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Tribuna
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Los dos sexos del espíritu

Flaco favor se hace a las disputas sobre el género si se proyecta la imagen de que la historia de las mujeres es cosa solo de mujeres, de los niños con los niños y las niñas con las niñas

La exposición 'Roma SPQR', celebrada en el Centro de Exposiciones Arte Canal, en Madrid en 2019, sobre la historia del Imperio Romano.
La exposición 'Roma SPQR', celebrada en el Centro de Exposiciones Arte Canal, en Madrid en 2019, sobre la historia del Imperio Romano.EFE

Decía Jules Michelet que se sentía un hombre completo porque tenía los dos sexos del espíritu. Era ello muy cierto en aquel gigante del siglo de la historia, el siglo XIX, como nos demostró con la inclusión de la mujer, de las mujeres, en su historiografía épica, romántica y novelada de la Revolución Francesa. Michelet defendía que el historiador tiene una misión y que su deber es ser el administrador del patrimonio de los difuntos, el guardián de la memoria, aquel que brindará a los olvidados, al pueblo, a la mujer, la voz que se le negó y la asistencia que nosotros mismos necesitaremos algún día en un futuro próximo.

Con la firme convicción de que el historiador debe albergar a los dos sexos del espíritu, de no desatender nunca el género, me dejo seducir por una bien armada serie documental sobre la mujer romana en Movistar, El corazón del imperio. Debo reconocer que el título no me parece muy afortunado, porque más allá de que Roma es un nombre femenino, el corazón vincula a la mujer, como siempre ha querido el patriarcado, más con la emoción que con la razón, con la naturaleza que con la cultura, con la materia que con el espíritu, con el cuerpo más que con el alma.

No me voy a centrar en la idoneidad de que un autor superventas de novela histórica, Santiago Posteguillo, no un verdadero historiador, sea el alma mater de una serie a veces teratológica en la que quizás se suceden demasiadas pasiones desatadas y violentas pulsiones de sexo, sangre y arena. No cuestionaré la solvencia contrastada de las historiadoras que acompañan al novelista en su retorno al pasado, especialistas experimentadas en la historia de Roma y de las mujeres romanas y que nos enseñan no pocas cosas sobre las asimetrías del género de ayer y de hoy. Tampoco negaré las convincentes y efectivas interpretaciones sobre los avatares de romanas ilustres en aquel mundo de hombres que siempre vio en las mujeres a eternas menores de edad. Mi pregunta es, sin embargo, sencilla, pero nada ingenua: ¿dónde está el otro sexo del espíritu más allá de Santiago Posteguillo y los actores que interpretan a lo que al parecer fueron títeres en manos de sus mujeres, abuelas, madres o esposas, se llamasen Julio César, Marco Antonio, Augusto o Heliogábalo?

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Deberíamos plantearnos, más allá de si estamos confundiendo la historia con lo políticamente correcto o con el tan necesario feminismo, si tiene sentido que la historia de las mujeres sea solo cosa de mujeres, si para hacer justicia a Cleopatra o Livia haya que empequeñecer a Julio César o Augusto, que no se recurra ni una sola vez al concurso de un experto en Historia de Roma y en Historia del género del sexo masculino, que los hay. Somos muchos los hombres, cisgénero o no binarios, que nos dedicamos y enseñamos género e Historia desde hace muchos años, y flaco favor se hace a las disputas sobre el género si se proyecta la imagen de que la historia de las mujeres es cosa solo de mujeres, de los niños con los niños y las niñas con las niñas.

La normalidad en la enseñanza sobre el género en la Historia llegará el día en que desaparezcan las asignaturas sobre género e Historia, cuando se aborde el estudio del género de manera transversal, inclusiva, en todos y en cada uno de los planes docentes de todas y cada una de las asignaturas, desde la educación primaria a la Universidad, en la Historia y en la Literatura, desde la Historia de la Física a la Historia de la Medicina, en la Historia del Arte y en cualesquiera de las manifestaciones del espíritu. Mientras esa nueva normalidad no se imponga por derecho propio y por justicia poética —y seguimos, ciertamente, muy lejos— seguirán siendo necesarias asignaturas sobre género e Historia, historias de las mujeres filósofas o historias de las mujeres científicas, días internacionales de las mujeres y las niñas en la ciencia y días internacionales de las mujeres trabajadoras, días internacionales para la eliminación de la violencia contra las mujeres o días internacionales del orgullo LGTBI.

Pero solo si asumimos que el historiador o la historiadora debe tener los dos sexos del espíritu, como decía Michelet, podremos aclamar para una segunda vida a los hombres y a las mujeres de la Historia sin partidismos o apriorismos, ofrecer a la sociedad una historia crítica y metódica, con juicio y sin prejuicios, que proporcione una aproximación rigurosa a lo que sucedió realmente, también con un lenguaje inclusivo, pero no artificiosa y forzadamente inclusivo, superando los discursos androcéntricos de la razón patriarcal y apostando más por los feminismos de la igualdad que por los feminismos de la diferencia, por la igualdad respetando la diferencia. Quizás solo así contribuyamos a que todos y todas podamos sentirnos, un día no muy lejano, orgullosos de contar con todos los sexos del espíritu.


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