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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Degradación de Afganistán

La orden de negar la educación a las mujeres ratifica la naturaleza retrógrada del régimen talibán

Mujeres en la escuela, el 23 de marzo en Kabul.
Mujeres en la escuela, el 23 de marzo en Kabul.AHMAD SAHEL ARMAN (AFP)

La tragedia de Ucrania convive con tragedias cronificadas en otras partes del mundo. La fragilísima esperanza de que el Gobierno de Afganistán respetase los más elementales derechos de las mujeres se ha visto defraudada sin paliativos desde el miércoles pasado. La orden emitida por el Gobierno fundamentalista afgano de suspender en todo el país el derecho a la educación de las mujeres a partir de los 12 años confirma de forma dramática la naturaleza retrógrada del régimen talibán. Desde su vuelta al poder el pasado 15 de agosto, ha aplicado sistemática e implacablemente una visión distorsionada y sectaria del islam en todos los ámbitos de la vida social y privada de sus ciudadanos.

Desgraciadamente, los augurios más pesimistas realizados a la vista de la caótica retirada de EE UU el pasado verano sobre la pérdida total de libertad de las afganas se van cumpliendo. Las genéricas promesas de respeto a los derechos de las mujeres realizadas por los responsables talibanes mientras miles de personas se agolpaban en el aeropuerto de Kabul tratando de huir del país se han demostrado vanas. La persecución con saña de la imagen femenina en cualquier ámbito de la vida civil, ya fuera en carteles publicitarios o maniquíes en los escaparates de las tiendas, desmentía sobre la marcha declaraciones de intenciones pronunciadas con el único objetivo de evitar la crítica internacional, un prolongado colapso económico y el fin del suministro de ayuda internacional. Desde entonces, los institutos y universidades afganas han permanecido cerrados para las mujeres. Pero el régimen integrista anunció a bombo y platillo su reapertura para el pasado miércoles. La decisión apenas se puso en marcha durante unas horas. El pretexto oficial es que el Gobierno todavía debe asegurarse de que la enseñanza para las mujeres cumpla con su visión de la religión islámica y la decisión está tomada “hasta nueva orden”.

No es posible decir que esto sea una sorpresa. El primer régimen talibán (1996-2001) se caracterizó, entre otras atrocidades, por una persecución a las mujeres que incluía desde apaleamientos, flagelaciones, lapidaciones y ejecuciones públicas hasta la denegación del acceso a los derechos de educación y salud y constantes humillaciones públicas. Absolutamente nada indica que la situación ahora vaya a ser diferente. Conviene resaltar que los talibanes además utilizan de rehén a su población como escudo ante las posibles represalias de una comunidad internacional. Cortar la ayuda humanitaria se ha convertido actualmente en casi la única arma de presión, pero su aplicación perjudicaría directamente a cientos de miles de personas que dependen de ella ante la más que probable indiferencia de los talibanes. En cualquier caso, Occidente no puede dar por cerrado este capítulo acuciado por otras urgencias. La persecución contra las mujeres en Afganistán avanza con plena impunidad.

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