El sur global
El liderazgo de Lula puede reactivar los acuerdos multilaterales en la región y tender puentes con el norte
Una de las señas de cambio más esperadas con la llegada de Lula da Silva a la presidencia de Brasil el 1 de enero afecta al ámbito de la política exterior. Tras cuatro años de mandato de Jair Bolsonaro caracterizados por una Administración personalista, nacionalista y ultraconservadora que ha socavado la influencia de Brasil en los foros multilaterales y llevado a la potencia sudamericana a un aislacionismo diplomático, el nuevo Gobierno de Lula representa una oportunidad para reconstruir puentes —tanto regionales como globales—, y especialmente para ejercer un papel de liderazgo político en el llamado sur global.
La guerra en Ucrania —y especialmente la lógica de votaciones en la ONU de condena a la agresión rusa— ha servido para poner de manifiesto el creciente protagonismo a escala planetaria de ese sur global, un concepto esencialmente político que afecta a un conjunto de países caracterizados por su no alineamiento con Occidente ante la invasión de Ucrania lanzada por Vladímir Putin. Procedentes de regiones tan dispares como Asia, África y América Latina, estos países rechazan la política de bloques y defienden la no alineación en busca de su independencia y de un orden global más equitativo que llame a la cooperación entre los países de la zona sur del globo. El presidente francés, Emmanuel Macron, criticó la posición de los mismos en la ONU por servir indirectamente “a la causa de un nuevo imperialismo y de un nuevo cinismo contemporáneo” que desintegra la sociedad internacional. Pero la realidad está ahí y muchos Estados aspiran a la neutralidad porque están más preocupados por sus necesidades materiales y por el coste que podría tener para ellos verse sometidos a una lógica de bloques. Frente al argumento de Macron poco han ayudado hechos como la larga historia de explotación de estos países por Occidente, o el reciente “apartheid vacunal” por el que los países ricos obtuvieron todas las dosis que necesitaban mientras otros aún no han vacunado a sus poblaciones y tampoco se les ha ayudado a desarrollar la capacidad de producirlas por ellos mismos. Tampoco ha ayudado el incumplimiento de las promesas de colaborar con estos países para gestionar los efectos del cambio climático que han acelerado las naciones más ricas y que hoy ocupan de forma preferente a la COP27 reunida en Egipto: la peor fuente de descrédito sobre el compromiso con el cambio climático de los países ricos es la activación de acuerdos y fondos económicos que no acaban llegando a los países que más los necesitan y menos responsables son de sus consecuencias.
Lula ha demostrado capacidad diplomática, habilidad negociadora, experiencia de gobierno, credibilidad y voluntad manifiesta de volver a poner a Brasil al frente de los retos y cambios en el orden mundial. Lula y Gustavo Petro se citaron camino a la cumbre en Cabo Verde durante dos horas con la protección de la Amazonia en la agenda no solo de Brasil y Colombia sino también de otros países con soberanía sobre ella, como Venezuela, Perú, Bolivia o Ecuador. Este nuevo liderazgo ofrece a la región, pero también al mundo, la oportunidad de articular puentes entre países del norte y del sur en ámbitos de negociación multilateral. Esos problemas globales urgentes no solo afectan a la emergencia climática; se refieren también al comercio, a la seguridad alimentaria y a la recuperación pospandémica. Y cuentan con la garantía de que serán impulsados por un país que vuelve a recuperar el respeto por la democracia, los derechos humanos y el Estado de derecho tras la derrota de Jair Bolsonaro.
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