, o impugnarlo todo. El líder del PP llegó a la presidencia del partido a un lado de la línea, en su haber está haber articulado una relación inteligente con Vox, evitando ir detrás de sus marcos argumentales, e insufló esperanzas en un tiempo político nuevo. Pero en pocos meses parece haber decidido cruzar la línea: impugnarlo todo, no solo las políticas que hace el Gobierno, sino también las intenciones que le supone al Ejecutivo la derecha más hiperventilada.
La penúltima y enésima condición para pactar la renovación del CGPJ —y cumplir así su deber constitucional tras cuatro años de incumplirlo— es una ley antirreferéndum de autodeterminación, dando por supuesto que la intención oculta del Gobierno de España es cometer una ilegalidad. El PP se ha abonado a la peligrosa estrategia de hurgar en la herida y explotar el dolor que provocó, a los dos lados del Ebro, la irresponsabilidad de los dirigentes del separatismo catalán en el otoño de 2017 y la pésima gestión del Gobierno del PP de esa misma deriva. Ese mensaje percute en muchas personas sinceramente atrapadas en una dialéctica que amenaza cotidianamente con la ruptura de España sin que se les ofrezcan alternativas políticas para intentar evitarlo. No se conoce el plan de los populares para cohesionar a España con los catalanes incluidos. No lo tenían en 2017 y no se adivina en 2022.
Hablamos de Pedro Sánchez y de Alberto Núñez Feijóo, aunque sabemos que este no es el escenario real. Ellos ya no son los únicos protagonistas: ambos necesitarán pactar para gobernar porque esa es la voluntad de los españoles, expresada elección tras elección desde la segunda década del siglo. Pero ambos ocupan todavía los carriles centrales de la política española. Que los puentes estén absolutamente rotos entre los dos es la peor noticia política que deja 2022. Entre las mejores, la capacidad de negociación y acuerdos entre sensibilidades e ideologías distintas que se ha demostrado en el Parlamento sin que se rompa España ni llegue cataclismo alguno.
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