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tribuna
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Vuelve la crisis del euro

En realidad, los problemas de la deuda soberana de la eurozona nunca acabaron. Simplemente, optamos por mirar hacia otro lado

Prima de riesgo
Escultura del signo del euro situada frente a la sede del Banco Central Europeo en Fráncfort.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)
Wolfgang Münchau

De las muchas mentiras europeas, ninguna es más grande que la afirmación de que la crisis de la deuda soberana de la eurozona se había resuelto. Los funcionarios, los gobernadores de los bancos centrales y los economistas fracasaron colectivamente a la hora de decirle la verdad al poder: que una unión monetaria dentro de un mercado monetario del siglo XXI no funciona sin un activo líquido y seguro; que el Banco Central Europeo (BCE) no puede simular los efectos económicos de un activo seguro comprando eternamente deuda nacional; que un fondo de recuperación de 312.000 millones de euros a lo largo de cinco años es una minucia para una economía de 15 billones de euros al año.

La UE muestra su mejor cara cuando opera sobre una base jurídica sólida: la política comercial, el mercado único y la política de competencia. La unión monetaria tiene un banco central y unas cuantas normas fiscales, pero eso es todo. El euro introdujo tensiones que no se habrían producido de otro modo. Acabó sembrando la desconfianza entre los Estados miembros. Recordemos las sabias palabras de lord Dahrendorf, excomisario europeo y académico, quien advirtió de que el euro, diseñado para acercar a los pueblos de Europa, acabaría por dividirlos. Esto es exactamente lo que ocurrió durante la crisis del euro. La relación entre Alemania y Grecia nunca se recuperó. No podemos recordar una época en la que hubiera tanta desconfianza como la actual.

La crisis política en Italia debería servir de recordatorio de la permanente vulnerabilidad de la eurozona. Pero no es solo Italia. Esta vez, tanto Alemania como Italia son débiles. Si Vladímir Putin cortara los flujos de gas a Alemania esta semana, la consecuencia sería una profunda recesión con fuertes repercusiones para el resto de la eurozona. Si el BCE no consigue estabilizar los precios porque persigue demasiados objetivos, por ejemplo las finanzas verdes y la reducción de los diferenciales, yo esperaría un resurgimiento del debate sobre la disolución del euro.

El BCE no tiene la culpa de las crisis de precios del último año. Pero sí es culpable por tardar en responder. Incluso ahora, con una inflación del 8% y unas expectativas de inflación desvinculadas del objetivo, el tipo de interés sigue siendo de -0,5%, y no llegará a cero hasta septiembre.

El error imperdonable de la política del BCE es la orientación futura, el hecho de atarse la mano a la espalda con la vana esperanza de hacer más creíble su política. El BCE tendría que haber detenido las compras de activos en marzo, y haber subido los tipos de interés a cero entonces. Esta semana, el consejo regulador tendría que estar debatiendo la segunda o tercera subida de tipos del año.

Lo que el BCE no debería debatir en absoluto es un plan de monetización de la deuda bajo la apariencia de una herramienta contra la fragmentación. El efecto de las compras de activos es bajar los tipos de interés. Es exactamente lo contrario de lo que se necesita ahora. El banco central no puede ocuparse de un hundimiento del mercado de bonos derivado de una crisis política. La supervivencia del euro es asunto de los políticos. Una cosa es haber hecho esto en medio de una crisis y otra muy distinta es seguir intentándolo siempre.

Christine Lagarde debe hacer gala de liderazgo. Tiene que resistir la presión del mercado para apuntalar el mercado de bonos italiano. Y decirle al Consejo Europeo que está poniendo en peligro la integridad y la cohesión de la eurozona, a menos que arreglen los problemas que sus predecesores decidieron no abordar.

Quizá sea un buen momento para desenterrar una propuesta desechada en 2010, consistente en un plan para crear eurobonos a partir de los tramos seguros de la deuda pública nacional. Dejemos que los Estados miembros asuman la responsabilidad del resto, y que incumplan estas cosas si es necesario. Los volúmenes de deuda denominada en euros deben ser lo suficientemente grandes como para sustituir a la deuda nacional como garantía en las transacciones del banco central y del mercado monetario. La UE debe completar la unión bancaria y la unión de los mercados de capitales. Si no hay voluntad política para hacerlo, tendremos que ser honestos y concluir que no hay voluntad política para mantener el euro unido.

Acertar en esto haría más por la causa de la integración europea que una agenda hiperactiva de promesas que la UE jamás cumplirá: el Objetivo 55 [de reducción de las emisiones en al menos un 55%], el Estado de derecho o una política europea de defensa y seguridad. La gran lección de las sucesivas crisis del euro es que hay que terminar lo que se empieza.

Sin embargo, no es esto lo que preveo que pasará. Está en el ADN de la UE endulzar sus crisis en lugar de resolverlas. En un momento en el que necesitamos urgentemente un enfoque claro, la visión europea sigue siendo borrosa.

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