Trabajar con la regla y, de postre, aborto
Asisto atónita a un debate donde escucho a mujeres explicar que lo de explicitar que tenemos la menstruación igual no nos viene bien por cuanto nos diferencia demasiado de los hombres en el terreno laboral y podría perjudicarnos
Como todo el mundo sabe, la regla nunca ha existido en el trabajo. De hecho, en general, las mujeres trabajadoras no sangramos todos los meses, jamás llevamos manchado el pantalón o la falda, ocultamos históricamente las compresas y los tampones en los bolsillos traseros de los vaqueros, nos anudamos el jersey a la cintura en caso de estropicio, saltamos como gacelas en los anuncios de productos de higiene íntima y, por supuesto, jamás se nos ocurriría faltar al curro por tener la menstruación. Porque en el trabajo “la regla” es una quimera, una fantasía que no existe. Y si alguna mujer la tuviera sería de color azul, como en la tele. La razón por la que esto es así es que las reglas del mercado laboral las inventaron, como todo el mundo sabe, los hombres. Así que si ellos no sangran, nosotras tampoco.
Yo, en cambio, igual que todas las mujeres españolas, sí que sangro en el trabajo. Incluso he conocido la sangre de un aborto espontáneo en el mismo baño donde otras veces me cambiaba el tampón. En el mismo retrete donde me he sentado para extraer leche materna de mis pechos con el objeto de envasar el oro blanco en bolsitas de plástico que después preservaría en una práctica nevera de playa. Siempre me dio mal rollo darle esa leche a mis hijas, porque me parecía que no podía salir nada bueno de semejante escena. Así que no la sacaba para alimentarlas, sino para evitar el dolor de la subida cuando tienes un bebé al que alimentar, pero su hambre llora en algún lugar lejano de la ciudad. El teletrabajo entonces se consideraba imposible, claro está, porque era una necesidad de conciliación de las madres trabajadoras y como tal era un asunto menor y perfectamente prescindible. La regla, el aborto y la maternidad me visitaron pues en el mismo cuarto de baño laboral. Asuntos distintos con una sola cosa en común: todos fueron invisibles. Alguien podría haber pensado en una sala de lactancia o incluso en un lugar de reunión y cobijo donde poder colocar una manta eléctrica sobre el vientre y tomar un paracetamol. Un sofá agradable donde parar y padecer los dolores menstruales que a menudo asedian de forma aguda y sin previo aviso. Media hora terrible e inesperada, por ejemplo, en la que no puedes mantener la postura en la silla y que, sin embargo, pasará pronto. Pero esa sala no existe porque, como todo el mundo sabe, la menstruación (o la lactancia o los test de embarazo o los abortos o las mujeres) no existimos en el trabajo y por eso es importante camuflarnos, disfrazarnos, “adaptarnos al mercado laboral”. En los espacios de trabajo más contemporáneos pueden encontrarse mesas de pimpón, futbolines, terrazas al sol y pufs de colores donde sentarse a llamar a las musas… Hay mucho genio que necesita distraerse antes de tener la idea definitiva y necesitan sus huecos. Pero mujeres que sangren, ninguna.
En mi experiencia de mujer sangrante recuerdo un día especialmente doloroso. Entonces tendría 26 años, no más. Trabajaba en la Redacción digital de un periódico y Borja Echevarría, hoy director adjunto de este periódico, era el responsable que se quedaba al frente durante el turno de tarde. El dolor menstrual apareció a eso de las 17.00. Me tomé un paracetamol y seguí tecleando como si nada. Sabía que me tocaba soportarlo como si nada hasta que desapareciese solo. La cuestión es que aquel dolor se fue haciendo cada vez más fuerte, intenso a las seis de la tarde, insoportable a las siete. Llego un momento en que me dolía tanto que ya no podía ni teclear y me quedé mirando fijamente la pantalla del ordenador. Tenía que pasarse de una vez. A eso de las siete y media no me podía mover. En algún momento, Borja se acercó a mi mesa. “Labari, tienes muy mala cara. ¿Estás bien?”. “No pasa nada, es solo un dolor de regla”, aseguré quitándole importancia. “Bueno, sea lo que sea, tienes que irte a casa”. Cuando me fui a levantar no podía moverme, sentí un puñal atravesándome de lado a lado. Imposible alcanzar la vertical. Lo siguiente que recuerdo es a Borja dando indicaciones al taxista sobre las Urgencias más cercanas.
No era la regla. Aquella tarde tenía un cólico nefrítico, una dolorosa y paralizante piedra en el riñón. Me pusieron un tratamiento en vena y me dejaron en una camilla más de cuatro horas. No estaba claro que pudiera dormir en casa. La médica de guardia no podía explicarse cómo había podía soportar el dolor sin acudir antes al hospital. “Creí que era la regla”, fue toda mi respuesta. Recuerdo hoy aquella tarde ante el debate que se ha abierto por el hecho de introducir la palabra menstruación asociada a una baja laboral en el borrador de la ley del aborto que maneja el Ministerio de Igualdad. Y me doy cuenta de lo necesario que es nombrar esta palabra y escribirla (con letras rojas, a ser posible) en todos los espacios laborales de este país. No ya el derecho a la baja, que también, sino el derecho a tener la regla y a mencionarla como si existiera. El derecho a sangrar y a naturalizar el hecho de ser una mujer que va al trabajo (y al colegio y a la universidad y a las competiciones deportivas…) con un cuerpo que sangra y que pare y que alimenta. Un cuerpo que no tiene que igualarse al de los hombres nunca más.
Sin embargo, asisto atónita a un debate donde escucho a mujeres explicar que lo de explicitar que tenemos la regla igual no nos viene bien por cuanto nos diferencia demasiado de los hombres en el terreno laboral y podría perjudicarnos a medio y largo plazo. Solo el tuit de Juanita Banana consigue hacerme sonreír. “A las tías lo que nos gustaría de verdad es estar todos los días de baja en casa con la regla y salir de vez en cuando a abortar”. A lo mejor resulta que los casi 40.000 me gusta que acumula son de personas convencidas de que si se aprueba la ley, no haremos otra cosa. O lo mismo son de mujeres que existen y se manifiestan como tal en el ciberespacio, donde la menstruación puede existir y hasta nombrarse. Otra cosa será ir al trabajo a mencionar su prohibido nombre, volver a ese espacio donde aprendimos a explicar que “no es nada, solo un dolor de regla”. No es casual que la menstruación lleve el nombre de una orden o una norma. Es para subrayar la sumisión de las sangrantes. Menos mal que el cuerpo es nuestro y puede gritar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.