Lula resiste el ataque
Bolsonaro, con las encuestas y las estadísticas en contra, debía ganar con mucha claridad, pero no fue así: Ni Bolsonaro noqueó a su rival, ni Lula besó la lona
Los debates se ganan o se pierden en el plató. Pero, sobre todo, fuera: en las redes y en las conversaciones de estas últimas 48 horas. Estos duelos televisivos ya se plantean como repositorios de contenidos. Frases, gestos, documentos que se preparan, se dicen y se muestran y que, convenientemente editados por los equipos de campaña, son el material con el que se puede pautar intensivamente a los públicos indecisos. Hoy las estrategias electorales disponen de un volumen de datos tan poderosos que permite identificar con bastante precisión a los electores que dudan, por qué lo hacen y cuáles podrían ser las palancas que acabarán decantando su voto, y la elección.
¿Son decisivos los debates? Es discutible y depende del contexto. La revista Scientific American publicó en 2020 un artículo respecto a la importancia de los debates presidenciales. Y menciona un estudio de 2019 que buscó analizar su impacto en 62 elecciones entre 1952 y 2017 de Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, Canadá, Nueva Zelanda, Países Bajos, Suiza, Suecia, Italia y Austria. Con encuestas a los espectadores antes y después de los debates se concluyó que, sin importar el sistema político o el tipo de elección, los debates ni ayudaron a los indecisos ni motivaron un cambio de voto significativo entre los que antes del debate se inclinaban por un candidato. Es decir, los apriorismos, prejuicios y bloqueos de los electores son demasiado fuertes como para cambiar de opinión o incluso para tenerla o revelarla. Cambiar de opinión es un coste psicológico difícil de soportar. También lo es aceptar una derrota.
Pero estamos en Brasil, y este debate, con un resultado incierto y con golpes bajos constantes, sí que puede ser decisivo a tan pocas horas de la elección. Según la encuesta de Datafolha publicada el 27 de octubre, los indecisos representan todavía el 5% de los encuestados cuando los encuestadores no ofrecen las opciones de voto. Cuando se mencionan las opciones posibles, los indecisos bajan al 2%. Es decir, si no hay intercambio de voto directo, y el que existe es solo del 2%... (que vale doble: el que obtienes y el que quitas) llegar al tramo final con más de cuatro puntos puede ser definitivo. Lula tiene, claramente, la estadística a su favor. Los estudios de probabilidad le otorgan más de un 90% de posibilidades de victoria. Pero la democracia no es un excel, aunque a veces lo parezca.
El debate ha transcurrido con un guion constante: Bolsonaro ha querido hacer un debate personal sobre Lula —un plebiscito—, y este sobre Brasil y cuestionando la idoneidad presidencial de Bolsonaro. “No vine a contestar a Bolsonaro. Vine a hablar con el pueblo brasileño”. Lula, más sólido y sereno que en otras ocasiones, ha conseguido resistir el ataque sin cuartel de su oponente.
Ni se hablaron, ni se saludaron al inicio. Tampoco al final. Se dijeron de todo al principio: mentiroso, corrupto, delincuente, sinvergüenza, ignorante, desequilibrado, ladrón, caradura, jefe de organización criminal… Sin preguntas de los periodistas, los debates se convierten en monólogos de descalificaciones al adversario. Si había indecisos, quizás se habrán ido a otro canal. Un profundo desprecio político mutuo —y personal— atrapa a los candidatos y degrada el debate que acabó en un intercambio de golpes y no de ideas.
Bolsonaro ha estudiado muy bien el plató. Sabía dónde situarse para dejar a Lula detrás de sí, empequeñecido y desenfocado por la perspectiva. En el segundo bloque, los planos de cámara cambiaron bastante evitando el supuesto efecto negativo. La pelea —y quizás las presiones— en la cabina de realización televisiva debe haber sido tremenda. El resultado ha sido ambiguo.
El primer plano al revés fue con el tema de la pandemia. Y fue muy efectivo para Lula, ya que reforzó su denuncia a la irresponsabilidad del gobierno de Bolsonaro. En este bloque, Lula, muy enérgico —”un día vas a pagar por la muerte evitable de 300.000 personas por no poner la vacuna en el momento adecuado”— puso en apuros al presidente, que desvió la atención refiriéndose a la colaboración cubana con el gobierno de Lula.
Lula, reguarnecido por el atril, evitó al máximo el cuerpo a cuerpo con Bolsonaro. “Quédate aquí, le espetó, Bolsonaro” para retenerlo —sin conseguirlo— en el centro del plató convertido en ring. Lula mantuvo la calma, consultando sus notas, con más argumentos, propuestas y datos que su oponente. “Para de tirar números”, le pidió su rival. Bolsonaro preguntaba con golpes verbales, Lula respondía y se zafaba del embate con datos y mirando a la cámara, buscando la complicidad de los espectadores. Incluso llegó a pedirles disculpas un par de veces por la pobreza de argumentos de Bolsonaro y por la poca calidad del debate.
Bolsonaro, que tuvo su mejor momento en el tramo económico, abroqueló a los suyos, a los duros y a los antipetistas con el ataque constante a Lula, con acusaciones reiteradas por corrupto y mentiroso (“Eres el rey de la mentira”, le llegó a decir). Pero no parece que se haya acercado a las orillas de los indecisos, aunque su último minuto final fue más vibrante y emocionante. Lula, con mejor preparación y efectividad, ha retenido a los votantes que han llegado —especialmente de Simone Tebet— para apoyarle en segunda vuelta. En términos estratégicos y pensando en los electores que necesitaba, Lula fue más efectivo. Ambos agradecieron a Dios y se encomendaron a él.
Jair Bolsonaro, con las encuestas y las estadísticas en contra, debía ganar con mucha claridad, pero no fue así: Ni Bolsonaro noqueó a su rival, ni Lula besó la lona, al contrario. Se le acaba el tiempo al actual presidente. Y el renacido aspirante tiene la victoria cada vez más cerca.
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