El sueño del realismo produce monstruos
En la tragedia de Melilla, se aceptan los marcos de la derecha xenófoba. Ante la crisis, se emplea un léxico antisistema de escasa verosimilitud. El realismo aturullado se justifica inventando monstruos: esperemos que no los fabrique

“A mí personalmente el haber salvado la vida a 630 personas hace que piense que vale la pena dedicarse a la política. [...] Se trata de seres humanos cuyas vidas concretas hemos cambiado y hemos salvado. Esto compensa todos los sinsabores de la política”, decía Pedro Sánchez en su libro Manual de resistencia, acerca del rescate del barco Aquarius, nada más alcanzar la Presidencia del Gobierno. El caso “me hizo darme cuenta de hasta qué punto han estado presentes en mi vida política los refugiados, esas personas que, como dijo Hannah Arendt, son apenas nada más que seres humanos”. Tras la muerte de decenas de personas en Melilla, el presidente declaró que el intento de salto era un ataque violento a la integridad territorial de nuestro país. (En la Cadena SER dijo que cuando afirmó que la situación se había resuelto bien no había visto las imágenes.) Las muertes, señala, son responsabilidad de las mafias. La atribución tiene el peligro de oscurecer la observación de Arendt, y eclipsar el desprecio por la vida y la dignidad que muestran las imágenes.
La inmigración irregular es un problema muy difícil, pero esperable. La inflación, que ha alcanzado el 10,2% (y la subyacente está en el 5,5%), era menos previsible. Durante meses, buena parte de Occidente atenuaba su importancia: no queríamos verla. La secuencia, que conocemos bien, empieza en la negación, pasa a la búsqueda de una explicación sencilla y culpables claros, y conduce a la aplicación de medidas urgentes, algunas más acertadas que otras. El Gobierno tiene que diseñar remedios que ayuden a los ciudadanos sin incrementar la inflación. El margen es limitado, el desgaste para el Ejecutivo alto y los ciudadanos ven que son más pobres cada día. El Gobierno, trastabillado tras el fracaso en Andalucía, ha acompañado nuevas medidas con un discurso conspiranoico: hay poderes ocultos, mediáticos y empresariales, que tienen intereses “oscuros” y se sienten incómodos ante las fuerzas del progreso. Nuestro problema, se dicen, es que no comunicamos bien lo bueno que hacemos, y sacan adelante una ley de memoria democrática con los votos de Bildu mientras desacreditan las instituciones. En la tragedia de Melilla, se aceptan los marcos de la derecha xenófoba. Ante la crisis, se emplea un léxico antisistema de escasa verosimilitud. El realismo aturullado se justifica inventando monstruos: esperemos que no los fabrique. @gascondaniel
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