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tribuna
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Hacia un nuevo progresismo en América Latina?

El discurso sobre las clases populares, las minorías y la creación de un nuevo contrato social más justo y colectivo es un punto de encuentro entre los proyectos de Gabriel Boric y Gustavo Petro

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El presidente de Chile, Gabriel Boric, junto a un grupo de activistas medioambientales en un acto en el Palacio de La Moneda, el pasado 18 de marzo.Alberto Valdés (EFE)

El discurso de investidura pronunciado por el presidente chileno Gabriel Boric el pasado 11 de marzo en el Palacio de la Moneda en Santiago representa uno de los momentos capitales de la retórica presidencial. Allí se exaltan las raíces históricas, se destacan los valores fundamentales del proyecto de sociedad y se expone una visión de futuro.

¿Cuál es la renovación generacional que encarna? Y ¿en qué consiste su proyecto de sociedad?

Lejos del lenguaje marxista-leninista, del discurso de ruptura y del discurso populista, aquel que designa con un dedo a las élites responsables de la crisis, el de Boric está embebido en una lógica simbólica, aquella que busca enmendar a un país que ha sufrido crisis naturales, económicas, políticas y sociales. En su discurso están presentes los nuevos valores de la sociedad chilena: reivindicación de los derechos de la población excluida y diversa y la institucionalización de un trabajo colectivo para enfrentar los desafíos actuales. Un mensaje que lleva, por encima de todo, un nuevo referente: el de una sociedad abierta, progresista, donde el actor central es la ciudadanía.

La primera parte del discurso es un llamado a las emociones y se refiere a quienes le permitieron llegar al poder. Si Boric no menciona a Dios, un concepto reconocido en la prosa de la derecha latinoamericana, sus palabras reflejan una confesión casi cristiana al comprometerse con el pueblo chileno: “Llegamos aquí para entregarnos en cuerpo y alma al compromiso de hacer mejor la vida en nuestra patria”.

La figura central del discurso no es su programa sino su auditorio, al cual se dirige reconociendo con humildad que está en el poder gracias a las movilizaciones estudiantiles. Su primera referencia es a aquellos que sufrieron la dictadura. Allí se encuentran las víctimas de la violencia y las familias a la espera de verdad, justicia, reparación y no repetición.

También se incluyen las comunidades diversas que han sido excluidas por su condición sexual, los dirigentes sociales que han luchado por conseguir un techo digno, la clase media y los chilenos de las zonas más aisladas. Dirige una mención especial a los artistas que no pueden vivir de su trabajo.

Si bien no hay una ruptura con el modelo capitalista, el imaginario será otro en la era Boric. El discurso de la derecha, apegado a las cifras y al crecimiento económico, se transforma en uno más atento frente a las desigualdades: “Cuando no hay distribución de la riqueza, cuando la riqueza se concentra solo en unos pocos, la paz es muy difícil”.

El campo lexical de los sentimientos abunda en su intervención y el Boric satanizado como un hombre de izquierda radical hace prueba de empatía, compromiso y humanismo.

Luego, en un tono más grave y dejando las emociones, recuerda los momentos más oscuros de la historia chilena, a través del golpe de Estado y la violencia contra las comunidades indígenas.

Hace un reconocimiento importante a quienes lucharon por la educación pública, los derechos de las mujeres, los derechos sociales y la democratización del país. Destaca el rol histórico de figuras como Juan Manuel Balmaceda (1840-1891) y Pedro Aguirre Cerda (1879-1941).

Siguiendo los pasos de Aguirre Cerda, quien creó la Secretaría de la raza y las horas libres, Boric desea cumplir su promesa de reducir el trabajo de 45 a 40 horas semanales para que los chilenos puedan disfrutar de sus familias. No dejó de nombrar a los expresidentes de la Concertación que marcó el retorno a la democracia, desde Patricio Aylwin a Michelle Bachelet, primera mujer ministra de Defensa en América Latina y en dos ocasiones presidenta de Chile.

En el ámbito internacional, Boric criticó, aun sin mencionarlos, a aquellos gobiernos que, como Venezuela, Cuba y Nicaragua, violan los derechos humanos y pidió respeto sin importar el “color del Gobierno que vulnere”.

Si bien los desafíos que deberá enfrentar se enmarcan en una agenda global ―emergencia climática, migración, globalización, crisis energética, violencia contra las mujeres―, el nuevo gobernante mencionó con vehemencia un desafío mayor: la crisis en la región de Araucanía.

Sus palabras exponen otra mirada del conflicto, no desde la represión y la autoridad, sino desde el diálogo, lo social y la recuperación de los derechos de los indígenas mapuches. El cambio de política será total. A realidades históricas como el abuso y el despojo, contrapone la confianza, el diálogo y la empatía.

Sin duda el llamado más emocionante de su discurso se dio al recordar la frase célebre de Salvador Allende hace medio siglo: “Estamos de nuevo, compatriotas, abriendo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, el hombre y la mujer libre, para construir una sociedad mejor”.

¿Puede la ola de Gabriel Boric influir en América Latina? El discurso hacia las clases populares, las minorías y la creación de un nuevo contrato social más justo y colectivo es un punto de encuentro entre los proyectos de Gabriel Boric y Gustavo Petro, candidato con más opciones en las elecciones presidenciales de Colombia.

Ambos defienden el progresismo y están muy lejos de un comunismo o socialismo. Antes que revolución, abogan por un modelo más humano en defensa de la vida y de lucha frente al cambio climático. Antes que igualdad, prefieren la libertad, aquella que se obtiene a través de la educación y del conocimiento. Antes que unilateralismo, propio del trumpismo o del bolsonarismo, su modelo aboga por una visión multilateral donde el mundo y las alianzas progresistas están en primera línea.

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