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TRIBUNA
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Una batalla ganada, una guerra perdida

Los conflictos indirectos de Occidente con Rusia y China y el combate contra el cambio climático no se pueden ganar al mismo tiempo

Deshielo en el Ártico por el aumento de las temperaturas causado por el cambio climático, en una imagen de octubre de 2019.
Deshielo en el Ártico por el aumento de las temperaturas causado por el cambio climático, en una imagen de octubre de 2019.
Wolfgang Münchau

Si algo se puede aprender de la historia de la UE es que tuvo éxito allá donde superó el intergubernamentalismo —la unión aduanera, el mercado único, la libertad de movimiento— y fracasó en la mayoría de los demás ámbitos. Cuando una política está sujeta a la unanimidad, la UE es, la mayor parte del tiempo, un foro de chat privilegiado. Puede hacer algunos juegos malabares con sus brazos intergubernamentles, como imponer sanciones, pero lo que no puede hacer es sostener una política durante periodos de tiempo prolongados.

El cambio climático es el ejemplo por excelencia de una amenaza que requiere una estrategia sostenida. Pero no existe el equivalente a una UE mundial. No se puede luchar contra el cambio climático a base de informes y comunicados de prensa, ni con cumbres periódicas de la Conferencia de las Partes (COP por sus siglas en inglés). Las guerras acaban con la diplomacia. Esta no. La ONU publicó un informe la semana pasada para recordarnos que estamos perdiendo la lucha contra el cambio climático. Aplaudo esa honestidad brutal. Ya no existe una vía creíble para limitar el calentamiento global a 1,5ºC, afirma el informe. Atrás quedan las palabras reconfortantes de que aún queda tiempo. De todos los mensajes malos, el mantra de que hay tiempo ha sido el peor. Nunca lo hubo.

El problema de la coordinación intergubernamental es que no podemos coordinar a los votantes. Los gobiernos pueden establecer alianzas y luchar contra un enemigo común, y lo hacen. Pero no pueden resolver un problema de acción colectiva mundial a lo largo de un periodo de varias décadas. Debemos recordar que la UE no convirtió mágicamente a los enemigos en amigos. Lo que hizo fue separar los desacuerdos. Por ejemplo, la relación bilateral entre Alemania y Polonia ha tocado fondo, pero esto no afecta a la libre circulación de bienes y personas por la frontera.

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No estoy diciendo que debamos recrear la UE a escala mundial. Una autoridad mucho más limitada serviría. Lo importante es que pueda tomar decisiones vinculantes con alguna clase de votación por mayoría cualificada.

Creemos que una autoridad climática mundial sería la respuesta más eficaz. Dado que vivimos en un mundo de segundas mejores opciones, ¿cuáles son las alternativas? Pensamos que habría que empezar con una mirada crítica a nuestras propias prioridades. Podemos librar una guerra indirecta contra Rusia en Ucrania. O imponer sanciones comerciales a China para frenar las capacidades militares del país. O luchar contra el cambio climático. Podemos ganar una de esas guerras, pero no las tres al mismo tiempo. Si Occidente derrota a Rusia y a China, no hay forma de que podamos incorporarlos a una batalla contra el cambio climático. China genera el 30% de las emisiones mundiales de efecto invernadero, incluso más que Estados Unidos. Eurasia es el mayor continente del mundo. Rusia y China juntas representan la mitad de su masa terrestre.

Es en el Ártico donde la situación está llegando a un punto crítico. No hace mucho, vi un pronóstico según el cual los eventos del Niño aumentarían en un 35% este siglo y llevarían a que el hielo del Ártico se derrita por completo. El calentamiento de las aguas del Ártico ya tiene un efecto drástico en la vida silvestre. Pero lo más trágico será el efecto sobre los humanos en otros lugares. Uno de los acontecimientos que se inmiscuyen en esta particular batalla del cambio climático es la guerra en Ucrania. Rusia es el mayor país en cuanto a masa terrestre del Ártico. El 53% de las costas del Océano Ártico son suyas. La mitad de los cuatro millones de personas que viven en el Ártico son rusos. Las políticas relativas al cambio climático en el Ártico se han ido totalmente al traste con la guerra.

En algún sentido, los alemanes están en lo cierto al pensar que deben mantener relaciones estrechas con los rusos, y hoy en día con los chinos. Pero están en lo cierto por los motivos equivocados. El problema del planteamiento alemán es que es mercantilista. En lugar de llegar a acuerdos privados con los rusos y los chinos, deberían haber incorporado a la UE en una estrategia para supeditar la cooperación en el comercio y la inversión al cumplimiento de la agenda del cambio climático. Otro conflicto difícil de cuadrar es el del cambio climático y el respeto a los derechos humanos. Corremos el riesgo de librar demasiadas batallas, y de perder la más importante.

Termino esta columna con mi propia predicción meteorológica global: las decisiones políticas de Occidente se verán cada vez más condicionadas por las condiciones meteorológicas extremas, y el cambio climático pronto constituirá la mayor amenaza para nuestra seguridad. La voluntad y la capacidad de Europa occidental para enfrentarse a China y Rusia disminuirá. Nuestra alianza con Estados Unidos se debilitará.


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