Fuego amigo en Chile
El candidato de Apruebo Dignidad, Gabriel Boric, necesita integrar al centroizquierda, pero, fundamentalmente, a la izquierda demócrata y realista, orillando a la sectaria, que exige la luna y solo ofrece visiones y gresca sin aprender de la historia
La coalición que maquinó el derrocamiento de Salvador Allende no se agotó en la confabulación de terratenientes, patronales, militares y subalternos de Henry Kissinger en Chile. También cupieron responsabilidades al maximalismo instalado en las estructuras de la Unidad Popular, obstaculizador del entendimiento entre Allende y el Partido Comunista con los sectores progresistas de la democracia cristiana, cuyos dirigentes más conservadores acabaron secundando el golpe. El énfasis anticapitalista del marxismo revolucionario y su negativa a conciliar cesiones de programa debilitaron la capacidad de resistencia del conglomerado político social ganador de las generales de 1970.
Salvando las distancias, el recordatorio viene a cuento de las similitudes entre el zamarreo de la Unidad Popular por el extremismo aliado, que pugnaba por avanzar sin transar hacia el colectivismo, y la intransigencia avecindada en el universo del Frente Amplio y la candidatura presidencial de Gabriel Boric. Sin ir más lejos, en la confusa transversalidad de la Lista del Pueblo se anima a la insurrección contra los reformistas, no se proscribe el aventurerismo involucionista y se desdeña el pragmatismo político, evidenciando incoherencias en las filas de la izquierda.
La plural y heterogénea que facilitó el triunfo de Allende, secundada por las columnas de intelectuales, mineros, sindicalistas y estudiantes de aquellos años, resucitó durante los estallidos de 2019 exigiendo, de nuevo, justicia social. La izquierda de ahora también es plural y heterogénea, pero exhibe, como entonces, acracias juveniles aprovechadas por el candidato del conservadurismo, José Antonio Krast, para asustar con desórdenes permanentes y la dictadura del proletariado.
Los portavoces del desviacionismo ideológico y el odio perjudican al abanderado del cambio y a su principal acompañante, el Partido Comunista, que todavía no ha revisado sus señas de identidad leninistas: respaldó la farsa electoral de Nicaragua constatando la doblez de sus convicciones democráticas, proclamadas en Chile pero abandonadas con los despotismos de matriz revolucionaria, en aplicación de la lógica amigo-enemigo y la cantinela de la autodeterminación y el antimperialismo.
Mario Zamorano, miembro del comité central del partido, desaparecido tres años después del golpe de 1973, escribió desde la clandestinidad que el acoso y derribo de la Unidad Popular se debió en buena medida a las divisiones internas creadas por la temeraria beligerancia de grupos como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), responsables de la desvinculación de las masas de los partidos populares, a los que intentaron suplantar.
La pérdida de aliados entre la clase obrera y campesina por la exacerbación ultraizquierdista contribuyó a la indefensión de Allende. Al igual que la Concertación permitió el progresivo descuelgue de la dictadura, el candidato de Apruebo Dignidad necesita integrar al centroizquierda, pero, fundamentalmente, a la izquierda demócrata y realista, orillando a la sectaria, que exige la luna y solo ofrece visiones y gresca sin aprender de la historia.
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