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Columna
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El mudo y el sordo

Por si alguien lo había olvidado, Vladímir Putin exhibe un ejército preparado para regresar al peor pasado de Europa

Sergei Lavrov Elizabeth Truss
El ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, y la ministra británica Elizabeth Truss, el pasado día 10 en Moscú.AP
Lluís Bassets

Nunca se había visto algo así en la historia de la diplomacia. Una frialdad que estremece. El aire que se corta. Unas declaraciones como fogonazos verbales, secos y certeros. Da en el clavo el avieso y glacial ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov, con su metáfora. Más de lo que él mismo pudiera pensar. No es entre sordos este diálogo imposible, sino entre un mudo y un sordo, tal como señaló al término de su encuentro esta pasada semana con la ministra de Exteriores británica, Liz Truss.

Todos reconocen al mudo. No hay ambigüedad en sus gestos, aunque su silencio pretenda desmentirlos. Sabemos qué significa su mano sobre el grifo del gas aunque sus palabras digan que el suministro está garantizado. Acompaña su sonrisa sardónica con los golpecitos de la porra sobre la palma de la mano. Parece que se sienta a negociar, pero con su pistola sobre la mesa. No dice nada pero se le entiende todo.

No hay que andarse con bromas ni esperar mucho de las palabras de quien todo lo fundamenta en la razón de la fuerza. En Francia a las fuerzas armadas se les llama la Grande Muette (la gran muda). Ahora la Rusia de Putin despliega y exhibe el mutismo de sus argumentos: soldados, blindados, misiles, aviones, fragatas, en las fronteras y en los mares circundantes de Ucrania.

Por si alguien lo había olvidado, exhibe un ejército preparado para regresar al peor pasado de Europa, una invasión a gran escala, la tercera guerra mundial si hace falta, y por qué no el uso del arma atómica. No tuvo rebozo en mentarla, amenazante y sin cortarse, ante Emmanuel Macron, el presidente francés y único mandatario europeo que también la tiene, ni en exhibir que a él nadie le supera en número de cabezas nucleares preparadas para el apocalipsis.

Empezó con un ultimátum, hace ya dos meses. Exigía regresar a 1997, al statu quo anterior a la ampliación de OTAN, y el compromiso escrito de que Ucrania no ingresará jamás en la Alianza ni habrá nuevas ampliaciones. Desde entonces, ha ido estrechando el dogal militar alrededor de Ucrania. No le valen las respuestas de europeos y estadounidenses sobre desarme, proliferación nuclear, transparencia o reducción de riesgos. Quiere ganar de golpe y por la amenaza de la fuerza todo lo que el Kremlin perdió en los últimos 30 años por méritos propios.

El sordo hace caso omiso. Solo le atenderá cuando el mudo empiece a enfundar sus armas y se disponga a un diálogo sin mudos ni sordos. Conviene que no se acoquine ni vacile, que no discuta ni pelee con sus amigos, que siga sordo ante las amenazas y se haga también el sordo a los cánticos de sirena de los derrotistas, los que dan por perdida cualquier batalla antes de librarla, y de los apaciguadores, siempre dispuestos a entregar prendas a los mafiosos, sin advertir que su concesión será solo la primera.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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