La vida fugaz
El ser humano es capaz de extasiarse ante una flor y de cometer en medio de una sucia carnicería los crímenes de guerra más execrables
Los japoneses celebran cada año la floración de los cerezos como un gran acontecimiento espiritual. Cuando en primavera se produce este suceso efímero de la naturaleza, salen las familias en peregrinación hacia los valles cubiertos de flores blancas o rosas, buscando purificar sus vidas en esa belleza fugaz. Esta es la lección que ofrece una sencilla flor de cerezo. También la vida es una aventura pasajera, si bien un instante de belleza puede convertirla en una hazaña inmortal, que se renueva cada año en primavera. Pero mientras en abril en muchos valles florecen los cerezos en cuyo esplendor cualquiera puede diluir su existencia hasta alcanzar la cota más alta de la espiritualidad, en contrapartida estos días nos vemos obligados a admitir que el ser humano es capaz de extasiarse ante una flor y de cometer en medio de una sucia carnicería los crímenes de guerra más execrables. Se nos dijo que en el futuro las guerras iban a ser limpias, cibernéticas, ejecutadas sobre tableros digitales, con una violencia mortífera pero aséptica; en cambio, la guerra de Ucrania se desarrolla a la vieja usanza bajo los instintos más salvajes con un impudor infame de matanzas, cuerpos destripados, ciudades calcinadas, montañas de chatarra bélica abandonada en los caminos y millones de refugiados huyendo por las fronteras. Esta primavera ha sido muy cruel. Ni siquiera nos ha permitido refugiar nuestra mente bajo los cerezos en flor. Este año se ha asociado con la perversidad humana y en medio de la floración de los frutales ha enviado un frío criminal que ha quemado toda su belleza. Un niño soñó que tenía un cerezo en el jardín, con una sola flor que había dado una sola cereza. Cada día la veía madurar desde la ventana. En ella se concentraban todos sus sueños. Una mañana al despertar vio que la cereza ya no estaba. Se la había comido un pájaro. Fue la primera guerra.
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