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La táctica del fuera de juego

Si es verdad que la guerra saca a la luz la dimensión dilemática de la política, la que consiste en sortear contradicciones, ¿por qué hay tan pocas dudas y debate en el ambiente?

Ilustración Máriam Bascuñán 20.03.22
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

Mirar la guerra es exponerse dolorosamente a sus contrastes, a la quiebra entre la bomba que arrasa un hospital de maternidad y los sesudos y solemnes análisis y discursos que construyen la narrativa de lo que sucede. Ese relato nos ofrece algunas certezas: la invasión ha alineado los objetivos estratégicos de 27 Estados, resucitado a la OTAN, cambiado la política exterior alemana y roto el tabú de la Europa geopolítica y de la defensa. Todo eso que se nos repite machaconamente es cierto, pero es interesante comprobar el efecto que produce la guerra en los estados de opinión. Sabemos que la ansiedad y el miedo que provoca degrada nuestra capacidad para evaluar lo que ocurre, adormece el debate sobre muchos temas, activa el marco patriótico y une a la población en torno al líder. Las elecciones francesas son un ejemplo de esto: la mera declaración de la candidatura de Emmanuel Macron lo dispara casi al 30% en intención de voto, situando a sus adversarios como extras discutiendo en el vacío: las críticas son percibidas como un ataque a la unidad nacional.

En Francia se habla ya de una “campaña escamoteada” o “asimétrica” donde habrá poco debate sobre los temas cruciales que la guerra pone sobre la mesa. Parte de la responsabilidad es de los políticos y analistas que la cuentan, que recurren a eso que Manuel Vázquez Montalbán llamaba “la táctica del fuera de juego”: el central emite un silbido para que la defensa se adelante, de forma que los delanteros queden en fuera de juego. Porque, si es verdad que la guerra saca a la luz la dimensión dilemática de la política, la que consiste en sortear contradicciones, ¿por qué hay tan pocas dudas y debate en el ambiente? La llamada a bajar la temperatura de los calentadores, por ejemplo, descuida la justicia social: no todos sufriremos igual la crisis energética en ciernes. De hecho, frente al consenso inicial mostrado por Europa, la introducción de la “cuestión social” por la política ambiental trae de vuelta las viejas divisiones a una UE que, en lo económico, sigue teniendo debilidades de fábrica, aunque muestre unidad para enviar armas a Ucrania. La descarbonización necesitará incentivos para el cambio y medios para que los usuarios mitiguemos lo que se avecina, pero muchos países se resisten a la creación de un fondo común para ello. Ucrania nos muestra la necesidad de librarnos del yugo ruso, tanto ambiental como político, pero la subida de la luz no es una cuestión temporal.

Esta crisis es el anticipo de lo que vendrá. Los populismos azuzarán con falsos dilemas (el precio de la energía frente al derroche del Ministerio de Igualdad), pero liberarnos de la dependencia de los hidrocarburos supone transformar nuestro estilo de vida y nuestra economía. Pocos líderes hablan de ello, pero la solidaridad que debemos activar con Ucrania exige algo más que palabras solemnes, armas y ayuda humanitaria: debemos mirar de frente estos problemas. Y hacerlo sin parpadear.

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