Estoy agotado
Estoy enfadado porque se me ha caído un botón de una de las camisas que más me gustan. El botón de mi camisa representa todo el peso del mundo
Un día esta ciudad será una ruina en la que los pisos que ahora valen millones de euros estarán, literalmente, por los suelos. Eso es lo que pienso asomado a la ventana, observando los edificios que rodean el mío. Estoy enfadado porque se me ha caído un botón de una de las camisas que más me gustan. Un botón, por si fuera poco, situado en un lugar visible. No puedo ponérmela sin que la gente lo advierta. La caída de un botón no es nada comparado con la inflación o con los cambios producidos en la dirección de Inditex. No es nada comparado con la erupción de un volcán. Nada comparado con los estragos de la covid. La caída de un botón es una mierda a menos que te coja en un día malo, al borde de la desesperación. Pero todos los botones se caen tarde o temprano. Todas las especies desaparecen un día u otro. Todas las lenguas se extinguen.
Todos nos morimos.
No es el botón, es lo que el maldito botón evoca. Viéndolo sobre la mesa, me viene a la memoria la caída del imperio romano, la del bizantino, la del carolingio, incluso la caída del cabello. El botón de mi camisa representa todo el peso del mundo, toda la fuerza de la gravedad de la Tierra, además de la segunda ley de la termodinámica, según la cual todo va a peor.
De modo que voy con el botón y la camisa a la cocina, donde guardo el cesto de costura, con la intención de coserlo. Tras enhebrar con dificultad la aguja, me pongo a ello, a colocarlo en su lugar, y me pincho un dedo que empieza a sangrar y mancho de mi sangre la camisa que más me gusta, con la que mejor me encuentro. Pero soy tenaz en mi desesperación y continúo cosiendo porque en realidad ya no estoy cosiendo un botón: estoy cosiendo el mundo, que se ha roto, estoy cosiendo el imperio romano, el bizantino, el carolingio, estoy devolviendo a mi cráneo el cabello perdido. Estoy agotado.
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