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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Preservar la unidad

El equilibrio entre sacrificios y costes como respuesta de los Veintisiete a la invasión de Ucrania ha de seguir siendo el motor que permita actuar a la UE sin arruinar su respuesta común

UE guerra Ucrania
Estación receptora de gas del gaseoducto Nord Stream 2 en Lubmin (Alemania), el 2 de febrero.SeanGallup (Getty Images)
El País

La Unión Europea ha vivido en estas tres últimas semanas un curso acelerado de realismo político y tragedia histórica. Sus errores de percepción sobre Vladímir Putin se han revelado catastróficos, pero ha podido enjugar parte de ese error con la rapidez de una reacción compacta y unánime contra el drama diario de la guerra. La potente respuesta común ha sido fundamental para que Ucrania sintiese respaldada su resistencia y la UE comprendiese que actuaba contra un autócrata que amenazaba de raíz su misma razón de ser.

Las cosas no han cambiado todavía, pero podrían cambiar ante las nuevas sanciones destinadas a reducir la capacidad bélica de Rusia. Un escenario de división debilitaría sin remedio no solo la causa de Ucrania, sino la causa de la misma UE en su futuro inmediato. La población europea no entendería que las discrepancias sobre los modos de rebajar el estratosférico coste de la energía resquebrajasen la unidad o impusiesen una doble velocidad sancionadora contra Rusia. La UE está hecha de la suma de sensibilidades nacionales. Su valor como potencia global se nutre de la conjugación de intereses particulares en un interés superior a las partes que la componen, con ritmos y experiencias diferentes en cada Estado. Ni los intereses de Polonia son los de Italia, ni los de Portugal o España son los de Alemania.

El siguiente nivel de las sanciones —cortar la importación europea de gas, petróleo y carbón ruso— impondría el último peldaño del castigo a Putin, que dejaría de ingresar en torno a un tercio de su presupuesto anual y afectaría a los Veintisiete con distintos niveles de gravedad. Estados Unidos suspendió la compra de gas y petróleo ruso con una dependencia escasa; España podría hacerlo porque también su sistema energético está poco expuesto a las fuentes rusas, aunque con la incertidumbre abierta ahora por la crisis con Argelia. Pero no es esa la situación de los países más próximos geográficamente, como Alemania y Polonia, ni es el caso de Italia, altamente dependiente de Rusia. El invierno se acaba y la energía será menos necesaria, pero cualquier decisión que impacte sobre el corte del gas o el petróleo ruso habrá de valorar el precio que cada Estado puede asumir por una acción conjunta de la UE contra la Rusia de Putin. Los países más pobres tendrán menos capacidad para amortiguar los potenciales problemas sociales que surjan de cualquier política de descarbonización. El equilibrio metódico de sacrificios y costes ha de seguir siendo el motor que permita actuar a la UE sin arruinar su unidad sacando a flote antiguas líneas de fractura que parecen agudizarse cuando se introduce en la agenda la cuestión social. También eso es realismo político para afrontar una guerra en su propio territorio.

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