Insatisfechos
Si los humanos somos buscadores de lo nuevo, de lo inédito, ¿por qué nos gustan tanto las ruinas, cocinar a leña o caminar descalzos sobre la hierba?
Acaba el 2021 y estoy seguro de que, al felicitar a los amigos, nadie les dirá que se les desea un año como el que acaba, ya que el nuevo podría ser peor. Todos desean un año nuevo “mejor y más feliz”. Y así es cada año, lo que indica que somos por naturaleza insatisfechos, que necesitamos siempre más y mejor.
Los filósofos, psicólogos y científicos deberían estudiar más esa extraña dimensión de lo humano que es la insatisfacción. Hasta ahora se ha denigrado. Si profundizamos en la esencia humana veremos que la felicidad nace de la dimensión que caracteriza a los humanos en el deseo de progresar, de crear, de romper barreras, de vislumbrar lo nuevo.
Es cierto que muchas veces nos equivocamos y lo que creemos nuevo y mejor se revela como peor y más dañino, pero ni siquiera esos errores impiden que nuestra vocación siga siendo la búsqueda de lo que aún no tenemos, pero que somos capaces de imaginar.
Sin la capacidad de estar insatisfechos detendríamos todo el progreso, la ciencia, la invención, los deseos de novedad. Los seres satisfechos ya no buscan, no se esfuerzan para mejorar, no cambiarán el mundo. Hay quien se pregunta para qué le sirve a los humanos querer conquistar el espacio, llegar a los nuevos planetas. No sabemos para qué servirá, pero sin duda no podemos anular la capacidad y voluntad de descubrir. De no ser así, aún los humanos seguiríamos viviendo en nuestro pequeño pedazo de tierra sin descubrir otros pueblos, otras culturas, otras realidades. A veces hemos acabado destruyéndolas, privándolas de su originalidad, pero el ímpetu del descubrimiento hace parte de la insaciabilidad de conocer de los humanos.
Los animales no tienen esa insatisfacción. Viven solo el momento. No inventan. Los pájaros han construido siempre igual sus nidos. No conocen la arquitectura. Cantan igual desde hace siglos. No crean música nueva como los humanos. No saben incrementar sus años de vida. Solo los animales domésticos, porque los humanos los cuidamos y curamos.
Un proverbio que siempre me gustó es el de “menos es más”, ya que sufrimos de excesivas cosas y la mayor riqueza es la simplicidad. Reconozco que ello se sale de las reglas de las características del humano que es impulsado a tener más, a producir, a cambiar, a acumular. Los seres humanos han sabido hasta inventar instrumentos para frenar lo que aún les queda de instintos violentos, de destrucción y de muerte, como la cultura y las religiones que sirven como antídotos contra lo que aún nos resta de instintos de destrucción.
Si somos buscadores de lo nuevo, de lo inédito, de lo que aún no tenemos, ¿por qué al mismo tiempo nos fascina el pasado, las ruinas arqueológicas, las ánforas y monedas antiguas, cocinar con leña, caminar descalzos en la hierba, perdernos en las selvas y en los mares? Porque todo eso que llamamos antiguo nos resulta nuevo. El ser humano tiene sed de novedad, se aburre con la normalidad. Y eso ocurre con la ciencia, con la medicina, con las artes. Vamos siempre a la búsqueda de la novedad. Los periódicos y la literatura no nos atraerían si no nos ofrecieran novedades, noticias. De ahí el que, por paradoja, hoy fascinen las destructivas fake news, las mentiras. No nos atrae la normalidad sino lo insólito. El antiguo adagio de “pienso luego existo”, que caracteriza a lo humano, se podría hoy traducir por “me siento insatisfecho luego estoy vivo”. Solo los muertos no desean nada.
Y todo ello en la política, en el arte, en la filosofía y hasta en la religión. Hasta el ateísmo es una forma de insatisfacción porque la búsqueda del misterio es infinita.
Hoy, en Brasil, dada la crisis política que ha vivido estos tres años en que el país ha estado al borde de un golpe político y hasta de una guerra civil, ese deseo de cambio, esa insatisfacción con la vieja política ha llevado al país al borde de la tragedia. Y ello porque también es cierto que a veces, ese impulso de insatisfacción existencial puede jugar malas pasadas.
Hace tres años, en las elecciones presidenciales, millones de personas votaron por el capitán Bolsonaro, que prometía acabar con la insatisfacción general contra la política manchada de corrupción del PT y de Lula para dar paso a lo nuevo. Hoy la mayoría de quienes votaron al que resultaría un golpista y un genocida, se arrepienten y, según las encuestas, votarán esta vez de nuevo a Lula, es decir, al pasado.
El límite entre la insatisfacción y la realidad de las cosas a veces es muy sutil y puede ser engañoso, de ahí la importancia de la experiencia, del pasado, de lo ya vivido que son maestros de vida.
Hace tres años, los brasileños insatisfechos con el presente votaron por lo nuevo y resultó lo más rancio de su historia, lo más cruel, algo que costó muchas vidas inocentes. Bolsonaro, en efecto, al inicio de la pandemia que se llevó más de 600.000 vidas, se burló de quienes intentaron protegerse de ella. Les llamó “covardes” (así con uve, una mezcla entre covid y cobardes), y se jactó de que los “atletas” como él no se infectaban. Cuando llegó la vacuna de la esperanza la boicoteó y retrasó. Hoy ha llegado al límite de su psicopatía y de falta de sentimientos, al negar hasta ahora la vacuna a los niños porque, según él, “aún no han muerto los suficientes” que justifiquen vacunar a los vivos. Como si la vida de un solo inocente no tuviera más valor que todo el universo.
Bolsonaro, del que Brasil necesitaría deshacerse el año que entra para iniciar su reconstrucción entre las ruinas, con hambre, desempleo, injusticia social y clima de guerra, es una excepción a esa realidad de la insatisfacción creativa de los humanos. Su lema es la destrucción, la violencia y la muerte. Ama las dictaduras y la tortura. Es un ser satisfecho, asentado en su ignorancia y perversidad incapaz de vislumbrar un mundo de paz y de creatividad.
Ante esa realidad, sí podemos desear a nuestros amigos brasileños, sin claudicar de nuestra insatisfacción creativa, un feliz año nuevo “sin Bolsonaro”.
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