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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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Bailemos antes de que la música pare

Algunas tenues noticias esperanzadoras brotan, pero el contexto es muy oscuro. Aun así, no hay que rendirse al catastrofismo

Un concierto del Jazzaldia de San Sebastián, este 20 de julio.
Un concierto del Jazzaldia de San Sebastián, este 20 de julio.Juan Herrero (EFE)
Andrea Rizzi

Bailemos, querida Leucónoe, porque la música podría parar muy pronto, diría quizás Horacio en este atormentado verano. Y tendría, hoy como hace dos milenios, razón de nuevo.

No sabemos qué nos depara el futuro. En los últimos días, algunas noticias positivas aportan un punto de esperanza: el pacto para facilitar la exportación de granos de Ucrania; la reanudación, aunque en niveles bajos, del flujo de suministro de gas ruso por el Nord Stream 1; una bajada de la intensidad de la ofensiva rusa sobre el terreno que evidencia algunas dificultades organizativas; cierta moderación en los precios del crudo. No hay que abandonarse al catastrofismo. Pero tampoco pueden soslayarse las tendencias de fondo.

De entrada, ninguna señal permite creer que estemos cerca de un final de la guerra de Ucrania, con todo el sufrimiento y las repercusiones que provoca. Pésimos datos de inflación se superponen uno a otro. El BCE ha optado por una reacción sorpresivamente vigorosa. Las revisiones a la baja de la previsión de crecimiento van de la mano, y más vendrán. De momento, todavía no entran en territorio de recesión, pero la persistencia de la guerra no permite descartarlo. En todo caso, hay que recordar que el menguante crecimiento actual no es otra cosa que el rebote de la enorme depresión pandémica.

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Hay, desgraciadamente, más datos menguantes: los demográficos. Estadísticas publicadas la semana pasada señalan que la población de la UE sigue declinando. La inmigración no compensa la fuerte caída de la curva demográfica natural. En 2020 y 2021 han nacido unos cuatro millones de niños al año en el club europeo, pero los fallecidos fueron más de cinco millones en ambos casos. Son cifras de fallecimiento récord. En 2021 se registraron unos 630.000 muertos más que en la media de los tres años previos a la pandemia. En 2020, unos 510.000 más. Un exceso de mortalidad de más de un millón de personas causado sustancialmente por la pandemia. Esta se halla en retroceso, y muchos miran, exhaustos, hacia otro lado. Pero el peaje mortal todavía es significativo. Según datos recopilados por la OMS, en los últimos 7 días unos 800 muertos en Italia, 700 en Francia, por ejemplo.

Sobrevuela todo este panorama la brutal realidad —no ya amenaza— del cambio climático. Las olas de calor se suceden con una intensidad, una frecuencia y un alcance pavorosos. Han empezado a aflorar datos de mortalidad asociados a ellas. Más habrá. La ola de 2003 causó unos 70.000 muertos en una quincena de países europeos según la oficina de la ONU para la reducción del riesgo de desastre. Mientras, volvemos a quemar carbón.

En términos políticos, afloran turbulencias y se notan costuras inquietantes. En Italia es probable que alcance el poder una coalición de ultraderecha. En las dinámicas de la UE, se detectan algunas grietas insidiosas. Está por ver cómo funcionarán, si necesario, la solidaridad en materia de escasez de gas, y en materia de acción del BCE ante sacudidas de las primas de riesgo.

Entramos en el corazón del verano, pues, con esos tenues motivos de esperanza y ese contexto de erosión del poder adquisitivo y subidas de hipotecas, mala perspectiva económica, olas de calor, enfermedades y grandes disrupciones en el sector de servicios de transporte. Los datos de la industria del turismo apuntan, sin embargo, a una vigorosa temporada. Quizá un síntoma del irreductible deseo de vivir y disfrutar. Bienvenido es y lo celebraría Horacio, quien sin duda nos invitaría a disfrutar de la naturaleza —el mar que se abate sobre los acantilados del Tirreno—, de la gastronomía —el noble vino—, de la voluptuosidad del verano, del patrimonio histórico y la cultura contemporánea, de los sueños polares o ecuatoriales, y de toda la hermosura incomparable que hay en la tierra. Conviene no vaciar las cuentas de ahorros, ponerse mascarilla, usar el transporte público o la bicicleta cuando posible, eviten enchufar el aire acondicionado cuando no sea realmente necesario. Pero, en fin, no hay que sucumbir al pesimismo, el cansancio, la tensión, la histeria o rutinas que pesan demasiado. Si se apagara la música —o la luz— veremos qué se puede hacer bajo el firmamento. Ahora y entonces, carpe diem.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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