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Columna
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Lo que dicen Goya y Picasso

El acierto de llevar a cenar a líderes mundiales ante el ‘Guernica’ y las pinturas de Goya no puede arruinarse con un contenido mental uniforme y carente de ambición e ideales

Llegada de jefes de Estado y jefes de Gobierno que participan en la cumbre de la OTAN a la cena informal transatlántica a nivel de Jefes de Estado y de Gobierno en el Museo del Prado, a 29 de junio de 2022, en Madrid (España).
Llegada de jefes de Estado y jefes de Gobierno que participan en la cumbre de la OTAN a la cena informal transatlántica a nivel de Jefes de Estado y de Gobierno en el Museo del Prado, a 29 de junio de 2022, en Madrid (España).A. Ortega. Pool (Europa Press)
David Trueba

La cumbre de la OTAN celebrada en Madrid ha sido un éxito. En esto parecen estar de acuerdo hasta los que consideran que todo lo que toca el presidente Sánchez está manchado del pecado original. El estigma se remonta a la cuadratura de la moción de censura que echó al Gobierno Rajoy. Una acción que ahora sabemos que frenó la contumaz destrucción de pruebas de la trama de corrupción interna conducida por una estructura parapolicial que ensució todo lo que trató. Ese mandato de Sánchez, refrendado en dos elecciones de complicados pactos, ha terminado por condenar a los partidos emergentes entonces a un limbo incierto. Ciudadanos eligió pésimamente sus alianzas de poder y la insustancialidad lo devora frente al mecanismo engrasado del PP. En el caso de Podemos, la contorsión permanente para ser a un mismo tiempo cara y nuca del Gobierno le obliga a un comportamiento infantil y caprichoso. En ese ejercicio de oposición sentada al Consejo de Ministros, la cumbre de la OTAN era otra oportunidad para dar puñetazos al aire. La guerra sobre Ucrania ha roto el equilibrio complejo de los europeos, porque no están acostumbrados a ver cómo se bombardea un centro comercial y se viola y se mata tras conquistar poblaciones con lluvia de misiles. En eso Putin parece empeñado en superar al yihadismo con su terrorismo de imperio.

Pero todo éxito trae de la cola un fracaso y la OTAN sabe que a cada salto le corresponde un aterrizaje. De eso nadie quiere hablar. En primer lugar, queda maltrecha la independencia europea de Estados Unidos. No hace tanto, la presidencia de Trump nos convocaba a un distanciamiento higiénico, a buscar defensa propia frente a una deriva demencial. Lejos de quedar desactivado por su derrota electoral, las ideas que lo llevaron al poder están sentadas en el Tribunal Supremo y en la mayoría del Partido Republicano, lo que condena a ese país a una guerra civil latente, donde no hay apuesta por la convivencia. Es un socio natural de Europa, pero las incertidumbres ante la fragilidad de sus valores no son menores que las nuestras ante el avance de la cultura del orbanismo, una negación de las libertades a cambio de la autoridad y la exacerbación del nacionalismo. La mejor de las armas que ha exhibido Europa tras la invasión de Putin ha sido la unidad y el decoro en la recepción de refugiados. Lo peor, conocer la influencia rusa en todo proceso desestabilizador y comprender que hemos alimentado al déspota sin reparar en el peligro de hacerlo. Ahora lo hacemos con otros similares.

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Y aún hay una conclusión más hiriente. Concebir el mundo como un conjunto de territorios que se defienden con la misma estrategia que se usa en las urbanizaciones para ricos de los países convulsos. Cercas de seguridad, torretas de control, conserjes con metralleta. Y este es un delirio planteado ante África y Centroamérica como si fuera la solución inteligente a un desequilibrio creciente. Como si matar en la frontera no fuera matar, sino otra cosa más aceptable e inevitable. El acierto de llevar a cenar a líderes mundiales ante el Guernica y las pinturas de Goya no puede arruinarse con un contenido mental uniforme y carente de ambición e ideales. Eso es como dar palizas al ritmo de Cantando bajo la lluvia. Goya y Picasso pintaron la guerra como el fracaso absoluto del ser humano. Si hemos fracasado de nuevo, habrá que variar la estrategia.

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