Un atlas de los valores de los europeos
Un Eurobarómetro ofrece claves y propicia preguntas sobre cómo nos afectará el cambio de los ejes de tiempo (tan veloz) y espacio (desdoblado en lo virtual)
El primer Eurobarómetro sobre valores e identidades de los ciudadanos europeos configura un interesante mapa de las inclinaciones mayoritarias en las distintas sociedades de la Unión Europea. En primer plano, se hallan respuestas que ayudan a entender el espíritu actual de las ciudadanías de los varios Estados miembros. A trasluz, afloran mil preguntas. Veamos.
De entrada, las respuestas. Quizá las más interesantes residan en el análisis de cómo cada país o región diverge de la media europea con respecto a cada valor por el que pregunta la encuesta, publicada en noviembre. Cabe notar por ejemplo que si mantener los valores tradicionales es importante por un 53% de europeos, en el flanco Este (Bulgaria, Grecia, Chipre, Polonia, Hungría) el porcentaje es muy superior a la media; que alemanes y daneses otorgan una mayor importancia que el conjunto al valor de formar su juicio sobre las cosas de manera independiente; que en el sur tiende a ser más relevante que en otras zonas el apego a la idea de ayudar a las personas cercanas (destacan Grecia, España, Bulgaria, Portugal); que la importancia otorgada a poseer cosas que demuestren prosperidad es muy superior a la media en Rumania, Polonia y Hungría.
Es admirable observar como el valor que más apego suscita en los portugueses es que todas las personas del mundo tengan igualdad de oportunidades; entristece ver cómo los rumanos manifiestan un nivel muy inferior a la media de adhesión a los valores más compartidos, casi plasmando un punto de anemia moral.
En clave paneuropea, encuestados sobre un lote de 13 valores, las primeras opciones del conjunto de los ciudadanos europeos son cuidar a las personas queridas y tener el control de su propia vida tomando independientemente las decisiones relevantes. Hasta aquí, respuestas.
El atlas de valores e identidades es también un manantial de preguntas. Si hay un buen momento del año para plantearlas, es este, el de las noches más largas que de aquí mismo empezarán a acortarse. Brota el instinto de interrogar el pasado que ha conducido a ese retrato; si el presente de nuestro proyecto común producirá una convergencia; y, más allá de la aventura comunitaria, qué efecto deparará sobre todo ello un futuro en el que los ejes del tiempo y del espacio se mueven de sitio con una intensidad, probablemente, jamás vista antes.
El tiempo, que se acelera inexorable en este siglo veloz, que como un caudal desatado e imperioso nos arrastra, y agita, y reclama atención constante tan solo para no volcar en sus corrientes y remolinos. ¿Cómo cambiará nuestros valores ―y nuestra atención a ellos― este tiempo centelleante?
Y el espacio, que se desdobla de forma cada vez más evidente, entre la vida real y la virtual. La segunda no es menos verdadera que la primera, pero proyecta a los seres humanos en una dimensión diferente. ¿Cómo cambiará nuestros valores ―y nuestra atención a ellos― este espacio desdoblado?
A veces da la sensación de que es fácil perderse en medio de este gran desplazamiento de los ejes del tiempo y el espacio en el gráfico de la vida. Un perderse que es un no estar disfrutando del momento y el lugar en el que se está, desaprovechando lo que tienen ambos, la vida. Conviene no perderlo de vista en la esfera privada, exigiéndose estar, recordando que la vida es en gran medida un viaje de elevación a través del conocimiento, de la comprensión y disfrute del presente; y en la esfera pública, reclamando a poderes políticos y económicos que atenúen los rasgos más bruscos de la metamorfosis de nuestro tiempo y nuestro espacio.
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