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columna
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Esperanza contra Putin

¿Tiene sentido tratar de entender con palabras esa tragedia? Sí, son un ciclón de humanidad ante la adversidad

Guerra en Ucrania
Una madre junto a su hijo miran por la ventana de su coche a la llegada al centro de recepción de refugiados en Zaporizyia.Albert Garcia (EL PAÍS)
Jordi Amat

El ciclón llega al archipiélago canario mientras Liudmila Ulítskaya lee su discurso con voz oscura y tono monocorde. Cuando esa mole gris de inestabilidad tropical se instala en Las Palmas, ella explica su vida en tan solo 20 minutos contando la historia de una novelista que se hizo ciudadana al leer libros prohibidos. La intelectual rusa, desubicada y cansada, recuerda una etapa que parecía superada y hoy, tras la invasión de Ucrania, la ha expulsado de su país. El cielo ha paralizado el tiempo y ella, que acaba de recibir el Premio Formentor, no puede saber cuándo podrá llegar al no lugar que es Berlín para esta expatriada. Habla de otros años de hielo y de jóvenes universitarios pasándose libros impresos antes de 1917 o libritos de elaboración casera que se distribuían clandestinamente. Antes de terminar la década de los sesenta del pasado siglo, consiguió el original de una novela censurada y encargó copias mecanografiadas. La máquina de escribir, el original y las copias fueron confiscadas, el KGB cerró el laboratorio donde trabajaba y tuvo que abandonar la carrera de bióloga. Con la implosión soviética ella empezó a publicar y en muy poco tiempo las librerías se llenaron de las ediciones legales de tantas obras prohibidas durante tantos años. También la que había provocado más encarcelamientos. Incluso podía comprarse en las galerías del metro.

¿Impactó en la conciencia de su sociedad Archipiélago Gulag? “A fin de cuentas, no ha sido leído, porque, pocos años después del derrumbe soviético, el pueblo votó claramente por un personaje formado en las viejas tradiciones del KGB. De ahí crecen las raíces del estalinismo que renace en nuestro país”. Digamos que el cambio cultural, cuando tuvo la posibilidad de institucionalizarse, no llegó a producirse. La transición para construir un Estado dedicado a la dignidad de los ciudadanos fue abortada y la inseguridad y la precariedad material crearon las condiciones para la subida al poder del líder fuerte. Sin bienestar material no hay cambio cultural. Vladímir Putin fue el primero del ocaso de la democracia. En La era de los líderes autoritarios, el periodista Gideon Rachman explica cómo los asesores de imagen de Putin construyeron su imagen como la del héroe salvador para aquella patria empobrecida y donde decrecía la esperanza de vida. Ante la cancelación del futuro, él. El yudoca, el que gana un pulso, el que monta a caballo, el que paseo con el torso desnudo a orillas de un río en Siberia. Nos parecía kitsch, pero se inspiraron en el imaginario hollywoodense. Funcionó. Con las primeras hazañas bélicas, su popularidad se disparó. “La supuesta virilidad de Putin encajaba con la preocupación personal por recuperar la fuerza nacional”. El imaginario para ese liderazgo era la fuerza militar que tapaba la corrupción y silenciaba la disidencia.

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“El homo sovieticus ha resurgido con sus peores atributos”, sentenció la profesora Carmen Claudín el lunes en Barcelona al glosar la trayectoria de Svetlana Alexiévich. “Si no demuestras fuerza, no serás temido; si no eres temido, no serás respetado”. Para desactivar este mandamiento del manual estalinista, la gran cronista ha dedicado 30 años para construir un proyecto colosal: la suma de sus libros es una enciclopedia de la maldad, sí, pero la dignidad de las personas se preserva entre sus páginas. Ese es “el gesto ético” de su obra, como sintetizó Judith Butler en su discurso previo a la concesión del Premi Internacional Catalunya a Alexiévich. Escuchar a centenares de testimonios que han convivido con el dolor, darles voz con sus nombres y con sus vidas. La escritora bielorrusa —hija de madre ucrania, ahora exiliada también— se acercó al atril en el saló Sant Jordi y pronunció un discurso sencillo, apesadumbrado, que también congeló el tiempo. Sucedió al invocar a un niño de cuatro años. Lleva comida a una tumba, allí está enterrada su madre. No sabe si ella murió en un bombardeo o murió de hambre, porque durante los últimos tiempos no tenían alimentos. ¿Tiene sentido tratar de entender con palabras esa tragedia? Sí, son un ciclón de humanidad ante la adversidad, son un legado de esperanza que también transmite la literatura rusa.

Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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