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ABRIENDO TROCHA
Columna
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Nüremberg en El Salvador

Lo recorrido por Bukele desde que asumió funciones marca un curso lineal autoritario

Diego García-Sayan
El Salvador: Nayib Bukele participa junto al Alto mando de la Fuerza Armada
Nayib Bukele participa junto al alto mando de la Fuerza Armada en un acto de incorporación de nuevos soldados en San Salvador el 19 de julio.Miguel Lemus (EFE)

Reflectores intensos levantando la figura del “gran líder”. Rutilante espectáculo nocturno, gritos e himnos marciales en un estadio ocupado por personal policial vestido y ordenado cual tropa militar de combate. Enmarcado todo por el discurso simple, reiterativo y machacón en soluciones mágicas que anunciaba el líder.

Era San Salvador en estos días, no Nüremberg, la “meca” del partido y escenografía nazi en el estrado Zeppelinfeld desde donde Hitler arengaba a las masas. Escenas que ha dejado registradas para la historia la cineasta Leni Riefenstahl, crucial y brillante arma de la propaganda nazi. Discurso este del salvadoreño que, en el fondo y la forma, inspira a preocupantes émulos contemporáneos, como el presidente Nayib Bukele.

Lo recorrido por Bukele desde que asumió funciones marca un curso lineal autoritario; in crescendo y en varios planos. Me he referido ya en estas páginas a la demolición por Bukele de la independencia judicial en El Salvador. Como ya se sabe a estas alturas, ese fue solo un paso en el desmantelamiento de la institucionalidad salvadoreña, incluyendo la libertad de expresión.

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En efecto, en paso adicional de restricción de derechos democráticos. Hace pocos días gestionó en el Congreso una “ley mordaza” que legaliza abiertamente la censura. Esta medida prohíbe informar sobre las pandillas, sobre pactos entre políticos y pandilleros y sobre el control que ejercen sobre buena parte de la población urbana, especialmente la más pobre.

Como ha señalado Carlos Dada, director del periódico digital El Faro, “la democracia, que es un sistema de pesos y contrapesos, ya no tiene contrapesos en El Salvador”. Y es verdad. Fue precisamente El Faro que informó en septiembre de 2020 y agosto de 2021, con documentos probatorios, que el Gobierno de Bukele llevaba negociando desde su inicio con los líderes pandilleros encarcelados “la reducción de homicidios y apoyo electoral para las pasadas elecciones de febrero de 2021″. Para confirmar que eso de las negociaciones no era un cuento, hace pocos meses, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos impuso sanciones a dos funcionarios salvadoreños por negociar con las pandillas para reducir homicidios a cambio de incentivos económicos.

Ese trágico fin de semana a finales de marzo, en el que las maras asesinaron en un solo día a más de 60 personas, fue un campanazo de alerta de que el puente entre Bukele y las maras se había roto. Y vino, entonces, el anuncio de las medidas de dureza extrema. Que además de restricciones a la libertad de expresión y de un estado de excepción, contiene penas más severas, restricciones duras en el derecho a la defensa, jueces sin rostro y una serie de medidas de ese mismo corte. Que rompen con estándares internacionales de obligatorio cumplimiento, pero que, la verdad sea dicha, han caído bien en un sector de una sociedad hastiada de la delincuencia y que no ve una salida al fondo del túnel luego de décadas de impunidad marera.

Esto tiene, sin embargo, tres aspectos muy serios que apuntan a cuestionar estas medidas autoritarias. No solo atentatorias de reglas elementales de un Estado democrático de derecho, sino inconvenientes y de previsible ineficacia.

Primero, al liquidar el debido proceso (derecho a la defensa, jueces sin rostros y demás) genera nuevos dramas y contradicciones con miles de inocentes que pueden ser no solo detenidos, sino condenados a largas penas. Un remedio que no desactiva las condiciones que generan la reproducción de las maras, sino que amenaza con arrasar con inocentes generando nuevos dramas.

Durante la autocracia de Fujimori en el Perú en la década de los 90 del siglo pasado se usaron esas armas y fue tan brutal y negativo su efecto en miles de inocentes que el propio Fujimori tuvo que desandarlas dictando la legislación para liberar a varios miles de inocentes injustamente condenados y desactivar los tribunales sin rostro. Fue la inteligencia y no los tribunales sin rostro o las masacres lo que funcionó para derrotar a Sendero Luminoso.

Segundo, que la acción violenta e impune de la criminalidad no puede ser enfrentada con éxito y contundencia con herramientas que pueden sonar eficaces, pero que son, en realidad, más efectistas que eficientes. Y esto vale no solo para El Salvador.

Hay dramas de fondo que atraviesan a toda nuestra región que si son soslayados y vistos como ajenos a la amenaza de la criminalidad, difícilmente impedirán prevenir y enfrentarla con éxito. Las tasas de homicidio en la región superan los promedios mundiales. Y, claramente en el caso de América Latina, golpea de manera desproporcionada a los sectores más pobres de la sociedad tanto en cuanto a sus efectos como en cuanto a los contingentes que se suman al crimen.

Al menos dos líneas de acción suenan indispensables.

Primero, presencia policial y relación creativa con las organizaciones sociales de la gente es, pues, decisivo. No hay nada de eso en el “plan Bukele”. Hay una situación de emergencia, cierto, pero las respuestas no pueden ser para las tribunas.

La emergencia debe apuntar a contar al menos con un destacamento policial eficiente con capacidad de acciones de inteligencia eficaces que vayan a las estructuras y sus cabezas, acompañado todo de un sistema judicial independiente. Que sea capaz de dar a la gente real acceso a la justicia y proporcionar un servicio eficiente que castigue ejemplarmente y con pruebas a quien ha delinquido y, a la vez, proteja los derechos de las víctimas. Interacción dinámica con las organizaciones sociales —y no de confrontación con ellas— como herramienta esencial.

Segundo, políticas sociales y de inversión que, en serio, den una salida al ejército de ninis —ese ejército de jóvenes que ni estudian ni trabajan— que pueden acabar siendo fácil masa de maniobra del crimen. De acuerdo al Banco Mundial hay 20 millones de jóvenes en la región que no estudian ni tienen empleo. No hay nada de eso, tampoco, en el “plan Bukele”.

Como ya se ha demostrado en muchas experiencias, detenciones masivas, mezclando inocentes con otros que merecen sanción, procesos penales arbitrarios y por ende simplistas, podrán ser flor de un día. Que en el corto plazo acaso le llenen el ojo a mucha gente, pero difícilmente le quitarán el agua al pez.

Mucho cuidado, pues, con estos pasos que pueden entusiasmar a algunos, pero que en realidad pueden ser más que todo escalones en la perspectiva de mayor concentración autoritaria de poder. La historia nos enseña que esos procesos suelen terminar en mucha corrupción y violencia.

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