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tribuna
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Licencia de prostíbula

Es difícil hablar de libertad cuando hay necesidad, falta de oportunidades y alternativas

Imagen de unas prostitutas en el Parque del Oeste de Madrid.
Imagen de unas prostitutas en el Parque del Oeste de Madrid.LUIS SEVILLANO

Son contadas las veces que las mujeres prostíbulas, aquellas que ejercen “delante del prostíbulo sin moverse del sitio”, han tenido prohibida su actividad. Precisamente, libertad es lo que ha sobrado siempre a las mujeres a la hora de elegir la prostitución como un medio de vida. Por esta razón, se dice que es “el oficio más antiguo del mundo”, porque siempre ha existido.

Incluso, entre 1941 y 1956, la prostitución fue legalizada y regulada por el régimen de Franco, que permitió que las prostitutas prestaran un gran servicio a la nación ayudando a los jóvenes a dar rienda suelta a su virilidad, y a adquirir experiencia sexual sin mancillar el honor de sus prometidas que debían llegar virgen al matrimonio.

Las mujeres no necesitamos licencia alguna para ser putas, la legislación nos lo permite. En España la prostitución no es legal ni ilegal. Es un ejercicio libre. No está penado en ninguna parte del territorio. Tema aparte merecen los delitos claro: prostitución infantil, coactiva…

Por todo esto me ha sorprendido hace un par de semanas cuando, en un programa de televisión, un colaborador habitual hablara de libertad sexual para que las mujeres puedan elegir ser putas si ese fuera su deseo. Cuanto da de sí la palabra “libertad”. Por cierto, que en boca de este colaborador televisivo, hacia —se le notaba— que sintiera orgullo de sí mismo por defender los derechos de las mujeres a decidir ser putas. A elegir o no ese camino como medio de vida.

Al colaborador, su propio discurso y argumento, le parecía moderno y transgresor —al menos lo parecía. Cuando, en realidad, es bastante antiguo, incluso de “toda la vida”, el que las mujeres no tengan ningún problema en vender su cuerpo. Es más, si naces pobre, vas a escuchar que puedes meterte a puta, al fin y al cabo tu cuerpo tiene un valor en el mercado.

En este mismo programa también participaron dos mujeres con experiencias vitales muy distintas. Una de ellas era una joven prostituta que afirmaba que le gustaba su trabajo. Era autónoma, pagaba las cuotas de la Seguridad Social y, lo más importante, era ella misma quien cobraba el dinero producto del alquiler de su cuerpo, es decir, sin tercerías locativas. Pues bien, esta chica no ha tenido que pedir permiso ni licencia de prostíbula a nadie. Desarrolla su actividad de una manera libre. Pero es que incluso en los países con reglamentación abolicionista también lo podría hacer.

El testimonio de la otra mujer asistente al programa era muy distinto; opuesto, diría yo. De origen rumano, fue vendida por 300 euros a un proxeneta español y explotada sexualmente en distintos burdeles de nuestro país. Por cierto, que a esta mujer valiente, con heridas sin postilla, tras contar su historia real como víctima de trata sexual en este programa de televisión, a los dos días le bloquearon su cuenta de Instagram —con más de 30.000 seguidores— y está recibiendo insultos y amenazas.

Ella también ejerció su derecho de autonomía al entrar en la prostitución, pero, en su caso, no le fue tan bien como a su compañera de plató, y lo que encontró fue lo mismo que miles de sus compatriotas rumanas presentes en polígonos, pisos y burdeles de nuestro país: violencia, cautiverio, explotación, 15 horas diarias de pie sobre sus tacones, de domingo a domingo sin descanso, y el dinero para los proxenetas.

¿La autodeterminación para ser putas de estas mujeres (y tantas otras) hubiera sido la misma si hubieran podido elegir? ¿Si hubieran tenido opciones de ser, por ejemplo, panaderas, maestras o abogadas?

Tampoco necesitan permiso las mujeres que llegan ahora de Cuba y Venezuela, cuya única propiedad disponible es su propio cuerpo para intercambiarlo por dinero y así poder comer ellas y su familia. Y no digamos la independencia de la que gozan para ser putas las mujeres subsaharianas, que vienen de lugares donde la esperanza ni está ni se la espera. O mujeres colombianas y paraguayas que no han podido decidir ni siquiera el color de su vestido o lo que van a comer, pero que, como el resto, siempre han tenido abierta la puerta de la prostitución para ellas.

Es difícil hablar de libertad cuando hay necesidad, cuando tu decisión está condicionada por la falta de oportunidades y alternativas.

Muchas nacieron pobres y vulnerables. A ellas las hicieron putas sin libertad para elegir.


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