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Columna
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Los medios de producción

Cuando los empleados participan directamente en la gestión o propiedad de una firma mejora su satisfacción con el empleo, la transparencia en la toma de decisiones e incluso su competitividad

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz y el economista Thomas Piketty, en la charla del pasado 14 de enero.
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz y el economista Thomas Piketty, en la charla del pasado 14 de enero.A. Pérez Meca (Europa Press)
Pablo Simón

El pasado 14 de enero hubo una charla entre la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, y el reputado economista francés, Thomas Piketty, organizada por el Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social. Aunque se pusieron muchos temas encima de la mesa, uno de los más llamativos fue la alusión a “democratizar las empresas” en la lógica del “socialismo participativo”. Sin duda lo rimbombante de estos términos hace que parezca algo muy utópico, pero es una propuesta más prosaica de lo que parece.

Quizá una historia concreta ayude a aterrizar la idea. Érase una vez una empresa familiar que se dedicaba a la producción de calzado. Era una compañía mediana con cierta capacidad exportadora. Pese a que una parte de su producción estaba en otros países (sobre todo la más mecánica), mantenía los cuarteles generales en el lugar de origen. Esto generaba empleo directo e indirecto en la zona, promocionando su dinamismo económico e, incluso, radicada en un municipio pequeño, fijaba población al territorio.

Sin embargo, el dueño fundador decidió jubilarse. Propietario de la empresa y sin hijos capacitados para continuar el negocio que él levantó, la terminó vendiendo a terceros. Su retiro fue dorado, pero su empresa se englobó en un grupo transnacional alemán cuyo compromiso era, esencialmente, con la cuenta de resultados. Esto hizo que cuando llegó la crisis de la covid-19 su rentabilidad se hundiera y, teniendo que decidir por dónde empezar a ajustar, prefirió liquidar esta empresa acabando con 150 empleos directos e indirectos.

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¿Se podía haber evitado este desenlace? Nunca lo sabremos, pero una posibilidad para ello habría sido la implicación directa de los trabajadores en la empresa. Hay evidencia que señala que cuando los empleados participan directamente en la gestión o propiedad de una firma mejora su satisfacción con el empleo, la transparencia en su toma de decisiones e incluso su competitividad. La implicación de los trabajadores no sólo aporta una mayor resiliencia para el mantenimiento de la actividad y del empleo (también en crisis), sino que además aumenta la tasa de reinversión en la propia empresa y dota de más recursos y capacidades innovadoras al sistema industrial local.

Si miramos a nuestro entorno, desde el año 2014 Escocia puso en marcha esta idea con bonificaciones fiscales a aquellos propietarios empresariales que ceden al menos una parte de ella a los trabajadores. Sin embargo, no hace falta irse tan lejos para ver estas políticas. La diputación foral de Guipúzcoa comenzó trabajando con un plan piloto y luego generalizó incentivos fiscales en ese sentido. Una política que, acompañada por las autoridades y evaluada en su impacto, permite actuar desde lo local sin olvidarse de lo global. Es decir, una política sobre la propiedad industrial que introduce en la ecuación sus externalidades sociales ¿Cuento popular o medida revolucionaria?

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Sobre la firma

Pablo Simón
(Arnedo, 1985) es profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Está especializado en sistemas de partidos, sistemas electorales, descentralización y participación política de los jóvenes.

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