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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Draghi dimite, Europa se debilita

El primer ministro italiano se ve abandonado por fuerzas determinantes en el espectro político y deja una Italia desunida e inestable

Sergio Matarella (izquierda) y Mario Draghi, el jueves en el palacio del Quirinal.
Sergio Matarella (izquierda) y Mario Draghi, el jueves en el palacio del Quirinal.PAOLO GIANDOTTI/QUIRINAL PALACE (EFE)
El País

Mario Draghi ha defendido en distintas ocasiones que la legitimidad democrática que sostenía un Gobierno tecnócrata como el suyo era contar con el apoyo prácticamente unitario de las Cámaras. El miércoles se lo quitaron La Liga, Forza Italia y el Movimiento 5 Estrellas, y lo empujaron a dimitir. Lo hizo ayer. La crisis arrancó hace más de una semana cuando los grillinos se negaron a votar una moción de confianza en el Senado, por marcar perfil propio y escapar de sus propios conflictos internos, y el primer ministro presentó ya entonces su renuncia, pero el presidente, Sergio Mattarella, no la aceptó con la esperanza de que reconsiderara su posición. Durante los cinco días siguientes, Draghi ha sido intensamente presionado por Washington, Bruselas y por el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. Pero no ha podido ser e Italia, tras una serie de movimientos absurdos, inoportunos y autodestructivos de sus líderes políticos, ha entrado en el que quizás sea el momento más oscuro de su historia reciente. Habrá elecciones en septiembre —cuando, según una encuesta, solo 3 de cada 10 italianos querían ir a las urnas— y la figura que sale reforzada es la de Giorgia Meloni, al frente de Hermanos de Italia, los socios de Vox, que desde el principio fueron los únicos en oponerse a los retos de un Gobierno que en 17 meses ha acometido algunas de las reformas más urgentes, e impopulares.

Draghi se ha convertido en los últimos meses dentro de la Unión Europea en uno de los bastiones más firmes de la resistencia a la guerra de Vladímir Putin en Ucrania. Lo hizo, además, frente a las simpatías que han mostrado por el líder ruso formaciones como La Liga de Matteo Salvini y el M5E, que estuvo en contra del envío de armas a Kiev. Su determinación en frenar al autócrata ha servido de muro de contención para evitar que se impusiera en su país la teoría de que las sanciones a Rusia son un daño autoinfligido a la economía de Europa.

Pero Draghi ha sido, sobre todo, la garantía de que las reformas que la Unión exige de Italia iban a llevarse a cabo —concluyó las de la justicia y administración pública, estaba con la fiscal y la de competencia— y que la ejecución del plan de recuperación se conduciría con mano firme. Italia recibirá 230.000 millones de euros del plan de recuperación, ya ha obtenido el primer pago —21.000 millones— y estaba a punto de pedir el segundo. Todo queda ahora en el aire, con la tercera economía de la UE sacudida por la inestabilidad y con los presupuestos que iban a combatir la inflación aplazados sine die. La dependencia energética de Roma es otra de sus debilidades, los meses próximos pueden ser muy duros y facilitarán sin duda el avance de los mensajes populistas.

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Draghi se va, además, el mismo día en que el BCE sube los tipos de interés. En una situación mundial tan frágil, era uno de los pesos pesados de una Europa que hoy amanece más débil.

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