Basta ya de tanta tontería
Intervenir en el mercado energético debe ser objetivo prioritario de un Estado que quiera reforzar positivamente las condiciones materiales que sustentan la democracia, y ha ocurrido
Cuando nos dijo tontos, muy tontos, Ignacio Sánchez Galán podía hacerlo. Tienes sus razones y lo sabe. Sabe que llevamos meses pagando más y más caro lo que comercializa —la electricidad— y sabe también que la mayoría de los ciudadanos no sabremos nunca ni remotamente por qué.
Desde el verano pasado la escena ya tiene algo de costumbrismo neorrealista. Damos la bienvenida al recibo, con buena intención intentamos comprender cómo funciona la tarifa regulada o el sistema marginalista (que margina más a los pobres, eso sí lo pillamos), no entendemos qué es el pool, pero nos tiramos a la piscina y refunfuñamos un rato… hasta que pagamos y se nos queda otra vez la cara de tontos, muy tontos. “Yo era un tonto, y lo que he visto me ha hecho dos tontos”, escribió Calderón en La dama boba. Lo retomó el Rafael Alberti surrealista en sus poemas sobre actores del cine mudo en los años del crack del 29 que, cosas que pasan, corroyó las democracias liberales. Eran actores como Buster Keaton, a quien Alberti dedicó esos versos. Un tipo con cara de ingenuo pasmarote que daba la bienvenida a la realidad y esta le devolvía el saludo con un tortazo. El pasmo de Keaton se convertía en algo tan cotidiano que mejor quedarse en modo ingenuo, no preocuparse demasiado y resignarse esperando que llegase el nuevo tortazo. Hoy en forma de recibo. Hola Iberdrola y, pum, te la meten doblada y te lo dicen. Tonto.
Sánchez Galán, en cambio, es un hombre listo y tiene las ideas claras. En 2021, mientras el recibo nos abofeteaba mes a mes, la empresa que preside obtuvo un beneficio neto récord: 3.885 millones, superando las expectativas (según informó en febrero a la CNMV). ¿Por qué modificar este complejo mercado que les ha permitido subir un 5% el dividendo? ¡Bien por ti! Yo, si no fuese un tonto al cuadrado como soy, supongo que proclamaría lo mismo que hace mes y medio él defendió en el foro económico Wake up, Spain!, celebrado en la Casa de América de Madrid. Mientras el Gobierno exploraba mecanismos para rebajar la factura, él contratacaba para defender sus intereses con una declaración tan poética como esta: “Hay que intentar por todos los medios que haya más mercado y menos intervención”. Me veo en la sala y me imagino haciendo un papelazo a lo Buster Keaton. Como buen español dispuesto a levantarse, wake up patriotas, me habría levantado de la silla y, sin tener acciones de la compañía, habría vitoreado su catecismo neoliberal. Incluso le hubiese ovacionado cuando el presidente de Iberdrola después criticó las políticas del Gobierno porque amenazan la seguridad jurídica, ¡comunistas! Y así, de pie y aplaudiendo, ni me habría dado cuenta de que seguían robándome la cartera y, al comprobarlo, por supuesto, le habría dado la culpa a este Gobierno ¡cautivo!
Pero el problema, como sentenció el tovarich y reconocido expoeta Xavier Vidal-Folch, es que Iberdrola es una gestora privada que ofrece servicios públicos. Por ello el precio de la electricidad no es algo de lo que puedan desentenderse las instituciones de una democracia liberal como la nuestra, sino que, por el contrario, ante un entramado regulatorio enrevesadísimo, intervenir en el mercado energético debe ser objetivo prioritario de un Estado que quiera reforzar positivamente las condiciones materiales que sustentan la democracia. Ha ocurrido. Casi ni nos hemos dado cuenta. Conseguir que, ni que sea por unos meses, la Comisión Europea haga una excepción y permita limitar el precio del gas que en España y Portugal se utiliza para generar electricidad. Es un reformismo gris y aburrido, implica proyectar más de lo que se consigue y lograr mejoras modestas que durarán un día en la agenda mediática de una sociedad polarizada. Pero así funciona la política de los adultos. Y si no funciona, como sentencia Enric González en el último número de Alternativas Económicas, “quien más tienen se imponen a los que tienen menos”. Y además, pasmados y desarmados, nos dirán tontos.
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