El valor de una cumbre
La cita sobre la democracia convocada por Biden alerta contra la corrupción política y la disrupción autoritaria
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, no podía imaginar bajo qué difíciles condiciones iba a cumplir su promesa electoral de celebrar una cumbre para la promoción de la democracia. A pesar de que la formuló durante la campaña electoral de 2020, cuando el contagio de la covid-19 se hallaba en su momento álgido, era imposible imaginar que la reunión tuviera que acomodarse al formato devaluado de la videoconferencia, en el que se pierden la solemnidad de las formas y el útil contexto de los encuentros bilaterales y de las reuniones paralelas.
No podía prever tampoco la casi simultánea apertura de sendas crisis geopolíticas con China y Rusia, alrededor de Taiwán y de Ucrania respectivamente, ambas con amenazas de conflicto bélico, a medio plazo en el primer caso e inmediatas en el segundo. Ni podía entrar en sus cálculos que Donald Trump y el Partido Republicano sometieran a la democracia estadounidense al vergonzoso episodio de desprestigio que significó el asalto al Capitolio el pasado 6 de enero, todavía pendiente de la corrección parlamentaria y judicial que requiere una vulneración constitucional de tal calibre.
El mensaje inicial señalaba el cambio de actitud respecto a Trump, en especial la desautorización de su desprecio hacia la democracia y de su aprecio por las dictaduras, pero el mensaje efectivo es un señalamiento hacia Rusia y China. Y ambas autocracias lo han interpretado como la corroboración de una guerra fría ya en marcha. Especialmente furiosa ha sido la reacción de Pekín, que ha organizado la farsa de una cumbre alternativa, ha publicado un libro blanco titulado China, la democracia que funciona y un informe tremebundo sobre El estado de la democracia en Estados Unidos.
El régimen comunista chino se ha sentido especialmente herido por la invitación cursada a Taiwán, una democracia impecable, aunque también surgida de una dictadura y contraejemplo de la evolución experimentada por la China continental, con todos los motivos por tanto para temer su anexión por la fuerza por parte de un régimen dictatorial. La reacción de Pekín contra la cumbre convocada por el presidente Biden confirma la obsolescencia del principio un solo país, dos sistemas, bajo el que se produjo la devolución de Hong Kong. Ese mismo principio presidía la idea de una futura unificación pacífica y democrática entre Taiwán y la China continental y permitía a Estados Unidos y a la comunidad internacional mantener el principio de una sola China.
A las difíciles circunstancias de la convocatoria se ha sumado la incongruencia de la lista de invitados, entre los que hay democracias tan defectuosas que no merecen tal nombre y otras donde la alternancia todavía es posible pero no fueron invitadas. La cumbre ha señalado dos territorios peligrosos para la democracia: la corrupción política y el uso de las tecnologías como instrumentos de disrupción autoritaria. Mayor interés tiene la idea de que a la democracia no se la defiende tan solo en la escena internacional, sino que el lugar donde necesita el cuidado de los gobiernos y de los ciudadanos es en el interior de cada uno de los países democráticos, empezando por el convocante. Esta es quizás la principal lección y la que da mayor valor a la cumbre de Biden.
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