Sabores agridulces desde Brasil
La desinformación ha venido para quedarse, por lo que todos los actores de una democracia, las instituciones, la prensa y los ciudadanos, deben prepararse para convivir con ella
A la prensa internacional empiezan a faltarle los calificativos para describir la magnitud de la desinformación que los electores brasileños han soportado durante la campaña de las elecciones que han devuelto la presidencia del país a Lula da Silva. El “bombardeo”, “tsunami” o “aluvión diario de noticias falsas” ha sido observado y analizado de cerca por cientos de ojos expertos y esa es una de las buenas noticias que dejan estos comicios. La desinformación ya no se cocina a espaldas de los comensales ni circula, generalmente, sin que pueda ser identificada como lo que es: un recurso electoral malintencionado para modificar el sentido del voto. La victoria de Bolsonaro en 2018, cimentada sobre una imponente y opaca estrategia en redes como Facebook o WhatsApp, hizo evidente la necesidad de una prensa más entrenada en técnicas y herramientas de verificación. Actualmente, siete medios brasileños, AFP Checamos, Dos Fatos, Boatos.org, Comporta, E-Farsas, Fato ou Fake y Lupa, combinan olfato periodístico y tecnología para operar como uno de los muros de contención frente a la manipulación en las redes sociales.
El proceso electoral de Brasil ha coincidido en el tiempo con la campaña de las elecciones de medio mandato en Estados Unidos. Y los medios de comunicación y expertos anglosajones que la han seguido parecen haber llegado a la misma conclusión que sus colegas brasileños. Y es una mala noticia. La desinformación se fragmenta, muta y se reproduce en nuevos canales. La desinformación es metastásica, avanza imparable pese al trabajo de los académicos, los medios de comunicación o de las propias plataformas de redes sociales. La desinformación ha venido para quedarse, por lo que todos los actores de una democracia, las instituciones, la prensa y los ciudadanos, deben prepararse para convivir con ella. ¡Y de qué manera! Según la estimación del Tribunal Superior Electoral de Brasil, en los primeros 11 días de campaña se recibieron cerca de 6.000 denuncias por contenidos falsos, un 1.600% más que las que llegaron hace dos años, cuando el país celebró elecciones municipales.
“Las plataformas de redes sociales están fallando a los votantes brasileños”, sostiene un informe de Human Rights Watch, para quien la aplicación de las políticas de moderación y de control de la publicidad electoral hace aguas por demasiados sitios. El mismo documento acredita que más de 150 vídeos o transmisiones en directo en YouTube han elucubrado impunemente sobre un fraude electoral inexistente mientras que a Meta (Facebook) se le colaban publicaciones pagadas que cuestionaban el recuento electoral.
Las autoridades electorales brasileñas han mostrado al mundo su propia fórmula para actuar cuando entendieron, en la recta final de la campaña, que las redes sociales estaban siendo poco eficaces o demasiado lentas a la hora de eliminar la desinformación. En una batalla contra el tiempo y la viralidad, facultaron a una sola persona, el presidente del Tribunal Electoral, Alexandre de Moraes, para que pudiera obligar a las compañías tecnológicas a borrar un mensaje falso o de odio en menos de dos horas y, posteriormente, también todas sus posibles réplicas en otras plataformas. Un coro de voces se ha alzado contra el protocolo de acción rápida porque, aseguran, coquetea con la censura y erosiona la libertad de expresión. Brasil plantea un buen debate contemporáneo: ¿debemos resignarnos a una desinformación endémica o apostar por una regulación adaptada a la magnitud de la amenaza?
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