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Columna
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Imperio de Bienestar

Las mentes progresistas deberían saber que expandir automáticamente el gasto social es, para los ciudadanos más desafortunados, lo que las conquistas de Napoleón para el pueblo llano francés: gloria hoy y miseria mañana

Manifestación por la subida de las pensiones en Madrid, el pasado febrero.
Manifestación por la subida de las pensiones en Madrid, el pasado febrero.Jesús Hellín (Europa Press)
Víctor Lapuente

España cuelga de Europa con una mano agarrada a la bota italiana y otra al hexágono francés. Queremos imitar a Alemania o Dinamarca, y a veces les superamos, pero a menudo seguimos los pasos de Francia e Italia. Y esto debería alertarnos, porque ambas han pulverizado sus sistemas políticos y ya sólo tienen dos alternativas viables: tecnocracia (Macron, Draghi) o populismo (Le Pen, Salvini/Meloni). O unos líderes sostenidos por las élites, y más queridos en Bruselas que en casa, o la barbarie.

El populismo ha llegado a las puertas de Roma y París no por culpa de unos partidos, medios de comunicación o redes sociales (¡ojalá bastara con desconectarnos de Twitter!), sino por una tensión estructural. El Estado francés y el italiano están atrapados entre ciudadanías que exigen prestaciones generosas y una factura cada vez más impagable. Francia e Italia han construido a lo largo de décadas vastos Estados de bienestar —son líderes mundiales en gasto social— pero, como el imperio napoleónico, son poco sostenibles y equitativos. Por ejemplo, tienen pensiones y prejubilaciones espléndidas para los trabajadores de ciertos sectores. ¿Les suena?

Franceses, italianos y españoles no estamos fatalmente unidos por un defectuoso cromosoma cultural. Pero sí compartimos un dogma heredado del mundo romano: ante la duda, la res publica prevalece sobre la cosa privada.

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Históricamente, esa mentalidad posibilitó que autócratas ambiciosos movilizaran recursos ingentes para cumplir sus sueños megalómanos, de César, Carlomagno y Carlos V a Napoleón, Mussolini y otros caudillos. Y, en democracia, esa actitud permite que nuestros Estados acomoden fácilmente las reclamaciones de grupos organizados. La vara de medir el éxito de una política no es si el beneficio social es mayor que su coste, sino si hay “acuerdo” del Gobierno con el interés de turno. Todos corremos a aplaudir cualquier pacto que amplíe esos Imperios del Bienestar que no dan a quién más lo necesita, sino a quién mejor lo pide.

Pero las mentes progresistas deberían saber que expandir automáticamente el gasto social (indexando todas las pensiones, cubriendo el 100% de sueldos astronómicos en bajas paternales, y otros caprichos de bienestar) es, para los ciudadanos más desafortunados, lo mismo que las conquistas de Napoleón para el pueblo llano francés: gloria hoy y miseria mañana. @VictorLapuente

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