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Columna
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Clásicos para superar la sedición

En Roma, la política se activó: se constató la existencia del conflicto y se negoció para que la ciudad recuperase la convivencia

Concentración a favor de la independencia de Cataluña, en septiembre de 2017.
Concentración a favor de la independencia de Cataluña, en septiembre de 2017.ALEJANDRO GARCÍA (EFE)
Jordi Amat

No es fácil recomponer una sociedad cuando ha sufrido la crisis interna que es una sedición. La analogía sirve y viene de antiguo. De entrada, en latín, sedición significó desunión. Se asocia a un episodio concreto de revuelta cívica. Lo reconstruyo tras contrastar con diversas fuentes lo ocurrido hace 2.500 años.

A finales del año 493 a.C., en Roma, un grupo de plebeyos estaba cada vez más apurado por la persecución legal de los usureros. Tras haber combatido y ganado batallas, constataron que las promesas del Senado de mejorar su situación no se habían cumplido y los más pobres seguían yendo a la cárcel. Ante esa frustración política, la primera reacción, según Plutarco, fue provocar diversos tumultos (el de Queronea usa esa palabra).

La discusión en el Senado fue intensa. Quienes ejercían el poder estaban divididos. Unos estaban por relajar las exigencias de la ley para ayudar a los pobres a quienes se les habían hecho falsas promesas. Los otros, en cambio, no querían ceder. No era una cuestión de dinero, creían estar preservando el sistema. Si se transigía, pensaban, favorecían un ensayo de insolencia de la turba que se había rebelado contra la ley. Mejor reprimirlos. De esas discusiones conocemos un discurso que pronunció un tal Valerio. Dijo que, acabada la guerra, la usura le parecía lo más preocupante para la ciudad, era consciente que habían fallado a los soldados plebeyos y no se lo perdonaba. “Ahora se ha asegurado la paz exterior, pero la interior se ha hecho imposible. Prefiero verme involucrado en la sedición como un ciudadano privado que como dictador”. Salió del Senado y, de camino a casa, la ciudadanía lo aplaudió para agradecerle el gesto.

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En esas jornadas críticas, al saber que podría ser movilizada de nuevo, parte de la ciudadanía se rebeló. “Esta situación precipitó la sedición”, escribió Tito Livio en su Historia. Aunque se plantearon cargarse a los cónsules, la decisión fue marcharse de Roma. Acamparon en el Monte Sacro. No hubo ni violencia ni sedición, pero fueron días de caos. Una especie de vacío de poder. Los plebeyos que se quedaron temían por si los atacaban los patricios, los patricios por si los atacaban los plebeyos y los senadores temían por la vulnerabilidad militar en la que había quedado la ciudad. “Todas sus esperanzas residían en la concordia entre los ciudadanos, y que esta debía ser restaurada a cualquier precio”. Ante una situación insostenible, hora de negociar y necesidad de mejoradores. Cuenta Livio que el portavoz del Senado fue Menenio Agripa. Se trasladó al Monte Sacro, habló con los sediciosos porque lo reconocían como un interlocutor válido y los persuadió para que volviesen gracias a un apólogo: les contó el cuento de un cuerpo cuyos brazos se habían rebelado contra el estómago y para protestar habían decidido no comer, pero pronto constataron que todo el cuerpo fallaba si fallaba una de sus partes. Así los plebeyos habrían comprendido que debían regresar a la ciudad.

La versión de Tito Livio es la oficial, la más mitificadora, la que reconcilia la sociedad gracias a la retórica. Pero probablemente la escrita por Dionisio de Halicarnaso se ajuste más a la realidad. Para ganar la reconciliación, el Senado constituyó una delegación. Se le otorgó “plenos poderes para llegar con los plebeyos a una solución de la revuelta en los términos que a ellos mismos les pareciesen justos”. En sus manos tendrían la posibilidad de decidir lo que el Senado, polarizado, no había resuelto y los miembros de la delegación tenían la confianza de los plebeyos. La clave de bóveda era si se condonarían las deudas para que no estuviesen amenazados por los usureros. Se negoció y se llegó a un doble compromiso. Se asumiría el coste de las deudas. En el Senado habría unos magistrados ―los tribunos de la plebe― que defenderían los derechos de los plebeyos. La política se activó para absorber el conflicto: ante una crisis colectiva provocada por la sedición, se constató la existencia del conflicto y se negoció para que la ciudad recuperase la convivencia.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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