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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El BCE y el riesgo de sobreactuar

La subida histórica de tipos de interés del 0,75% conlleva el riesgo de provocar en la UE el enfriamiento de la economía

Christine Lagarde, durante la rueda de prensa de este jueves en Fráncfort.
Christine Lagarde, durante la rueda de prensa de este jueves en Fráncfort.Alex Kraus (Bloomberg)
El País

Que el Banco Central Europeo iba a endurecer su política monetaria era algo sabido: la persistente inflación y las actuaciones del Banco de Inglaterra y de la Reserva Federal apuntaban a que la institución tomaría la decisión de continuar la senda de incremento de los tipos de interés que comenzó en julio de este año, tras una larga década de tipos de interés nulos o incluso negativos. Las opciones que el BCE tenía por delante apuntaban a una subida gradual, lo cual permitiría atemperar las malas condiciones económicas que atraviesa la eurozona, o a una subida brusca, dirigida a lanzar un mensaje inequívoco con su mandato de promover la estabilidad de precios. El Banco decidió ayer apostar por la línea defendida por los halcones monetarios, realizando la mayor subida de tipos de su historia (0,75%). La justificó por la altísima inflación y su persistencia en el tiempo, frente a la que el BCE está, por mandato, obligado a actuar si no quiere perder su credibilidad como gestor de la política monetaria de la eurozona.

Cabe preguntarse sin embargo si con esta decisión el Banco Central ha sobreactuado, no solo por la intensidad de la subida sino también por su eficacia. La situación económica norteamericana y europea no es exactamente la misma. Estados Unidos mantenía una economía sobrecalentada por los estímulos, una alta inflación y cerca del pleno empleo, que aconsejaba una actuación más decidida. Pero la Unión Europea registra un crecimiento económico débil y con tasas de desempleo todavía altas en términos relativos. En otras palabras, la economía europea no está recalentada, sino sufriendo directamente las consecuencias de una crisis de suministro energético, algo que no se resolverá por un endurecimiento de la política monetaria. Y este es precisamente el dilema al que debe hacer frente el BCE: para mantener su credibilidad, debe luchar contra la inflación con un instrumento (el precio del dinero) que poco puede hacer para revertir las causas que provocan el contexto actual.

Los resultados de esta subida, en cambio, sí son esperables: una menor inversión, un encarecimiento de los préstamos y una ralentización de la actividad económica, ya al borde de la recesión. Un enfriamiento de la economía, en suma. No es previsible, paradójicamente, que su efecto sea un control de la inflación a corto plazo, por lo que la decisión de ayer puede considerarse excesiva, aunque pueda tener un efecto sobre las expectativas de inflación para el futuro. La subida indica a los mercados que se está dispuesto a actuar firmemente para frenar la escalada de precios, y eso podría mitigar el riesgo de una espiral inflacionaria descontrolada. Pero poco más. La balanza entre los pros y los contras de la decisión tiene un equilibro difícil. De momento, todo parece indicar que los halcones han sido capaces de inclinarla a su favor. Se esperan más subidas de tipos en diciembre, pero Fráncfort ha adelantado que tomará esa decisión en función de los datos, evaluándolos en cada reunión. La misma retórica usó Jean-Claude Trichet hace ahora algo más de 10 años, en lo que se considera el peor error del BCE en su historia, con una subida de tipos que precipitó una recesión en la zona euro.

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